ESTUDIOS CULTURALES
Enviado por princesadedios • 13 de Noviembre de 2012 • 3.249 Palabras (13 Páginas) • 604 Visitas
LOS ESTUDIOS CULTURALES Y EL ESTUDIO DE LA CULTURA EN
AMÉRICA LATINAi
ALICIA RÍOSii
http://www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/libros/cultu
ra/textos/rios.doc
Ha habido mucha controversia —y una muy extensa
bibliografíaiii— a propósito de los llamados Estudios Culturales
Latinoamericanos. La polémica los acompaña en casi todas sus
instancias: desde el nombre que los identifica, sus características
y objetivos, hasta sus orígenes, estado actual y posibilidades
futuras. Dos de los reclamos más fuertes que se le hacen es la
dificultad para poder definirlos y, por otro lado, el ser muchas
cosas al mismo tiempo. Sin duda alguna esta “indefinición” forma
parte de su propia condición, pues una de sus fuentes más
inmediatas —aunque no la única— son los “Cultural Studies”, los
cuales se caracterizan precisamente por estoiv.
Los Estudios Culturales Latinoamericanos podrían definirse,
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muy a grosso modo, como un campo de estudio configurado
dentro de la tradición crítica latinoamericana (el ensayo de ideas
—lo que Julio Ramos ha llamado el “ensayo humanista o
secular”—, la teoría de la dependencia y la teología de la
liberación), que se mantiene en un diálogo constante, muchas
veces conflictivo, con las escuelas de pensamiento europeas y
norteamericanas (los “Cultural Studies” en sus dos vertientes —
inglesa y norteamericana—, el estructuralismo francés, las
filosofías posestructuralistas y posmodernas, la sociología de la
cultura, la Escuela de Frankfurt, la semiótica, el feminismo y el
marxismo).
Con respecto a su objeto de estudio se ocupan,
fundamentalmente, de la producción simbólica de la realidad
social latinoamericana, tanto en su materialidad, como en sus
producciones y procesos. Cualquier cosa que pueda ser leída
como un texto cultural, y que contenga en sí misma un significado
simbólico socio-histórico capaz de disparar formaciones
discursivas, puede convertirse en un legítimo objeto de estudio:
desde el arte y la literatura, las leyes y los manuales de conducta,
los deportes, la música y la televisión, hasta las actuaciones
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sociales y las estructuras del sentir (o del sentimiento, como los
traduce Beatriz Sarlo). Esto quiere decir —como ya han señalado
muchos— que es un campo que no puede ser definido per se
por ciertos temas, sino por el acercamiento metodológico y
epistemológico a dichos temas. Los Estudios Culturales
Latinoamericanos —como los “Cultural Studies” — producen así
su propio objeto de estudio en el proceso mismo de su
investigación. En consecuencia, metodológicamente, son un
campo transdisciplinario que se vale del conocimiento
preestablecido para hacer tambalear los lazos académicos
tradicionales: apuestan al resquebrajamiento de sus límites o
fronteras, proponen un nuevo archivo —donde lo cultural y lo
político resultan determinantes— y reclaman una reflexión y
autocrítica continuas, por parte de sus “practicantes”, frente a sus
propios procesos de investigación y de escriturav.
Quiero concentrarme en el hecho de que este
“nuevo”/emergente campo no representa únicamente una ruptura
epistemológica con respecto a lo que se hacía antes —como lo
es en general en el caso de los “Cultural Studies”— sino, sobre
todo, una continuidad de nuestro propio desarrollo crítico
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latinoamericano. Me interesa mostrar cómo la larga e importante
tradición del ensayo de ideas en América Latina está atravesada,
a todo lo largo de su historia, por ciertos ejes temáticos y
posiciones enunciativas que marcan todavía hoy muchas de las
preocupaciones de su pensamiento crítico: la cuestión nacional y
continental, lo rural y la ciudad, la tradición versus la modernidad
(o esta última versus la posmodernidad), la memoria y la
identidad, los sujetos y sus ciudadanías y, principalmente, el
papel de los intelectuales y las instituciones en sus formaciones
discursivas y en las prácticas sociales, culturales y políticas.
Algunos textos fundacionales
Ese constructo que hoy llamamos América Latina siempre ha
estado marcado, desde sus inicios —e incluso antesvi—, por un
deseo de construcción de lo “real”. América fue creada en el
vacío de un mapa; mapa que sigue llenándose, desde adentro y
desde afuera, con palabras que tratan de nombrar eso que no se
logra atrapar. Sobre esto sentó sus bases la sólida tradición del
ensayo de ideas desde los tiempos de Simón Rodríguez y Andrés
Bello. El letrado necesitaba “pensar” cada acto, un sueño de la
razón que no lo abandonará en casi ningún momento a todo lo
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largo del siglo XIX. Esa metáfora —o alegoría—, en que
englobaban pasado, presente y futuro, los “autorizaba” para
decidir qué le convenía al resto de los habitantes. Una realidad
que, siguiendo a Michel de Certeau, consiste siempre en lo que el
sujeto, material, escoge estratégicamente que sea —lo que él
construye —; en oposición a lo “real”: ese espacio que no puede
ser mediado por el lenguaje o por los signos (Conley, 1988:16-
17).
Una vez lograda la paz (una paz muy relativa, pues a lo largo
de ese primer siglo lo que más abundó fueron las rencillas entre
caudillos) era necesario (re)construirlo todo, no sólo los caminos
y sembrados, sino sobre todo la manera en que los nuevos
ciudadanos debían pensarse y expresarse. La fijación de una
lengua “propia” era fundamental, no sólo posibilitaba esa nueva
ciudadanía sino que permitía el control de los sujetos otros,
aquellos que había que seguir domeñando y educando. El
maestro —eso fueron tanto Rodríguez como Bello, y nada menos
que del Libertador Simón Bolívar— era una de las entidades en
quien podía confiarse para la elaboración de las premisas sobre
las cuales se construiría la consolidación exitosa de los nuevos
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Estados. Uno se ocupó con frenesí de la enseñanza primaria, el
otro de la universitaria; ambos estamparon sus ideas con
respecto al uso de la lengua americana (en las leyes, las
gramáticas y
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