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La Lengua Escrita Elemento Clave De Articulación Entre Preescolar Y básica Carlos Sánchez La Articulación De Los Niveles De Educación Preescolar Y Educación básica Ha Sido Motivo De Preocupación Desde Hace Tiempo, Y Lo Sigue Siendo, En Razón De


Enviado por   •  9 de Octubre de 2012  •  4.284 Palabras (18 Páginas)  •  1.242 Visitas

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La Lengua escrita

elemento clave de articulación entre preescolar y básica

Carlos Sánchez

La articulación de los niveles de educación preescolar y educación básica ha sido motivo de preocupación desde hace tiempo, y lo sigue siendo, en razón de las dificultades que confronta un gran número de infantes para superar el desafío que representa el tránsito de uno a otro nivel.

En el momento actual, en nuestro país se está iniciando un proceso revolucionario de cambio, en el cual la educación constituye un elemento angular. Los preescolares bolivarianos y las escuelas bolivarianas deben ofrecer al pueblo una solución real a los problemas que lo aquejan, pero no sólo por el hecho de garantizar una alimentación apropiada a los alumnos, no sólo por mantener abiertas sus puertas durante la jornada completa (que si la enseñanza no cambia sería más de lo mismo y que si es mala sería doblemente mala). Se trata de que las instituciones de la Nueva República brinden la posibilidad de que los niños de los sectores menos privilegiados dejen de sufrir las consecuencias de la marginalidad, dejen de partir en una situación de desventaja irrecuperable en la carrera académica, que dejen de sufrir la permanente amenaza de la repitencia y de la expulsión encubierta, y puedan acceder a la educación en igualdad de oportunidades, compartiendo los derechos y los deberes inherentes a todos los venezolanos.

Nos preocupa precisamente la situación en la que se encuentran muchísimos de nuestros niños, que por no disponer desde la más temprana edad de las condiciones que les permitan apropiarse sin esfuerzo de un instrumento comunicacional e intelectual imprescindible como es la lengua escrita, tropiezan con obstáculos que en ocasiones son insalvables, pero que en todo caso son evitables. Y que si asumimos nuestra responsabilidad como docentes, constructores de futuro, debemos aceptar que es nuestro deber evitar.

El fin de la inocencia

Es frecuente que las dificultades mencionadas en el paso del preescolar a la escuela básica se atribuyan al cambio de ambiente, a las marcadas diferencias en las metodologías utilizadas por los maestros de preescolar y básica, así como a las diferencias en las actividades propias de cada currículum. De acuerdo con estas explicaciones, tendría lugar un choque entre el pasado y el presente, un pasado de libertad y un presente de disciplina, entre un compartir centrado en el niño y un quehacer académico regido por la enseñanza. El fin de la inocencia, el llamado a la realidad.

En estas circunstancias, el niño que sale de preescolar sufriría las consecuencias de tener que aceptar –y más que eso, internalizar– nuevas “reglas de juego”. La disciplina impuesta, la pérdida o el menoscabo de su iniciativa y de su libertad de acción, las exigencias del proceso de enseñanza, todo ello se expresaría en una limitación de las posibilidades de comunicación de ese niño, en un doble sentido, como emisor y como receptor en la relación con su maestro o maestra, lo que, como es obvio, puede traer aparejados múltiples y graves inconvenientes. Por esta razón, han sido muy frecuentes las sugerencias tendientes a modificar el ambiente del o de los primeros años escolares, tanto en lo físico (mesitas en vez de bancos, niños en círculo y no en filas, etc.) como en lo pedagógico (mantener la libertad de escogencia del niño y no imponer la enseñanza).

El lado positivo de la transición

No es posible negar la realidad de estos factores “ambientales”. No obstante, es de interés examinar el problema desde una perspectiva diferente. En primer lugar, es preciso tomar en cuenta las expectativas positivas que alberga el niño con respecto al nuevo régimen que le espera en la escuela básica, régimen que “conoce” de antemano, sabiendo que incluye mayor disciplina y responsabilidad, y que en principio acepta tal vez hasta con gusto y con legítimo orgullo, en tanto se le presenta como una condición para aprender dos cosas que son –tanto para él como para su familia– extremadamente importantes: la lectura y la escritura. Los niños que pasan a la escuela básica lo hacen sabiendo que allí van a dejar de ser “analfabetos” (¡cómo se comparan con sus hermanos menores y mayores!), y ese aprendizaje de las “primeras letras” es con toda evidencia, uno de los puntos centrales de sus expectativas, y por supuesto, de sus temores.

En segundo lugar, cabe tomar en cuenta la expectativa que tienen los niños al salir de preescolar, de vivir la experiencia de “ser grande”, de cumplir horarios, de hacer tareas, de pisar el primer peldaño de una larga carrera como es la escolaridad básica, que tanto ellos como sus padres esperan les ocupe los próximos nueve años de su vida. Los símbolos del cambio son contundentes: un edificio enorme (o un lugar diferente en ese mismo edificio), la camisa blanca, la posibilidad (o la obligación) de llegar solos a clase, el bulto con libros y cuadernos, el departir –y empezar a compartir– con niños mayores, que hablan de tantas cosas nuevas que hasta ese momento les estaban vedadas por su condición de preescolar.

Con todo esto queremos decir que, en principio, el balance vivencial del niño que egresa de preescolar e ingresa a la educación básica no sólo está formado por pérdidas, sino, y fundamentalmente, por ganancias. Como ocurre en todas las actividades de la vida, todo crecimiento obliga a dejar atrás cosas que fueron muy queridas en el pasado, abandonar el refugio de lo conocido para aventurarse en lo novedoso y por lo tanto desconocido. Nacimiento y muerte en una relación dialéctica. Todo aprendizaje es doloroso en la medida en que nos obliga a abandonar conocimientos que nos dieron seguridad, tal vez durante mucho tiempo.

El niño y los currícula

Las causas que dificultan la adaptación al régimen escolar no deben buscarse en el propio niño. Creemos conveniente llamar la atención en torno al hecho de que no existe a priori, desde el punto de vista biológico, lingüístico, cognoscitivo, psicomotor, perceptual o emocional, ninguna ruptura marcada en el desarrollo del niño entre las edades de cinco y seis años, o entre las edades de seis y siete años. No hay cambios hormonales como podría haberlos en la adolescencia, a esas edades el niño ya ha culminado la adquisición del lenguaje, en esta etapa de su desarrollo intelectual, no se presentan “saltos epistemológicos” determinantes, que impliquen “riesgos” pedagógicos. Atrás han quedado los tiempos en que se creía poder discernir una madurez para la lectura y la escritura (por ejemplo a través del tan inútil como célebre test ABC). En lo afectivo, se encuentra

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