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El azafate de plata


Enviado por   •  24 de Julio de 2013  •  2.404 Palabras (10 Páginas)  •  331 Visitas

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Ana Isabel, una niña decente, de Antonia Palacios

24/ 02/ 2013 | Categorías: Destacado, Fragmentos de novelas

El azafate de plata

Es día de retiro, Ana Isabel tiene que permanecer en el colegio igual que todas las niñas que harán la Primera Comunión. Ya están llegando las vianderas y los azafates. Ana Isabel mira hacia el patio, hacia la reja del zaguán, en espera de Estefanía. Cecilia va a almorzar en el salón de las pequeñas, con Justina y Esperanza Caldera. Luisa Figueroa, sola, en la mesa redonda de la señorita. Ya ha llegado su almuerzo. Un gran azafate que ha traído el jardinero, porque Luisa Figueroa es rica y vive en El Paraíso en una quinta con un gran jardín. Ana Isabel y Jaime lo han visto los domingos cuando van de paseo a dar la vuelta en tranvía por El Paraíso. Ana Isabel echa un vistazo a ver que le han traído a Luisa Figueroa. ¡Pollo! ¡Luisa Figueroa va a comer pollo! ¡Y uvas! Uvas verdes, cristalinas. Y una gran vaso de leche. ¿Qué es aquello en una bandejita? Una cosa con crema… ¡Ay, qué rico debe ser! ¡Y qué servilletas! Blancas y bordadas…

Esperanza Caldera y Cecilia también tienen un rico almuerzo con pollo, frutas, dulces… Entonces ella no podrá almorzar con ninguna, porque seguro le enviarán lo que comen en su casa: arroz, caraotas…

Comerá sola. Se irá al salón de las grandes que está desierto y allí nadie la verá y no se burlarán de ella…

—Ana Isabel, ¿todavía no ha llegado tu almuerzo? ¡Ven con nosotros que te estamos esperando!

Es Cecilia quien la llama. Cecilia quiere mucho a Ana Isabel y ella quiere mucho a Cecilia. Un día, Cecilia lloraba porque se le había muerto un pajarito y Ana Isabel la había abrazado muy fuerte, a Cecilia, que tenía la cara tapada y no se dejaba ver por nadie…

¡Al fin ha llegado Estefanía con el almuerzo! Se lo han enviado en el azafate de plata. El juego de café que en su casa no usan nunca y que guardan bajo llave en la vitrina del comedor. El juego de plata que Ana Isabel y Jaime admiran tanto. Un regalo de bodas del tío Marcelino. Marcelino Alcántara, tío de su padre.

Ana Isabel y Jaime no ven casi nunca al tío Marcelino. Tan sólo una vez al año, en Navidad. Es un gran día para ellos. Los visten con sus mejores trajes y Ana Isabel no hace otra cosa que pensar en el regalo que habrá de hacerles el tío Marcelino.

El tío Marcelino es un viejito seco y apergaminado, con gorra de seda y pantuflas de cuero. Tiene mucho dinero. Cuenta su padre que posee una hacienda de café y otra de cacao, tan grandes, que se tardan días y más días en recorrerlas. Pero no es simpático el tío Marcelino. Nunca les ha dicho un cariño.

—Ana Isabel, saluda al tío Marcelino…

Ana Isabel se queda rezagada junto a la puerta. El salón donde los recibe el tío Marcelino no le gusta a Ana Isabel. Las paredes están cubiertas de retratos pintados al óleo con grandes marcos dorados. Retratos de los Alcántara. Y tienen todos un aire frío y duro,los Alcántara, dentro de sus marcos dorados. es una pieza cerrada. No tiene ventanas y no se puede mirar hacia el patio, ni siquiera un trocito de cielo. Un olor a naftalina, a sedas carcomidas, y el tío Marcelino sentado muy tieso sobre una poltrona tapizada en damasco rojo. Los demás muebles están revestidos con fundas de liencillo crudo, pero Ana Isabel sabe que son rojos, como la poltrona, porque el día del arbolito los desvisten y todo el mundo tiene derecho a sentarse sobre el damasco.

