Cuentos Y Mas Cuentos De Terror
Enviado por luiguiluka • 28 de Enero de 2015 • 9.419 Palabras (38 Páginas) • 157 Visitas
Abordaremos este ensayo desde tres perspectivas, que en nuestra sociedad
actual se entremezclan: desde el mito, desde la reflexión más o menos sistemática del
mito, esto es, la religión y la filosofía, y finalmente desde la ciencia.
Mito y Terror.
Una de las misiones que el mito ha de cumplir en la historia es la de repetirse.
La esencia del mito es revivir (revival). Lo hace, aunque parezca revestirse de
esteticismo y de emblemas que parecen vacíos. El neo-clasicismo ha podido ser
porque ya hubo previamente clasicismo. Y en éste lo mítico vivía en la letra y en la
plástica de un modo altamente formalizado, como convención. La Medusa o la
Gorgona representadas plásticamente en el templo, ya hacían las veces de
recordatorio y de emblema. Pero el contenido originario, preliterario y prehistórico, se
difuminaba en una terrible niebla que, para todo “clásico” ya resultaba difícil de
entender. El poder inicial del mito consistía en “estremecer” (mysterium tremendum) y
la poesía (el canto, la música) sólo es el anverso necesario de este estremecimiento y
la autoafirmación de lo humano en una niebla, o en una noche, prehistóricas que,
radicalmente, son alteridad para lo humano.
“El tremendo misterio puede ser sentido de varias maneras. Puede penetrar
con suave flujo en el ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción
absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y después se
ahíla y tiembla, y al fin se apaga, y deja desembocar de nuevo el espíritu en lo
profano. Puede estallar de súbito en el espíritu, entre embates y convulsiones. Puede
llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en formas feroces y
demoníacas. Puede hundir al alma en horrores y espantos casi brujescos. Tiene
manifestaciones y grados elementales, toscos y bárbaros, y evoluciona hacia los
estados más refinados, más puros y transfigurados. En fin, puede convertirse en el
suspenso y humilde temblor, en la mudez de la criatura ante... -sí ¿ante quién?-, ante
aquello que en el indecible misterio se cierne sobre todas las criaturas.”1
El hombre “clásico” quizá tuvo conciencia indirecta de serlo, pero no ya ante un
futuro que lo reconociera como tal, escasamente representado en la antigüedad salvo
por símbolos no obstante presentes (“nuestros hijos”) o lógicamente predecibles sobre
lo presente (“los hijos de nuestros hijos”). Un clásico se siente tal en cuanto se
autoafirma como ser antropológico racional y dominador de alteridades. Entre éstas,
1
R. Otto, p. 23, en Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Alianza, Madrid, 2001Ensayo sobre el Terror. Carlos Javier Blanco A Parte Rei 36
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/index.html 2
figura no sólo la naturaleza animal no humana, la ferocidad de las bestias, los
meteoros y fenómenos terrestres, etc., sino también la barbarie humana circundante.
“La multiplicidad de las teorías históricas acumuladas en torno al origen de la
religión queda resumida, para una mirada retrospectiva en dos tipos fundamentales:
uno está representado por Fueuerbach, para quien la divinidad no es otra cosa que la
autoproyección del hombre en el cielo, su pasajera forma de expresarse en un medio
extraño, mediante el cual se ve enriquecido su concepto de sí mismo, que entonces se
hace capaz de retirar su proyección de ser interino; el otro está representado por
Rudolf Otto, para quien el dios o los dioses surgen a partir de una sensación
primigenia, apriorística y homogénea de lo “santo”, en donde va vinculados,
secundariamente, el horror y el miedo, la fascinación y la angustia cósmica, lo
inquietante y lo extraño. ¡No hay que contar con que ambas teorías tienen, cada una
de ellas, sus propios fenómenos, no diferenciados en su descripción únicamente por
utilizarse el mismo nombre de “religión?”.2
En la edad clásica, ya habían quedado muy atrás las atrocidades a las que el
ser humano se había visto obligado a entregarse en virtud de su radical “naturalidad”
inicial. Que un hombre caiga devorado por una bestia, o que exista el deseo o la
posibilidad misma de acoplarse con ella, o bien la huella de los antiguos sacrificios
humanos, constituyen ejemplos de atrocidad recogida por los mitos, que devienen en
“clásicos” precisamente cuando ya se ha cobrado conciencia de la codificación de una
transición hacia la vida civilizada. Los dioses vencedores, Zeus a la cabeza, han
limpiado la realidad de todo género de monstruosidades prehumanas, ellas mismas
divinas en parte, pero no completamente por el carácter de eterno que contenía todo
aquello de primigenio, preternatural y vestigio de lejana bestialidad.
La luminosidad del Olimpo inclina el ánimo del hombre civilizado más del lado
de la fascinación (mysterium fascinans) que del lado del estremecimiento (mysterium
tremendum). Son dioses que atraen, y que sólo en la decadencia clásica, esteticista,
necesitan ser esculpidos, pues antaño les bastaba visualizarse como en luz la
naturaleza, o mejor, en la experiencia, y posesión en el poeta. Su representación
plástica sigue siendo “fascinante” para el occidental añorante de sus –ya no del todoesencias
conscientes. Sabedor de que sus deidades atrayentes poseen un poder de
identificación (el alma del hombre “civilizado” se queda prendada a ellas y quiere ser
ellas) le simbolizan sin ruptura alguna con la naturaleza: esa belleza corporal de los
dioses paganos, esa astucia amoral y ligera, el poderío irresistible de sus actos...Todo
esto son proyecciones de la más vieja alma del europeo. Ellas poseen aún en nuestro
tiempo un poder neutralizador y apotropaico. Ser “así”, olímpicos y apolíneos, nos
inocula todas las tensiones necesarias para evitar la disolución relajada, la
“orientalización”. Detrás de la serenidad de las estatuas clásicas y de la amoral guerra
de los héroes homéricos (y célticos y germánicos) se esconde el riesgo de la relajación
absoluta en el estadio anterior a la victoria de Zeus: el revival disgregador, entrópico,
de la orientalización y del sustrato. Las deidades vencidas, mediterráneas y afrosemíticas,
regresan en toda fase decadente con sus rituales matriarcales. Ellas,
...