Perseverancia
Enviado por carlhos • 14 de Noviembre de 2014 • 1.572 Palabras (7 Páginas) • 181 Visitas
- DESTINO Y PERSEVERANCIAI
-Un encuentro casual……………………………………………. 2
II –La historia de un gran amor……………………………………13
III –Las consecuencias de la guerra………………………………23
IV- Amargo reencuentro………………………………………….33
-Capítulo final – Los gatos de la diosa Bastet……………………40
-Epílogo………………………………………………………….48
“Hay personas con las que convivimos, nos cruzamos y tratamos a diario durante toda
una vida, y lo desconocemos todo de ellas, en cambio con otras unas horas son
suficientes para conocer sus más profundos sentimientos y los recovecos más ocultos
de sus almas”
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I
- Un encuentro casual -
En las últimas semanas se había convertido en una costumbre habitual, el pasear al
atardecer por Las Ramblas, recreándome con las baratijas y mercancías, que los
tenderetes asentados a un lado y otro del gran bulevar mostraban de forma permanente
al transeúnte, cual si se tratase de un gran zoco en una exótica y lejana ciudad árabe.
Allí se podían contemplar desde pañuelos de seda, a prendas de muselina y seda, así
como hábitos y ropajes de todo tipo; allí se hallaban expuestos todo tipo de abalorios
de múltiples formas y colorido. Incluso era frecuente que algún vendedor avispado y
atrevido, pudiese ofrecer objetos presentándolos como reliquias y antigüedades
arcaicas y extrañas, las cuales afirmaba y perjuraba, que procedían de excavaciones
realizadas en lugares lejanos y que habían sido extraídas de las ruinas de lo que alguna
vez fueran grandes urbes llenas de vida, y que hoy se hallaban convertidas en
necrópolis perdidas entre desiertos y arenas; unas veces ofrecían un viejo papiro en el
cual se apreciaban inscritos enigmáticos jeroglíficos, que nos situaban en el Antiguo
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Egipto faraónico y cuyo significado – afirmaban los embaucadores vendedores- nos
hablaba de la transmutación y reencarnación, de aquellos que los poseían, bien
haciéndonos sentir como un sacerdote del templo de Tebas dedicado a Amón, o bien
convenciéndonos de que podríamos vernos transmutados como si fuésemos el
mismísimo faraón Allamistakeo de la -III Dinastía, que había vuelto a la vida
ocupando nuestro cuerpo. Otras veces, aquello que nos ofrecían eran unas figuras
estilizadas y esquematizadas trabajadas en ébano, procedentes del lejano y antaño
misterioso continente negro, a las cuales concedían portentosos poderes mágicos
merced a los rituales animistas efectuados por poderosos brujos del África Central, que
les conferían a quienes las poseían la capacidad de manipular tanto el bien, como el
mal, o adivinar el futuro, conociendo el pasado y, naturalmente predecir el presente.
Al llegar al final de Las Ramblas, continuaba mi paseo hasta el antiguo puerto
pesquero, atraído por su olor a sal, y por la nostalgia del recuerdo de jornadas
interminables en contacto con el sabor y el tacto de aquel universo fascinante y
aventurero, que allí se podía respirar en aquellas horas del día.
Contemplaba el ocaso del Sol al desaparecer en la línea del horizonte, al tiempo que las
embarcaciones de los pescadores arribaban y atracaban en el viejo puerto, portando su
carga de peces, que saltaban en las cajas e inundaban con resplandores brillantes y
plateados la Lonja.
Hasta allí acudían los comerciantes de los numerosos bares y bodegas del viejo barrio
marinero, así como los curiosos y turistas que se allegaban a presenciar el ritual diario
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de la subasta del pescado recién descargado, y en la que todos pujaban por conseguir
parte de aquel sabroso botín arrebatado al mar .
Me encontraba absorto en el placer que me proporcionaba aquel ambiente bullicioso,
cuya tradición se remontaba a tiempos remotos y a cuyos efectos beneficios atribuía
yo, la capacidad de mitigar mis angustias y aflicciones, a las cuales hasta ahora, ningún
especialista había hallado solución, cuando escuché a mis espaldas unos sonidos que
me obligaron a prestar mi atención
- ¡Pshh…! ¡Phsss…! ¡Eh…!
Aquellos insistentes y requisitorios sonidos me rescataron, al tiempo que distrajeron
mi mente de la abstracción placentera en la que mi memoria y mi espíritu se hallaban
sumidos, a pesar del ajetreo y bullicio del lugar.
-¡Phss…! ¡Eh! ¡Oiga joven! Sí usted. Por favor. ¿Podría ayudarme?
Un anciano de ojos cansados y soñadores, cuya edad oscilaría los ochenta años bien
llevados, se dirigía a mí, al tiempo que señalaba a un destartalado Citroën 2caballos,
de color verde caramelo deslavado. Vestía un pantalón de marca muy bien planchado, y
una camisa de mangas largas, las cuales llevaba remangadas hasta los codos y bajo la
cual se percibía el armazón de lo que alguna vez pudo ser un cuerpo esbelto y fornido.
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-Por favor joven, podría usted ayudarme dándole un empujoncito a este viejo
compañero que no consigue arrancar –Me dijo, al tiempo que me señalaba el Citroën
2Cv. de color verde, deslavado por el paso de los años.
Bastó un ligero empujón para que las bielas de aquel cansado motor cobrasen vida y
alegría, y se pusiesen de nuevo en movimiento.
El anciano me recompensó con una amplia y generosa sonrisa, al tiempo que me rogaba
con gran vehemencia, que le acompañase hasta su casa, pues deseaba que compartiese
con él y su familia un all-i-oli , con el cual aliñarían las sardinas que
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