El caos natural

“El viernes 6 de octubre, numerosos diarios vespertinos de la ciudad dieron a conocer el crimen”. Intentaba recordar hace unos días cómo se vinculó a mi memoria este comienzo novelesco lleno de intriga; tratándose de un neófito como yo en la tradición de la novela negra, lo mejor que se me ocurría es que lo había aprendido en algún momento de agolpado ocio en el que revisé algún libro de este género que, dicho sea de paso, me ha parecido de un tiempo para acá parco y repetitivo.

Al no encontrar ninguna seguridad en mi memoria me dispuse a buscar el anhelado inicio en cada una de las novelas policiacas que sobre una estantería caótica se hallaban; ahí encontré, bajo una fina capa de polvo que lo cubría, el libro de “Asesinato” del periodista, dramaturgo y novelista mexicano Vicente Leñero y, sin más, al abrirlo se descubrió el secreto.

Aproximadamente como lo recordaba, el 6 de octubre de 1978 tuvo lugar en la capital del país el sanguinario homicidio narrado magistralmente por Leñero; la senil pareja de los Flores Muñoz, una familia vinculada a la política y a la intelectualidad mexicana de mediados del siglo XX, había sido hallada muerta en el interior de su habitación, justo en la íntima y adinerada zona residencial de Lomas de Chapultepec. Con numerosos machetazos en el cuello se presumía que el mayor y más consentido de sus nietos, un joven de 20 años llamado Gilberto Flores Alavez, por un inexplicable cúmulo de recelo, había decidido dar fin a sus vidas de manera premeditada.

El caos natural de los acontecimientos posteriores a la absoluta negativa de Gilberto de aceptar cualquier cargo en su contra, son captados por Leñero con amplia intensidad, de modo que la turbulencia incluso se interna en el alma del lector más displicente. La minuciosa hipótesis judicial del crimen aparentemente no deja cabos sueltos: las pruebas, los interrogatorios, las entrevistas y las fotografías están recogidas una a una por la habilidad periodística y prosística de Leñero, quien a pesar de todo, no aventura un solo giño de ficcionalidad ni un minúsculo espacio para su propio veredicto personal.

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