Etnografía
Enviado por mimockito • 8 de Abril de 2013 • 2.132 Palabras (9 Páginas) • 319 Visitas
GUÍA DE OBSERVACIÓN ETNOGRAFICA
FECHA DE OBSERVACIÓN 1: Abril 10 de 2012
HORA : 4:00 P.M.
Escenario: Invasión de Transuratoque, en Floridablanca Santander
OBSERVACIÓN, “DESCRIPCIÓN” COMUNIDAD
El día martes 10 de abril, me contacté con la señora Adriana Calderón, líder del barrio Transuratoque, de Floridablanca y le solicité un encuentro personal en su lugar de residencia para conocerla y explicarle mi intención de acercarme a su comunidad con el ánimo de realizar un trabajo de investigación sobre sus condiciones de vida y su relación con la ciudad.
Junto con mi compañera llegamos en taxi, hasta la carretera que del Carmen comunica al Barrio la Cumbre, lugar en el que la señora Calderón nos estaba esperando. Caminamos cerca de 200 metros por un pequeño sendero que atravesaba la falda de la montaña, esquivando los perros, los charcos y el lodo formado por el torrencial aguacero que había caído en la mañana.
A mitad de camino Adriana se detiene para mostrarnos unas ratas gigantes que se alimentaban de la basura que todo el asentamiento botaba en la ladera de la montaña, junto a los muros de cemento que la Corporación de Defensa de la Meseta había improvisado para evitar que un pequeño chorro de agua se llevara la montaña.
Desde allí se pueden divisar un conjunto de ranchos levantados rústicamente con materiales como madera, plástico, lámina de zinc y lona de vallas publicitarias de políticos. Adriana comenta que llegan a ser 200 ranchos, divididos en primera, segunda, y tercera etapa, según ella expresa con ironía: “igual que en las urbanizaciones de los ricos”. Contrasta con estos materiales los platos grises o antenas de Skype que algunas familias han logrado instalar en el techo de sus ranchos.
Llama la atención la gran cantidad de niños que nos encontramos en el camino, según Adriana, porque no tuvieron clase ese día. Juegan en grupos de 6 y 10 y mezclados los géneros. Adriana expresa que en “toda invasión lo que más hay son perros y niños”. En su sector o segunda etapa, son cerca de 120 familias y hay más de 500 niños.
Los niños juegan a los pistoleros, otros al trompo, y otros se divierten bajando guayabas a pedradas, de uno de los pocos árboles frutales del sector. Otro grupo de niños juegan al lazo en un llanito que está abandonado porque según cuenta Adriana, su dueña tiró el rancho luego de que le dieran bala a su esposo.
Se observa que en los sitios aledaños donde no hay ranchos, se levantan algunas matas de plátano, yuca y maíz. Según Adriana son de los campesinos desplazados de landázury que añoran su tierra.
El conjunto de ranchos están organizados en hileras, separadas por zanjones que semejan unas caminos de piedra, madera y lodo, donde se aprecian tuberías a la vista, algunas de un acueducto improvisado y otras que conducen las aguas negras hacia la hondonada. Cada rancho tiene en su puerta un número marcado con brocha que la identifica como parte del censo hecho por la Alcaldía para controlar su expansión.
Algunos ranchos han logrado mayor estabilidad con pequemos muros de piedra, sacos de arena, y otros con mezcla de cemento. Las viviendas que se ven más seguras son aquellas que han logrado encerrar en madera. Los pisos son de barro, otros de piedra acomodada y también los hay en cemento liso. Casi todo tiene como techo plásticos, lonas y láminas de zinc.
Al frente de cada casa se ven mujeres y niños sentados como esperando que pase el tiempo. Se escuchan conversaciones de reuniones en la alcaldía, del aguacero de la mañana, del vecino que dejó abandonar el rancho, y de los vagos que no dejaron dormir la noche anterior.
Algunos ranchos dejan ver letreros que anuncian tiendas, trabajos de costura, venta de tamales y unas fotocopias pegadas a manera de cartelera, de recibos del agua y de la luz. El servicio de agua y de luz son comunitarios y se pagan con una colecta entre todos. La encargada de recoger la plata exhibe en la fachada de su rancho la copia de la respectiva consignación para que la comunidad sepa que su plata fue a dar a la empresa de servicios. Ese día no había agua y nadie sabía por qué. En la calle se veía a la gente pasar con platones y baldes llevando agua desde donde la vecina precavida, hasta sus ranchos para las labores de la cocina.
La gente se percata de nuestra presencia en la casa de la líder, y su calle empieza a llenarse de vecinos intrigados por saber quiénes somos. Adriana les comenta que somos de la universidad que estamos haciendo un trabajo y la gente se relaja un poco. Las mujeres visten de chor corto, vestidos un poco desaliñados y sandalias. Los niños se ven en pantaloneta y los pocos hombres adultos que se ven están sin camisa, con pantalones embarrados, algunos con sombrero y botas plásticas.
Los olores son diversos y característicos. Al comienzo se siente que el ambiente está dominado por un olor a hierba, barro putrefacto, caño, basura revuelta y caca de perro. Cuando pasan las horas el olfato se ha habituado tanto que el único olor que se percibe es el de barro revuelto.
La gente comenta que si esa noche llueve tan fuerte como en la mañana habrá una tragedia. Adriana conversa con sus vecinas para organizar una jornada de inspección y de reparación de los zanjones para tratar de estabilizar los que se vena en mayor riesgo. Según ella, cada piedra y cada árbol que tienen son su tranca, pero también su mayor peligro con tanto aguacero.
En vista de que se acaba la tarde y se viene la noche, decido que es hora de salir del barrio y concertar una nueva cita para la semana siguiente. Adriana me acompaña hasta la avenida. En el camino ella saluda a los jóvenes con expresiones afectuosas como “qui´ubo papi”, “hola hijo”, a lo que le responden con gestos de aprobación con sus manos, mientras comparten un “porro” de marihuana. Adriana dice que con esos pelados hay que estar bien para que lo respeten a uno.
Es de noche, el
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