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DESARROLLO SOCIO-EMOCIONAL EN LA INFANCIA.


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2011  •  5.479 Palabras (22 Páginas)  •  2.195 Visitas

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Aparición de la experiencia emocional.

Las teorías modernas del desarrollo emocional distinguen entre “estados emocionales”, “expresiones” y “experiencias emocionales”. Según el análisis estructural de las emociones, propuesto por Lewis y Michelson, el estado emocional se refiere a los cambios internos en la actividad somática y/o fisiológica mientras que la expresión emocional se refiere a los cambios observables en la cara, cuerpo, voz y nivel de actividad que se producen cuando el SNC es activado por estímulos emocionales importantes.

La experiencia emocional se refiere a las consecuencias de la valoración y la interpretación cognitivas por parte de los individuos de la percepción de sus estados y expresiones emocionales. Requiere un sentido de sí mismo para evaluar los cambios dados en sí mismo y un nivel cognitivo que le permita percibir, discriminar, recordar, asociar y comparar. Así las expresiones emocionales de los lactantes nos dicen poco sobre su experiencia emocional, sin embargo las personas de su alrededor responden a las mismas como si fueran fiel reflejo a una experiencia subjetiva. De este modo mediante la interpretación y evaluación de su expresión emocional, el entorno social le proporciona normas con las que aprende a evaluar e interpretar, es decir a experimentar sus propias conductas y estados.

El ser humano nace en un mundo social donde las características físicas y los patrones de comportamiento del bebé atraen el cuidado de la gente a su alrededor. Bolwby estudió el desarrollo del vínculo afectivo con los adultos e inspirándose en trabajos con primates propuso que tenía su origen en comportamientos heredados y propios de la especie conocidos como sistemas de respuesta innatos. El “babyness” o encanto por los niños muy pequeños es universal. Sus patrones conductuales aseguran la proximidad del cuidador, necesaria para la supervivencia física. De entre estos sistemas de respuesta innatos, la afectividad es esencial. El repertorio conductual del más joven de los niños ya incluye un componente emocional.

La afectividad es considerada por algunos autores como un factor fundamental facilitador de las primeras experiencias comunicativas en niños. El recién nacido dispone de una gama expresiva muy variada. . Como ya hemos dicho anteriormente, entre la madre y el niño se establece un sistema de interacción afectivo que da lugar al apego, establecido con las personas que interactúan con él de forma privilegiada. Conlleva determinadas conductas que tienen como fin mantener al cuidador cerca para garantizar la supervivencia. Las conductas motoras de aproximación y seguimiento son las más frecuentes. Además conlleva sentimientos por parte del niño de seguridad, bienestar y placer ante su proximidad y de la ansiedad ante situaciones de distanciamiento.

Las primeras manifestaciones afectivas (Los organizadores de la personalidad de Spitz).

Las emociones desempeñan un papel fundamental en el establecimiento de lazos afectivos entre el adulto y el niño. La expresión de estas emociones en edad temprana son “la sonrisa”, “la ansiedad ante el extraño” y “la negación”, considerados por SPITZ como organizadores del desarrollo afectivo del niño y como hitos de su evolución emocional.

La sonrisa, que es el primer organizador, aparece alrededor del primer mes de vida en estado de vigilia y que se vuelve cada vez más selectiva con respecto a los estímulos que la elicitan siempre en contextos sociales. Según Spitz los niños no aprenden a sonreír, sino a identificar rasgos de la cara de su cuidador. El estímulo más determinante es el rostro humano.

El segundo organizador, la ansiedad ante el extraño, tiene una manifestación variada en cada niño, tanto en la edad de aparición como en el grado. Spitz señala que es debido a que ha desarrollado memoria de evocación y por un proceso de inferencia rudimentaria compara la representación interna de su cuidador con el desconocido. Por otro lado, a raíz de los estudios realizados con niños institucionalizados, también se sabe que su manifestación depende de la calidad de la relación entre el niño y su cuidador. Otros apuntan que tiene un valor adaptativo como respuesta a ciertos indicadores de peligro de su entorno, ya que el fin es solicitar el auxilio de los padres. Desde las teorías cognitivas y sociales se plantea que son manifestaciones ambivalentes ya que sienten a la vez atracción y miedo. Y que la respuesta de los niños es más positiva si el extraño previamente interacciona de forma positiva con el cuidador y posteriormente no se dirige a él de forma brusca. Si la conducta les resulta rara desde el principio si les provoca rechazo.

La ansiedad de separación aparece hacia el 6º-8º mes, y se caracteriza porque los niños comienzan a protestar cuando se les separa de los padres. Tres son las principales respuestas dependiendo del tiempo que pasen separados. Desesperación con una duración inferior a 15 días, por ejemplo por ser hospitalizado. Es una reacción de inconformismo y protesta por la separación que se puede manifestar con trastornos de la alimentación y en la relación con los demás como llanto y rechazo de caricias y juguetes. La ambivalencia cuando la separación supera el mes, que supone la progresiva aceptación de los ofrecimientos de los adultos de su entorno. Cuando reaparece la figura de apego se muestran esquivos y distantes, como protesta durante pocas horas. El desapego se produce si la separación se alarga durante meses o años, ya que se rompe el vínculo afectivo y puede establecer relaciones de apego con otros adultos.

Hay diferencias individuales en cuanto a la seguridad que las figuras de apego proporcionan al niño. Pueden desarrollar seguridad en sus propias posibilidades, creándoles habilidad para actuar en su entorno con éxito y confiar en las personas de su entorno cuando los cuidadores responden con prontitud y adecuadamente a las necesidades de los niños. Si responden de manera diferente ya sea con mayor o menor prontitud de la que necesitan los niños, puede no darle seguridad el vínculo afectivo.

Con respecto al tercer organizador, la aparición del no, puede acarrear mayor conflictividad en las relaciones con su entorno. El niño a través del desarrollo motor que le confiere mayor control sobre su cuerpo y motilidad, reivindica mayor autonomía, rechazando normas y pautas, que se le quieren imponer, a pesar de los conflictos que esto le provoca con figuras tan importantes como los adultos. Además, desde que nacen sienten la necesidad de controlar su entorno y como elementos principales de él, dominar a los adultos. Se muestran muy exigentes cuando quieren algo, soportando muy mal las demoras entre sus demandas y el cumplimiento de las mismas, en parte por la concepción

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