Marx, Darwin Y Freud- El Mundo De Sofía
Enviado por franciscaacelis • 19 de Octubre de 2014 • 19.906 Palabras (80 Páginas) • 474 Visitas
Marx
... un fantasma recorre Europa...
Hilde se levantó de la cama y se puso junto a la ventana que daba a la bahía. Había empezado el sábado leyendo sobre el cumpleaños de Sofía. El día anterior había sido su propio cumpleaños. Si su padre había calculado que le iba a dar tiempo a leer hasta el cumpleaños de Sofía, había calculado muy por lo alto. No hizo otra cosa que leer durante todo el día anterior. Pero había tenido razón en que sólo faltaba por llegar una última fe-licitación. Era cuando Alberto y Sofía habían cantado «Cum-pleaños feliz». A Hilde le había dado un poco de vergüenza.
Luego Sofía había hecho las invitaciones para su «fiesta filosófica en el jardín», que se celebraría el mismo día en que el padre de Hilde regresaba del Líbano. Hilde estaba conven-cida de que ese día sucedería algo que ni ella ni su padre te-nían bajo control. Una cosa sí era segura: antes de que su padre volviera a Berjerkely le daría un pequeño susto. Era lo menos que podía hacer por Sofía y Alberto. Le habían pedido ayuda.
Su madre seguía en la caseta. Hilde bajó de puntillas al piso de abajo y fue a la mesita del teléfono. Buscó el teléfono de Anne y Ole en Copenhague y marcó todos los números, uno por uno.
–Anne Kvamsdal.
–Hola, soy Hilde.
–¡Qué sorpresa! ¿Qué tal va todo por Lillesand?
–Muy bien, de vacaciones. Y sólo falta una semana para que papá vuelva del Líbano.
–¡Qué contenta estarás, Hilde!
–Sí me hace mucha ilusión. Sabes en realidad llamo por eso...
–¿Ah sí?
–Creo que su avión llega a Copenhague sobre las cinco el día 23.
¿Estaréis en Copenhague ese día?
–Creo que sí.
–Quería pediros un pequeño favor.
–¡Faltaría más!
–Pero es un poco especial, ¿sabes?; no sé si se puede hacer.
–Suena muy interesante...
Y Hilde comenzó a explicarle. Habló de la carpeta de ani-llas, de Alberto y Sofía y todo lo demás. Varias veces tuvo que volver a empezar porque ella o su tía, al otro lado del teléfono, se echaban a reír. Cuando por fin colgó su plan estaba en marcha.
Luego tendría que hacer algunos preparativos allí mismo, pero aún no corría prisa.
Hilde pasó el resto de la tarde y noche con su madre. Fueron al cine a Kristiansand, porque tenían que «recuperar» un poco del día anterior, que no había sido un verdadero cum-pleaños. Al pasar por la entrada del aeropuerto, Hilde colocó algunas piezas mas en el rompecabezas que tenía presente constantemente.
Por fin, cuando ya tarde se fue a acostar, pudo seguir leyendo en la gran carpeta de anillas.
Eran casi las ocho cuando Sofía se metió por el Ca-llejón. Su madre estaba con las plantas delante de la casa cuando Sofía llegó.
¿De dónde vienes?
–Vengo por el seto.
–¿Por el seto?
–¿No sabes que hay un sendero al otro lado?
–¿Pero dónde has estado, Sofía? Una vez más, no me has avisado de que no vendrías a comer.
–Lo siento. Hacía tan bueno. He dado un paseo larguísimo.
Su madre se levantó de la maleza y miró fijamente a su hija.
–¿No habrás vuelto a ver a ese filósofo?
–Pues sí. Ya te dije que le gusta mucho dar paseos.
–¿Vendrá a la fiesta?
–Sí, le hace mucha ilusión.
–A mí también. Estoy contando los días que faltan, Sofía.
¿Había un matiz irónico en la voz? Para asegurarse dijo: –Menos mal que también he invitado a los padres de Jorunn. Si no, hubiera sido un poco violento.
–Bueno... de cualquier forma, yo quiero tener una conversación privada con ese Alberto, una conversación de adultos. –Os dejaré mi cuarto. Estoy segura de que él te va a gustar –Hay algo más. Ha llegado una carta para ti.
–Bueno...
–Lleva el matasellos del Batallón de las Naciones Unidas.
–Es del hermano de Alberto.
–Pero Sofía, ¡ya está bien!
Sofía pensó febrilmente. Y en un par de segundos le llegó una respuesta oportuna. Fue como si alguien le hu-biera inspirado, echándole una mano.
Le dije a Alberto que coleccionaba matasellos ra-ros. Y a los hermanos se les puede utilizar para muchas co-sas, ¿sabes? Con esta respuesta consiguió tranquilizar a su madre. La comida está en el frigorífico –dijo la madre en un tono un poco más conciliador.
–¿Dónde esta la carta?
–Encima del frigorífico.
Sofía se apresuró a entrar en la casa. La fecha del ma-tasellos era 15. 6. 90. Abrió el sobre, y encontró dentro una pequeña nota.
¿De qué sirve esa constante creación a ciegas si todo lo creado simplemente desaparecerá?
Sofía no tenía ninguna respuesta a esa pregunta. Antes de sentarse a comer, dejó la nota en el armario junto con todas las demás cosas que había ido recogiendo du-rante las últimas semanas. Ya se enteraría de por qué le ha-bían hecho esa pregunta.
A la mañana siguiente, Jorunn fue a hacerle una vi-sita. Primero jugaron al badminton y luego se pusieron a hacer planes sobre la fiesta filosófica en el jardín. Tendrían que tener algunas sorpresas preparadas por si la fiesta de-caía en algún momento. Cuando su madre volvió del trabajo, seguían hablan-do de la fiesta. La madre repetía una y otra vez: «Esta vez no se escatimará en nada». Y no lo decía en un sentido iró-nico. Era como si pensara que una «fiesta filosófica» era exactamente lo que Sofía necesitaba para volver a bajar a tierra después de esas intranquilas semanas de intensa for-mación filosófica. Aquella noche lo planearon todo, desde las tartas y los farolillos chinos, hasta concursos filosóficos con un li-bro de filosofía para jóvenes de premio. Si es que había al-gún libro para jóvenes..., Sofía no estaba muy segura.
El jueves 21 de junio, cuando sólo quedaban dos días para San Juan, volvió a llamar Alberto.
–Sofía.
–Alberto.
–¿Qué tal?
–Perfectamente. Creo que he encontrado una salida.
–¿Una salida a qué?
–A lo que tú sabes. A esta prisión espiritual en la que ya llevamos demasiado tiempo.
–Ah, eso...
–Pero no puedo decir nada sobre el plan hasta no haberlo puesto en marcha.
–¿Y eso no será muy tarde? Tendré que saber en qué estoy participando, ¿no?
–Ay, qué ingenua eres. ¿No sabes que están escu-chando todo lo que decimos? Lo más sensato sería, pues, callarse.
–¿Tan mal está?
–Claro que sí, hija mía. Lo más importante tiene que suceder cuando no hablemos entre nosotros.
–Ah...
–Vivimos
...