El Salvaje De Aveyron: El Caso víctor
Enviado por lothmau • 2 de Diciembre de 2012 • 4.838 Palabras (20 Páginas) • 830 Visitas
El salvaje de Aveyron: el caso víctor
María Elena Dinouchi
«Amo, agua. Amo, mi amo... »
Leopoldo Lugones
Introducción
El capítulo “Naturaleza y Cultura” del libro Las estructuras elementales del parentesco nos introduce al desarrollo que interesa a Claude Lèvi-Strauss llevar a cabo con el fin de aportar una respuesta satisfactoria al interrogante nodular "¿Dónde termina la naturaleza? ¿Dónde comienza la cultura?" (Lèvi-Strauss, 1981: 36). Para ello reflexiona críticamente sobre datos y observaciones que, desde distintos campos del saber, han intentado infructuosamente despejar el enigma. Adelantamos que su análisis riguroso le permite afirmar que la universalidad de la regla de la prohibición del incesto es el movimiento fundamental por el cual se cumple el pasaje de la naturaleza a la cultura. "Opera, y por sí misma constituye el advenimiento de un nuevo orden” (op. cit.: 59), concluye el autor.
Uno de esos datos considerados en el desarrollo argumentativo es el estudio de los “niños salvajes”, cuyos encuentros azarosos -en el siglo XVIII y comienzos del XIX- despertaron él interés y la imaginación de los científicos quienes creyeron haberse topado con testimonios vivientes de un estado natural del hombre. En este sentido, la conclusión de Lèvi-Strauss es taxativa: el caso de los niños salvajes no testimonia de ningún comportamiento natural de la especie humana porque tal comportamiento natural de la especie, al que el hombre aislado pudiera volver por regresión, es inexistente. Es más, invita a ubicar en algún tipo de anormalidad la causa inicial del abandono y no su resultado. "Los «niños salvajes», sean producto del azar o de la experimentación, pueden ser monstruosidades culturales, pero nunca testigos fieles de un estado anterior” (op.cit.: 38), afirma el autor.
Por lo que en ella se despeja de una concepción del hombre y de la naturaleza, tomaremos como referencia la experiencia del encuentro con el salvaje de Aveyron, niño de entre doce y trece años, hallado en la campiña francesa hacia 1800 y a quien su maestro llamó por el nombre de Víctor. El niño presentaba un aspecto lamentable: sucio, feroz, impaciente, con el cuerpo cubierto de cicatrices; la mirada errante, indiferente e incapaz de prestar atención a nada; privado del uso de la palabra sólo emitía sonidos guturales y uniformes; de movimientos espasmódicos y a menudo convulsos, mordía y arañaba a quienes se le acercaban y buscaba constantemente la forma de escapar. Quienes con gran expectativa habían creído encontrarse frente al hombre natural de Rousseau, contemplaban con repugnancia y aprensión la suciedad y el salvajismo del muchacho.
El encuentro del salvaje de Aveyron con el discurso científico de la época
No era el salvaje de Aveyron el primer niño que fuera encontrado en tales circunstancias; hallazgos similares se habían producido ya desde el siglo XV. Lo novedoso del caso residía en que no sólo despertaría la piedad de los aldeanos sino también -y he aquí su valor primordial- la curiosidad de los científicos. Ya a lo largo del siglo XVIII, la ciencia afianzaba sus ideales de autonomía al pronunciar su ruptura con la religión y la filosofía; al proclamar la independencia de la investigación científica y la secularización de la cultura.
Cuando el azar arroja a Víctor, el discurso científico presto a leer las consecuencias de su encuentro ya tenía dispuestos los términos de la polémica que le darían acogida. Para las nacientes ciencias del hombre, el caso Víctor constituyó una experiencia crucial apropiada para la convalidación de una concepción del hombre y de la naturaleza que no debía realizarse por fuera de la observación positiva de los datos proporcionados por la experiencia. En concordancia con esta postura relativa a la ciencia, todo conocimiento resulta ser principalmente fáctico y la ciencia se aplica a sumar y vincular hechos entre sí enunciando proposiciones, que no consisten en la aprehensión de la esencia incognoscible de los seres sino en la enumeración de la suma indefinida de sus propiedades, tal como aparecen a través de la experiencia sensible. El niño salvaje o el idiota del Aveyron constituyó un campo privilegiado de observación, experimentación y validación de hipótesis.
Cuando Louis-François Jauffret, secretario de la Société des Observateurs de I'Homme solicita a las autoridades del Hospital de Rodez el envío del niño a París para su estudio, lo hace acompañado de la siguiente justificación: "Sería muy importante para el progreso de los conocimientos humanos que un observador pleno de celo y de buena fe pudiera, apoderándose del muchacho y retrasando su proceso de civilización, controlar el conjunto de sus ideas adquiridas, estudiar el modo según el que las expresa y ver si la condición humana, abandonada a sí misma, es contraria por completo al desarrollo de la inteligencia” (Montanari, 1978: 9).
Los presupuestos teóricos del empirismo
Etienne Bonnot de Condillac (1714-1780) retomó en Francia los principios del empirismo inglés, principios que fundamentan el origen del conocimiento en la experiencia sensible, a saber: crítica al innatismo cartesiano, sensacionismo, utilitarismo, fenomenismo. El empirismo sensacionista concibe al espíritu en su inicio como una hoja en blanco a la que sólo la experiencia perceptiva va a dar forma proveyéndole la totalidad de su contenido. Su crítica a la concepción que afirmaba la existencia de ideas innatas supone el esfuerzo por demostrar el origen perceptivo de las mismas. El espíritu como tabla rasa de la concepción sensacionista se materializa en las ideas de Condillac, quien imagina una estatua a la que dota sucesivamente de diferentes sentidos cuyo aporte de sensaciones se transforma y complejiza, a fin de demostrar mediante esta abstracción que de tal manera se puede reconstruir el conjunto del funcionamiento mental del hombre. Para Condillac, todas las facultades mentales que componen la facultad de pensar, tanto las del entendimiento (comparación, juicio, reflexión, razonamiento) como las de la voluntad (necesidad, deseo, querer) no son más que sensaciones transformadas.
Médicos-filósofos, observadores del hombre, los Ideólogos discípulos de Condillac, entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, intentaban confirmar los principios fundamentales del sensismo como teoría de la formación de las ideas pero criticaban, a su vez, lo que consideraban la ausencia de una base fisiológica en las ideas de su maestro.
En esta perspectiva, Pierre-Jean-George Cabanis (1757-1808) niega la existencia de toda sustancia pensante que no se confunda con la organización físico-fisiológica del hombre; la analogía que propone es elocuente: así como el estómago
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