Dinámica Del Monstruo
Enviado por DianaFiestas • 14 de Marzo de 2015 • 670 Palabras (3 Páginas) • 226 Visitas
Dinámica del monstruo y la belleza*
Amir Hamed Hay un momento en que las obras todavía queman como un pan recién horneado, y no pueden ser formateadas por la lectura. Cuando todavía -porque son ilegibles- son monstruos
No es sólo nada lo que hay en el blanco del lienzo o de la página. Ya hay en ellos una matriz, una roturación que convoca al pincel, la pluma, la tecla: un software llamado género. Los géneros no sólo son esa guía inevitable, y tampoco meras convenciones: son el arte. Sin ellos, no hay sentido. Suelen ser progenie de vastas y complicadas generaciones, que los decantan, pero también fruto de fuerzas locas, que cuajan, en el momento histórico exacto, para decir al tiempo que tiene que discurrir de otro modo, es decir, por otro género. Como se sabe, suelen desaparecer por siglos, para ser reflotados y afortunadamente desleídos.
Célebre es el caso del teatro griego, cuyas pautas, a pesar del aburguesamiento improductivo en el que cayó en los últimos siglos, están más cercanas a nosotros que al medioevo. La negligencia medieval con respecto al griego llevó a que Dante interpretara que su obra -colosal pero irrepresentable- era cómica. Para su época estaba acertado, ya que ciertos géneros grecolatinos que lo acosaban le habían llegado de Averroes, traductor enconado de Aristóteles y musulmán puntilloso que desconocía los rudimentos de aquel teatro. La obra de Dante cumplía con dos de las reglas estipuladas por el misterioso género: contaba con un cierre feliz y estaba escrita en estilo ni elevado -como la tragedia- ni bajo -como la sátira.
Estas desviaciones, que son actos de escritura, suelen desaguar en géneros. Pueden ser actos de traducción, como en el renacimiento hicieran los italianos con el soneto, con el que adaptaron la rima de fin de verso que les imponía su lengua vulgar a las reglas del escanciar latino. Al amonedar la lengua, canalizan el mundo: responden a las necesidades de un tiempo nuevo que ya sólo puede desleer a su precedente.
Pero hay un momento en que las obras todavía queman como un pan recién horneado (todavía no han podido, como pide Kant, establecer sus propias reglas), y no pueden ser formateadas por la lectura. Cuando todavía -porque son ilegibles- son monstruos ("un objeto es monstruoso cuando por su tamaño vence el fin que forma su concepto", discierne Kant). Advertía Kant que lo sublime es excesivo: transgrede, rebasa nuestra capacidad de aprehensión, nos remonta a magnitudes inimaginables. Es sublime -agréguese- porque carecemos de un formato que nos permita domesticarlo, porque sólo podemos leerlo defectuosa, parcialmente. Lo monstruoso -es decir, lo sublime- nos hace trascender. Y esta trascendencia -agréguese también- es la del mundo que adviene, ése que, como dijera Croce, está proyectando su sombra antes de haber llegado.
En el presente -se
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