LA PRESION DE LOS PADRES CONDUCE A PROBLEMAS PSICOLOGICOS QUE AFECTA LA COMUNICACIÓN DE LOS HIJOS
Enviado por KatherineRivas19 • 26 de Junio de 2014 • 1.562 Palabras (7 Páginas) • 454 Visitas
¿QUÉ PASA SI LOS PADRES EXIGEN DEMASIADO?
Los padres pueden ser una guía y un agente motivador o un factor de presión. El aumento de las urgencias económicas es directamente proporcional al incremento de las presiones de los padres y el entorno: “presión es exigir al otro más de lo que puede dar”.
Muchas veces el nivel de auto-exigencia puede ser destructivo, con metas demasiado altas: “Tengo que ser mejor, perfecto, no me puedo equivocar”.
Hay padres convencidos de que sus hijos rendirán más si ellos son muy exigentes, si en lugar de felicitarles por lo ya conseguido remarcan lo que aún tienen pendiente.
Según los psicólogos y pedagogos aseguran que son muchas las familias que presionan a los hijos, especialmente en el ámbito académico, y que este exceso de exigencia está detrás de muchos de los problemas que llegan a sus consultas. Aunque algunos donde más aprieten sea en el ámbito académico, la mayoría de padres exigentes suelen serlo en todo: en el orden, en las tareas de casa, en los horarios, en el deporte, en las actividades de ocio… porque tienen la exigencia y el deseo de perfección como valor de su filosofía familiar.
Y ¿qué ocurre cuando se pide demasiado? Todo depende de las capacidades, de los intereses y del carácter del niño. Si puede y quiere alcanzar las elevadas metas que le marcan, es posible que tenga un rendimiento óptimo y acabe desarrollando una personalidad exigente y perfeccionista, como la de sus progenitores. Si los objetivos le resultan inalcanzables o no le gustan, se frustrará, se bloqueará o se rebelará. En todo caso, lo normal es que acabe siendo una persona insegura, dependiente, con baja autoestima, predispuesta a la ansiedad y con poca emotividad y espontaneidad.
Cuando los padres se pasan de exigencia, cuando presionan para que el hijo responda a su proyecto y están permanentemente encima de él diciéndole lo que ha o no ha de hacer, se provoca dependencia. “De pequeños pueden resultar muy obedientes y ordenados, pero son niños con poco criterio y poco autónomos, y eso puede dar problemas cuando sean adolescentes y adultos; porque si no interiorizan los valores les resultará difícil tomar decisiones y esperarán que alguien les diga lo que han de hacer”. Cuando los niños crecen obsesionados con lo que han de hacer y nunca se tiene en cuenta lo que les apetece hacer, inhiben el afecto y los sentimientos, y al crecer serán personas con poca emotividad, que no saben automotivarse porque no han desarrollado intereses propios. Cada hijo es distinto, y que para saber qué y cuánto exigir hay que conocerlos.
Según los expertos, el exceso de exigencia suele ser un problema de actitud. “El nivel de exigencia puede ser alto, pero si va acompañado de una buena comunicación, de muestras de cariño y de un buen colchón afectivo, cuando el niño no consiga el objetivo no pensará que está condicionando el afecto de sus padres, pensará que puede llevarse una bronca pero que no por eso van a dejar de quererle
ALGUNOS ANTÍDOTOS
Afecto El mejor antídoto ante un exceso de exigencia son las muestras de afecto. Explican los psicólogos que no es sólo cuestión de besar, abrazar y decir a los hijos cuánto se les quiere –que también–, sino de dar pie a momentos en que el niño se sienta orgulloso de sí mismo porque sus padres se muestran orgullosos de él. “Hay que saber reconocer los esfuerzos y reforzar lo positivo para que el niño tenga momentos en que se sienta satisfecho cien por cien, aunque los padres sepan que no todo lo ha hecho cien por cien correcto; luego, en otro momento, ya podrán hacer hincapié en lo que está fallando o pincharle para que se esfuerce más”, explica Gonzalo Hervás. La clave es que los hijos se sientan apoyados, valorados, y no sólo exigidos. “Educarles es ejercer la autoridad con amor, con sentido común, animándoles, diciéndoles que sí pueden cuando se desaniman, dando ejemplo, reforzándoles positivamente y aplicando los castigos no para dañar, sino para que no traspasen los límites”, resume Isabel Menéndez Benavente
Disfrute Tiberio Feliz añade que es importante buscar momentos para pasarlo bien juntos, para conversar, reírse, hablar de emociones y disfrutar del ocio en común, para que la relación familiar tenga otras oportunidades que no sea hablar de a quién le toca recoger la mesa o de cómo comportarse. Si no, la vida familiar resulta muy ingrata.
Autonomía En lugar de controlar todo lo que hacen los hijos y cómo lo hacen, hay que darles autonomía, dejarles que tomen decisiones, que desarrollen intereses propios, admitir que es normal que unas cosas gusten más que otras para que aprendan a tener automotivación y sepan tolerar la frustración.
CONSECUENCIAS
Poco rentable
Pasarse el día diciendo a los hijos lo que han de hacer y plantearles unas altas exigencias puede parecer inicialmente rentable, porque cuando son pequeños, por agradar a sus padres, los niños se esfuerzan por cumplir sus órdenes. Pero a medida que crecen, esa presión se transforma en daños.
Poca espontaneidad
A la pasividad y la baja autoestima suman el temor a que lo que hagan o digan no encaje en los objetivos o intereses que los otros han marcado para ellos.
Dependencia
Esperan
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