Mi Amigo Quincho
Enviado por Gerardo Vindel • 25 de Septiembre de 2016 • Trabajo • 3.674 Palabras (15 Páginas) • 182 Visitas
Mi Amigo Quincho (original)
Hoy, en la ciudad de Juticalpa salude´ a mi amigo Quincho, me emocione´ mucho después de veinticinco años sin vernos, nos dimos un fuerte abrazo y se humedecieron mis ojos, cuando nos separamos también vi lágrimas en sus ojos. Yo me quede de una pieza al ver los estragos que los años han hecho en la anatomía de mi amigo y creo que el hecho de ver mi asombro, pues también sin soltar mi brazo me examino de pies a cabeza y quizás pensó lo mismo pero no me lo dijo.
Nuestra platica fue de casi dos horas, con interrogantes de ambos lados y esa noche al llegar a casa con un sabor agridulce en mi mente, después de escarbar tanto en aquellos viejos tiempos, le di luz verde a mi mente que trajo con detalles episodios que aquí están en lo más profundo de mi ser y que aquí narrare lo mejor que pueda.
El día 1 de febrero de 1960 yo llegue a primer curso del plan básico en el Instituto La Fraternidad, y Juan Enrique Cardona, al que por alguna razón apodaban Quincho Peludo estaba ya en tercero. Total pues era ya más viejo, pero le gustaba más la tertulia con los novatos que con sus propios compañeros y como éramos cipotes de unos doce, trece o catorce años, nosotros le creíamos todo lo que el malvado Quincho decía, además él ya tenía 17. Era banda de ingenuos que lo seguíamos a donde quiera que nos quisiera llevar. En los recreos bajo el tamarindo del colegio, siempre había un grupo de babosos en rueda con la bocota abierta oyendo las mil y una mentira que contaba.
Estoy trasladado al año mi novecientos sesenta hasta sesenta y cinco, cuando no había en mi amada Juticalpa ni una tan sola calle pavimentada y lo más atractivo del lugar era el parque Flores que tenía una hermosa verja a su alrededor y pavimentado con ladrillo de barro.
Todas las noches, aunque lloviera, tronara o relampagueara, a las seis y media la vieja casona de adobe donde funcionaba el Cine Palace se iluminaba y Lito Olivera por los alto parlantes que colgaban de las ventanas deleitaba con un programa musical que iniciaba con el vals Danubio Azul, anunciaba la película del día, ponía música de los Panchos y a las siete en punto, otra vez el Danubio Azul y terminaba la música para empezar la película.
Esa media hora era para jóvenes y viejos un rato placentero, para dar vueltas alrededor del parque, conversando o para encontrar y ver a la muchacha que nos gustaba, pues era muchísima gente la que disfrutaba de ese singular paseo. Al oír la última melodía del programa, o sea de nuevo el Danubio Azul todos corrían a comprar su boleto para entrar al cine. La entrada valía sesenta centavos luneta y cuarenta galería, palco era para los poderosos y valía ochenta.
Un día me dispare y yo solo me fui a ver una tonta película de Rocky Lane, a galería de lo que me arrepentí mil veces, pues no empezaba la película cuando fui sorprendido por un salvaje que se orino en mi espalda ante las escandalosas risotadas de la chusma. Cuando sentí lo caliente de aquel fuerte y hediondo chorro en mi espalda, salí corriendo de allí, pero ya me habían miado. Ni supe quien fue y jamás en mi vida volví a ese lugar.
Quincho siempre fue mi paño de lágrimas, cuando exhibían una buena película y no tenía completa mi entrada, allá va Arnulfo… Quincho, ajustame la entrada. …¿Y cuánto te falta? Un veinte …Ahí renegaba pero jamás se fue al cine dejándome afuera.
El portero de Luneta era un viejito prietio, prietio, llamado Peto Chávez y no lo queríamos porque no nos dejaba entrar sin boleto y cuando la cinta se reventaba, desde la oscuridad la gente gritaba…¡Están robando!, ¡Peto, ladrón! y el pobre Peto no tenía nada que ver pues las máquinas de proyección estaban en el segundo piso.
Me preocupaba en conseguir mi entrada cuando la película era en Tecnicolor, pues la mayoría eran en blanco y negro y muy malas, en ese caso nos quedábamos en una banca del parque casi siempre frente a la iglesia, platicando y sobre todo oyendo las perras de Quincho, Yo era su fiel oyente.
Había en ese tiempo en La Fraternidad una maestra de la vieja guardia llamada Trinidad Casco que trataba de ocultar su centenaria edad con capas cosméticas de polvos en su cara. Su cabello teñido de un negro azabache, con partido al centro y una larguísima trenza hacia su espalda nos ponía a dudar de su edad, además decían que era señorita, todos lo dudaban, pero yo no porque ¿Quién?
Era pues esta catedrática lo que hoy los alumnos llaman “Yuca” por su severidad con los alumnos. Servía la clase de Biología a los cursos superiores, con las mismas técnicas de hacia muchísimos años, era ella invencible hablando de la célula.
Una noche, Quincho nos contó que a su aula llego la profesora Trina y que para empezar la clase, puso un pie sobre el asiento del pupitre delantero, se subió el vestido hasta media pierna y en un saz se enrollo la media de hilo que usaba, quitándosela, se froto con su dedo índice en medio del dedo gordo del pie desnudo y se sacó una rosquilla negra de mugre que mostro a los alumnos entre sus dedos diciendo… Esto que ven aquí no es sucio, son células muertas.
Nos reíamos a reventar, pero mi problema era que yo creía que era cierto y no solo yo, sino que varios adolescentes jilotes que estábamos allí le creíamos. Tenía un arte especial y único para levantarle perras a medio mundo, creo que por eso tenía tanta popularidad en los grupos de estudiantes.
Cierto día apareció y me dijo que tenía una oportunidad de trabajo para mí, me explico que un grupo de jóvenes, hijos de riquitos del pueblo habían alquilado una casa frente a la tienda de don Tito Pizzaty para que funcionara un club, que sería exclusivamente para jugar Pin Pon.
Mi trabajo seria abrir el dichoso club a las seis y cerrarlo cuando dejaran de jugar, que eso sería un máximo de una hora y mi sueldo seria de cinco lempiras mensuales. Como yo siempre he sido Juan Vendemelas, bueno, todavía lo soy pero ya no tanto, acepte y cumplí con la responsabilidad encomendada, solo que nunca me pagaron nada. Ahora, cincuenta y tres años después y ya viejos le reclamo a Quincho el pago de un mes y medio de salarios no percibidos, que sería un total de siete cincuenta, pero el hombre se hace el baboso. Yo ya le perdone.
Había en ese tiempo una radio emisora que funciono primero en esa casa de esquina del parque Flores, frente al Banco Atlántida, era Radio Mil Treinta y era escuchada en los alrededores de Juticalpa hasta en el último rincón, con un eslogan que decía “La Primera en Olancho” El propietario era el PM Bayardo Rodríguez, este era un burócrata capitalino, alcohólico bebedor permanente, de brillantes ideas, olanchano de pura cepa que pasaba toda la semana
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