Crisis Familiar
Enviado por cochaloca • 3 de Octubre de 2013 • 1.718 Palabras (7 Páginas) • 2.727 Visitas
¿CRISIS EN LA FAMILIA?
El término “crisis” es demasiado ambiguo como para describir una determinada situación de la familia. En una sociedad tan fuertemente sometida a cambios profundos y rápidos como la actual, que modifica constantemente sus formas de vida introduciendo nuevas concepciones económicas y nuevos desarrollos científicos y tecnológicos, no sólo la familia sino todo el conjunto de instituciones u organizaciones sociales se ven implicadas necesariamente en el cambio, si quieren sobrevivir en sus funciones. La adaptación a las nuevas necesidades que demanda la nueva realidad social es una exigencia que ninguna institución u organización social puede ignorar. No es posible pensar en una sociedad que se va transformando incesantemente que no encuentre mecanismos de adaptación como respuesta a las nuevas y muy diversas condiciones culturales, sociales y económicas en que ha de desenvolverse. No es que “la familia” esté en crisis, sino una determinada modalidad de familia (Pérez-Díaz y otros, 2000). Lo mismo puede afirmarse de otras instituciones u organizaciones sociales: sindicatos, partidos políticos, iglesia, etc. “La familia... cuenta con esa sinuosa característica de haber sido siempre percibida en situación de crisis, transición y dramática encrucijada. Siempre en constante perspectiva de cambio y dudoso futuro. Desde hace dos siglos, esta percepción dramática de la familia aparece con abrumadora reiteración, en la literatura apologética y, a veces, también en la científica” (Iglesias de Ussel, 1998, 310). Sí existe, sin embargo, una percepción social de crisis de la familia vinculada a la rapidez de los procesos de cambio en la institución familiar que siempre se han dado de un modo brusco, mediante “saltos”, que mientras se asimilan, alientan imágenes de crisis e incertidumbre. La rapidez de los cambios en el escenario social, la dificultad para asimilar las transformaciones culturales y tecnológicas, la incorporación de los nuevos conocimientos, el impacto de la convivencia en la nueva cultura del mestizaje, etc. se han interpretado de un modo dramático y han favorecido, en gran manera, esta imagen de crisis de la familia que en la década de los sesenta y setenta alcanza un momento especialmente crítico. Es en estos años cuando la familia es vista por un determinado sector de la población española como una institución que había de ser expulsada de la vida ciudadana en tanto que sede de la violencia y la opresión cotidianas. Aún hoy, desde perspectivas ideológicas distintas, se siguen interpretando las diversas tendencias en la sociedad española hacia el descenso creciente de los matrimonios y el aumento de los divorcios, de los hogares unipersonales y de las familias monoparentales no tanto como signos del debilitamiento de una determinada modalidad de familia, sino como expresión de la crisis de la familia, en general, en tanto que institución vertebradora de la sociedad. Algunos subrayan, a este respecto, la pérdida de poder socializador de la familia y la mayor dependencia de la institución escolar. Se depende, cada vez más, de las escuelas para la educación de la infancia y de la juventud. “Resulta igualmente claro que la custodia de la infancia, antes asumida sin problemas por la gran parentela y la pequeña comunidad, ha pasado de no ser problema alguno a constituir el gran problema de muchas familias. Ciudades inabarcables y hostiles y hogares exiguos son ya parte del problema, al menos tanto como parte de la solución. En estas circunstancias, la sociedad se vuelve hacia lo que tiene más a mano, y en particular hacia esa institución más próxima a la medida de los niños, a menudo ajardinada y que cuenta con una plantilla profesionalizada en la educación: la escuela” (Fernández Enguita, 2001, 64). La familia, se afirma, puede educar para la convivencia en los grupos primarios, pero es incapaz de hacerlo para la convivencia civil, puesto que no puede ofrecer un marco adecuado de experiencia. “Cuando la familia socializaba, la escuela podía ocuparse de enseñar. Ahora que la familia no cubre plenamente su papel socializador, la escuela no sólo no puede efectuar su tarea específica con la eficacia del pasado, sino que comienza a ser objeto de nuevas demandas para las cuales no está preparada” (Tedesco, 1995, 98). Algunos estudiosos de la familia muestran su preocupación por la transición de la vida familiar de lo que llaman la “cultura del matrimonio” a la “cultura del divorcio”, con las inevitables repercusiones que esta conlleva en los procesos educativos de los hijos (Popenoe, 1993). Aunque la familia nuclear monogámica sigue siendo el modelo de familia predominante en la sociedad occidental (Eurostat, 2000), otras formas de convivencia empiezan a verse como formas o modelos alternativos de familia asumibles en una sociedad democrática, tanto política como socialmente. Ello, sin duda, introduce cambios importantes en los papeles que tradicionalmente venía desempeñando la familia en la socialización y educación de los hijos. Besharov (2003), en un estudio sobre la evolución de la familia americana, se muestra aún más pesimista: la familia está cerca de un cataclismo. La ausencia, casi completa, de normas de convivencia en el interior de la familia, la dificultad en el desempeño de roles estables, la ambigüedad o ausencia de valores que configuren patrones de comportamiento acaban desintegrando toda forma de vida familiar, al menos como, hasta ahora, la hemos entendido. En términos parecidos se pronuncia
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