Sintactica Semantica Y Pragmatica
Enviado por fabysol • 8 de Septiembre de 2012 • 2.370 Palabras (10 Páginas) • 1.063 Visitas
Vejéz: Vida, soledad, muerte, fe, amor y resurreción (Análisis de las películas "Elsa y Fred" y "Las confesiones del Sr. Schmidt")
Por Carlos Arquieta
“La muerte entra dentro del dominio de la fe”[1]
Lacan
Olvidamos, o al menos eso queremos, ponernos a ver lo que sucede en la vida real del ser humano. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. A la vez, tenemos procesos imaginarios que se dan dentro de esas etapas, uno de ellos el amor. Pero hablar de morir, considerando que no se habla mucho de eso, ahí es donde encontramos cosas interesantes. Encontramos pequeñas historias, pequeños momentos casi “bíblicos” de muertes y resurrecciones dentro del proceso mismo de morir.
Pero antes de esto, hagamos un pequeño juego, puesto las palabras siempre nos dejan esta pequeña posibilidad. Considerando la homofonía de palabras, la palabra “amor” se puede comparar a la frase alemana “a mort”, que significa “ha muerto”. Como bien planteaba Miller (1989): “El francés que no sabe castellano, cuando escucha “amor” entiende “ha muerto”. Bien: podemos imaginar las consecuencias de un tal malentendido. Quizás, a su regreso a Francia, pensará, en lugar de “hacer el amor”, “hacer la muerte”. Tal vez se transforme en un asesino, o tenga gustos necrofílicos; tal vez descubra el único amor de su vida entre las tumbas, o sólo en una viuda; o “hará el amor a muerte”, “á mort”, hasta la muerte.”[2]
A partir de lo ya mencionado, planteamos lo siguiente: el salto de la vida a la muerte (¿o de la muerte a la vida?) implica que también encontramos la palabra “amor” de por medio. Si consideramos que la vejez es la época en la que el sujeto se encuentra más cerca de la muerte (o al menos biológicamente hablando, puesto nada asegura el momento en que moriremos), no podemos dejar el amor de lado. ¿O acaso por ser anciano no se puede amar? El amor es algo que atrapa, y hasta un viejito y una viejita se pueden hallar en medio de toda una odisea amorosa.
En “Elsa y Fred”, del director Marcos Carnevale, encontramos lo mencionado: “El día en que Alfredo se muda a un moderno edificio de Madrid ayudado por su hija Cuca, Elsa choca el auto de ésta última por accidente y se da a la huida. Pero el hijo de Cuca la ve y le cuenta a su madre quién es la responsable de la abolladura y lo faros rotos.
Gabriel, el hijo de Elsa se ofrece a pagar los daños ocasionados firmando un cheque. La mujer se lo lleva a Alfredo para que se lo de a su hija pero inventa que en realidad necesita el dinero para ayudar a su hijo menor que tiene cinco niños. El anciano decide pagar él mismo la reparación y Elsa le agradece invitándolo a comer a su casa.
Entre ambos la soledad que ambos experimentan pronto nace un vínculo que evoluciona hasta convertirse en amor, pese a las iniciales resistencias de Alfredo, quien sigue afectado por la reciente muerte de su esposa. Elsa, quien lleva una enfermedad terminal en silencio, decide tomar la delantera en la relación y hacer que el anciano viva todas esas cosas que nunca se permitió.
La mujer revoluciona la vida de Alfredo (o Fred, como ella lo llama) quien hace a un lado su hipocondría y decide vivir a pleno sus últimos años. Cuando él se entera de la enfermedad de su nueva novia y de alguna de sus fabulaciones decide cumplir el máximo sueño de Elsa: viajar a Roma para conocer la fontana di Trevi. Alfredo paga el viaje con el dinero que iba a invertir en un negocio con su yerno y en la fuente ambos recrean la escena de La dolce vita de Federico Fellini, la película de la cual Elsa es la fanática número uno.
Algún tiempo después, Alfredo y su nieto Javi van a colocar flores al cementerio en la tumba de Elsa y él se da cuenta –con una sonrisa en los labios- de que ella le mintió en la edad.”[3]
Dejemos de lado la idea constante de que en el anciano se dan ciertas situaciones como ley, y recordemos que el psicoanálisis deja como enseñanza que la universalización del psiquismo sería como pretender que todos los estudiantes en el mundo logren ser algún día buenos profesionistas.
“Así, el miedo a la muerte ha sido interpretado como el temor más básico que experimenta el ser humano, del que derivan los restantes miedos a través de su asociación directa o genérica con la muerte.”[4] Cuestionemos un poco este planteamiento, pues en esta película no hay solo muerte, miedo, o soledad. Hay un paso constante de la soledad al amor, y del amor a la soledad. ¿No es también el constante pase de la vida humana, de la muerte a la vida, de la vida a la muerte? Si hay algo que Elsa nos enseña es que una persona, aún estando al borde de la muerte por culpa de la enfermedad, es capaz de enamorarse y, aún estando casada, de pasársela bien. ¿Tener un poquito de fe acaso? La pregunta queda abierta.
Lancemos algunas ideas que se pueden observar en la película y que vemos también en la vida diaria sin hacer mucho esfuerzo. Elsa juega con la muerte, me atrevería a decir que Elsa es más mexicana que muchos mexicanos. “Nuestra” Elsa nos da la contra de muchas de las reacciones esperadas en un duelo por la vida. Y aún nada que ver con la melancolía freudiana, de la cual vemos ligeros esbozos en el Sr. Schmidt, de quien hablaremos más tarde. Al parecer, de las dos reacciones que consideramos comunes e influyentes en el proceso del morir: “la negación y el miedo hacia el hecho de la muerte”[5], Elsa solo deja ver la negación, aspecto inconsciente que se ve manifiesto en su constante alegría y picardía, además de su constante mentir en diversas situaciones. Creo que éste último aspecto es el mayor indicador, como un constante decir inconsciente: “si puedo mentir en la vida, por qué no mentirle a la muerte.”
Ahora, pareciera que Fred encarnara lo que Elsa se niega a considerar, la muerte. Así pensemos la posibilidad de considerar que es por lo que Elsa se enamora tanto de él. Si consideramos al Otro de Lacan como “la parca”, esa muerte que aguarda, que vigila, casi como algo seductor y dice: “ven a mí”, pero que no existe por no tener algo que ofrecer, podríamos decir entonces que Elsa odia tanto a la muerte hasta el grado de poder amarla, buscándola en alguien en quien pueda creer que la represente, lo cual sería menos angustiante que enfrentarse con el “Otro que no existe en tanto no tiene”. No nos extrañaría que esto sonara un tanto egoísta, pues al fin y al cabo, de lo que se trata el duelo freudiano es precisamente de perder el objeto para abandonar la angustia: “El objeto ya no existe más; y el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar
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