El Ser Onotologico Y La Persona: Una Forma De Ser Que Permite Infinitas Formas De Ser
Enviado por 46266781 • 17 de Julio de 2014 • 1.936 Palabras (8 Páginas) • 766 Visitas
Lo que hemos dicho hasta ahora debiera provocar una objeción. Al principio de este
documento nos opusimos tenazmente a la noción de que podríamos comprender el fenómeno
del escuchar basándonos en el concepto de transmisión de información. Sostuvimos que esta
noción desconoce el que los seres humanos son «unidades estructuralmente determinadas»,
sistemas cerrados, esto es, sistemas que no pueden representar lo que acontece en el medio
en el que se desenvuelvan. Sin embargo, hemos llegado a plantear que una condición
fundamental del escuchar es la actitud de «apertura». Por lo tanto, podríamos razonablemente
preguntar, ¿cómo se puede producir esta apertura si se supone que somos sistemas
cerrados?
En verdad, no podemos abrirnos en el sentido de que el escuchar a otro nos diga cómo ese
otro es realmente. Nunca podremos saber cómo son realmente las personas y las cosas.
Somos incluso un misterio para nosotros mismos. Tal como hemos estado insistiendo una y
otra vez, solamente sabemos cómo las observamos y cómo las interpretamos. El escuchar es
parte de esta capacidad de observación e interpretación. Cuando escuchamos a otros, nos
abrimos a ellos inventando historias sobre ellos mismos, basadas en nuestras observaciones.
Pero serán siempre nuestras propias historias. La distinción de apertura sólo tiene sentido
dentro del reconocimiento que los seres humanos son sistemas cerrados.
¿Qué significa entonces «apertura»? Para contestar a esta pregunta debemos dar un corto
rodeo. Ser humano significa compartir una forma particular de ser, la manera humana de ser.
Esta forma de ser nuestra es lo que nos diferencia de otros seres, sean ellos animales, cosas,
eventos, etcétera. Podemos decir, por lo tanto, que todos los seres humanos comparten una
misma forma de ser, aquella que nos hace humanos.
En este sentido, cada ser humano es la expresión total del fenómeno de ser humano. No
podemos hablar de seres humanos que lo sean sólo a medias, parcialmente. Aun cuando se
trate de individuos a los que les pueda faltar algunos de sus miembros, ello no los hace menos
humanos. La condición humana no se constituye en el dominio de nuestra biología, sino en el
del lenguaje. De allí que digamos que el lenguaje nos hace ser como somos, en cuanto seres
humanos. Todo ser humano, por lo tanto, es un ser humano completo, en cuanto ser humano.
Lo que no niega que, como parte de la propia condición humana, ser humano significa un
tránsito por la existencia desde una fundamental y permanente incompletud.
Lo que la filosofía de Martin Heidegger ha hecho es, precisamente, explorar este modo
común de ser que todos los seres humanos compartimos, a lo que llamara el Dasein. Su
preocupación principal era revelar la manera particular de ser de los seres humanos. Gran
parte de su filosofía está dirigida hacia esta indagación.
Vamos a llamar a esta manera de ser que comparten todos los seres humanos su «ser
ontológico». Esta es una distinción arbitraria. Por lo tanto, cuando hablemos del «ser
ontológico» estaremos hablando del modo de ser que todos los seres humanos tienen en
común.
No vamos a desarrollar aquí lo que Heidegger sostuvo que era constitutivo del ser humano
y, por lo tanto, constitutivo de su «ser ontológico». Esto nos llevaría más allá de los propósitos
de este trabajo. Sin embargo, entre los elementos que Heidegger señaló, podemos reiterar su
postulado de que los seres humanos son seres cuyo mismo ser es un asunto relevante para
ellos. Ser humano significa hacerse cargo en forma permanente del ser que se es. Es en este
sentido que sostenemos que el ser ontológico está siempre desgarrado por un sentido
fundamental de incompletud.
Los seres humanos no tienen una esencia fija. Lo que es esencial en ellos (en el sentido de
rasgo genérico y, por lo tanto, ontológico) es el estar siempre constituyéndose, estar siempre
en un proceso de devenir. Esto hace que el tiempo sea un factor primordial para los seres
humanos.
Al mismo tiempo, sin embargo, dentro de esta forma común de ser que nos hace humanos,
tenemos infinitas posibilidades de realización. La forma en que cuidamos de nosotros mismos,
la manera en que abordamos el sentirnos incompletos, nos hace ser individuos muy diferentes.
Llamamos «persona» a las diferentes maneras en que los distintos individuos realizan su
forma común de ser (como seres humanos). Como individuos somos, por un lado, todos
iguales en cuanto a nuestro «ser ontológico» (genérico), ya que compartimos las formas
básicas de ser que nos hacen a todos humanos y, por el otro, somos diferentes «personas».
Todos resolvemos los enigmas de la vida de diferentes maneras.
Postulamos que el fenómeno del escuchar está basado en estas dos dimensiones
fundamentales de la existencia humana— «ser ontológico» y «persona». Somos capaces de
escucharnos entre nosotros porque compartimos una forma común de ser y, a este respecto,
todo otro es como nosotros. Nuestro «ser ontológico» nos permite entender a otros, puesto que
cualquier otro ser humano es un camino posible de realización de nosotros mismos, de nuestro
propio ser. Sin embargo, al mismo tiempo, somos «personas» diferentes. No nos hacemos
cargo, no atendemos a nuestro ser común en la misma forma. Es porque somos diferentes que
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el acto de escuchar se hace necesario. Si no fuésemos diferentes, ¿para qué escuchar, en
primer lugar? Si no fuésemos diferentes, el acto de escuchar sería superfluo. Pero, debido a
que compartimos una misma condición ontológica, el escuchar se hace posible.
Estos son, decimos, los requisitos básicos para escuchar. Por lo tanto, dado que somos
sistemas cerrados, se deben realizar dos movimientos fundamentales. Por una parte,
debemos distanciarnos de «nosotros mismos», de esa manera particular de ser que nos
diferencia de los otros individuos. Al hacer esto aceptamos la posibilidad de que existan otras
formas particulares de ser, otras «personas», diferentes de la nuestra. A esto se refiere
Gadamer cuando habla de «apertura».
Por otro lado, debemos afirmar el hecho de que compartimos una forma común de ser con
la persona que nos está hablando. Debemos concedernos
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