Memoria
Enviado por loydid • 16 de Agosto de 2012 • Ensayo • 1.191 Palabras (5 Páginas) • 413 Visitas
Tengo una excelente memoria. Recuerdo mis esfuerzos por aprender a caminar y a pararme cogido de la pata de la mesa en el comedor de mi casa. Sin embargo no recuerdo cómo aprendí a leer. Solo recuerdo mi angustia por saber lo que decían los personajes de los chistes, o cómics, como les dicen ahora. Un tío me contaba los diálogos y en algún momento, de algún modo, logré interpretar el texto dentro de los globos. Cuando ingresé al primer grado ya leía de corrido. La maestra me interrumpía para pedirme que leyera más despacio porque no podían seguirme.
Durante la primaria devoré la colección de revistas argentinas y mexicanas heredadas de mis tíos. Luego inicié mi propia colección de chistes de Disneylandia, Superman, Archie, etc. Docenas de personajes poblaban los quioscos y me faltaban ojos para recorrer las tiras de chistes colgadas en sus costados hasta ubicar el que me faltaba. Luego descubrí el fascinante mundo de los cuentos de hadas, las fábulas de Esopo y las Mil y una Noches.
Mi encuentro con los libros serios fue temeroso, pues tenía prohibido tocar los libros de mi abuelo. En especial su colección de Vargas Vila, donde alcanzaba a leer títulos como “Malditas sean las mujeres” y “Flor de Loto”. Incluso Mario Vargas Llosa era una especie de escritor maldito que era mejor no leer. Había que mantenerse alejado de “La casa verde”. Un día no aguanté y cogí un libro del armario sin que nadie me viera. Lo leí rápido y de corrido. Fue “El sexto” de José María Arguedas. Pintaba un lugar tan tenebroso que no pude evitar preguntar si aquel lugar existía. “Si, existe”, me dijeron.
El siguiente libro fue el primero de los muchos que cambiaría mi perspectiva de la vida. Fue “El Tungsteno” de César Vallejo, y el primer autor al que empecé a seguir buscando sus libros como un adicto. Para cuando llegué a secundaria ya había leído a Ciro Alegría y… a Mario Vargas Llosa, entre muchos excelentes escritores peruanos. En la secundaria formamos una especie de club lector. Tuve a un compañero que resultó una verdadera máquina de leer, pero además sabía algo que hasta entonces yo ignoraba: la crítica literaria.
Nos sentábamos en el recreo a comentar libros y recomendarnos obras. Así llegaron a mis manos “Los hijos de Sánchez”, “Papillón”, “Trópico de Cáncer”, “Cien años de soledad”, etc. Tenía una tía que cada vez que venía a Lima se compraba un montón de libros. Iba a la librería y le decía al dependiente, señalando con su mano: “Deme de aquí hasta aquí”. Cuando llegaba a casa yo examinaba todos los libros con ansiedad, y le rogaba a que me dejara algunos hasta su próximo viaje. Eso me obligaba a leer rápido.
De la época escolar solo recuerdo mis lecturas. El colegio era algo secundario, en todo sentido. Llegaba a casa cerca a las 2, almorzaba y hacía siesta hasta las 4. Luego me duchaba y empezaba las odiosas y estúpidas tareas escolares. A las seis encendía la radio en la nueva FM de Radio Miraflores para escuchar música del recuerdo. Hasta las 8 terminaba con todo lo del cole, luego de cenar algo me iba a la cama alrededor de las 9. Entonces empezaba a leer. Leía hasta la una o dos de la mañana. Aunque había noches en que me pasaba de largo.
La universidad cambió necesariamente mis lecturas. Poco a poco abandoné las novelas y me metí en el mundo de la filosofía, la política, la economía, la antropología, etc. Los ensayos tomaron el lugar de la novela. Entonces llegaron
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