No tiene niños el tío Marcelino, ni esposa tampoco, porque no es casado. ¿Para qué tendrá tanto dinero? Cuenta su padre que ha gastado mucho en viajes. Ha vivido largo tiempo en París y habla francés. Los primos Izaguirre le llaman “grand oncle”, pero Ana Isabel y Jaime le dicen simplemente tío Marcelino. Al tío Marcelino no le gusta Venezuela ni a los Izaguirre tampoco. La señora Izaguirre suspira por irse a vivir a París. ¡Les Champs Elysées! ¡Au Bon Marché! ¡Au Bon Marché!, esa tienda tan grande que tiene tantos pisos y hasta un ascensor. Se allí le trajeron a Josefina y a Luis aquellos trajes de lana azul con cuello blanco…

El azafate de plata tiene en el centro un monograma: A. K. Alcántara, Krauss. Krauss con K, porque el abuelo de Ana Isabel era Alemán.

El abuelito llevaba también gorra como el tío Marcelino, pero no se le parecía en nada. El abuelo Krauss quería mucho a Ana Isabel y a Jaime. Los días de lluvia se sentaba con ellos a la ventana y les hacía barquitos de papel. Por las calles de piedra corría el agua negra y espesa. El barquito se doblaba con las velas hinchadas y casi naufragaba entre papeles sucios y alpargatas rotas que la corriente arrastraba del cerro.

—Allá va el capitán Jaime y la goleta Ana Isabel bogando por el Rin…

Y el abuelito reía con sus ojos azules y su bigote rubio. El Rin era lo único que el abuelo Krauss evocaba de Alemania. El Rin con sus aguas tumultuosas y alegres. Porque él había nacido en Venezuela y allí trabajó la tierra. Ana Isabel escuchaba asombrada cuanto el abuelo narraba de la hacienda, donde hacía tanto frío y los árboles eran tan altos… De cómo se levantaba de madrugada y ya estaba con los peones tomando café, comiendo biscocho de rodilla y queso blanco y duro. Porque en sus comidas el abuelo Krauss era más criollo que ningún mulato, que ningún negrito barloventeño. le gustaban las caraotas, la carne frita con cebolla y tomate, las hallaquitas y el café aguarapado. En la hacienda cantaban cantos venezolanos con voz pequeña y bien timbrada, acompañándose a la guitarra. Eran los buenos tiempos. El abuelo Krauss era un hombre fornido y alegre. En el corredor de la hacienda se tendía en el chinchorro rodeado de la familia y la peonada. Por las noches enseñaba a los hijos. Era una escuela nocturna. Después de la cena, que se servía a las seis, el abuelo sacaba sus lápices y sus cuadernos y comenzaban las clases. Historia, Geografía, Aritmética, hasta francés y baile… ¡Tralalán! ¡Tralalán! ¡Dos vueltas a la derecha, dos a la izquierda! El abuelo Krauss cantaba “Sobre las olas” o “Adiós a Ocumare”. A veces, en recuerdo del padre, entonaba muy quedo, románticos lieds que mezclaba con golpes tuyeros y corridos llaneros…

Pero los buenos tiempos pasaron pronto. Revivieron los tradicionales atropellos políticos venezolanos… El abuelo fue confinado a Curazao y perdió sus tierras. Cuando el abuelito evocaba para Ana Isabel su destierro, sus ojos se nublaban y hablaba de la isla con voz sorda. De los cielos estrellados, de las noches tibias de “Otra Banda”. De las aguas tranquilas, donde se miran blancos barcos veleros y chiquillos negros se sumergen en busca de un chelín, que lanzan los turistas desde los trasatlánticos. Allí también, como antes,

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