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Socializacion E Identidad Psicológica


Enviado por   •  27 de Octubre de 2014  •  7.282 Palabras (30 Páginas)  •  388 Visitas

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Identidad psicológica y socialización

Cada ser humano es único en medio de semejantes que no son idénticos entre sí. Como muy bien dice Martín Buber: "En este mundo cada persona representa algo nuevo, algo que nunca ha existido todavía, algo único y original. Es deber de cada uno el saber... que nunca ha existido en el mundo nadie semejante a él, porque si hubiese existido alguien semejante a él, ya no sería necesaria su existencia. Cada persona en el mundo, es una cosa nueva y está llamada a realizar su peculiaridad. Y eso es, precisamente, lo que cada persona tiene que defender de sí misma".

En base a nuestras experiencias en los medios sociales en que nos desarrollamos, vamos forjando nuestra identidad personal que, en términos muy simples, se puede definir como la percepción que tenemos de nosotros mismos como un todo organizado y homogéneo que nos hace distintos de todos los demás seres. También los demás nos perciben como un ser único, caracterizado por una personalidad concreta, por unos hábitos determinados, por unas conductas previsibles y por un conjunto de sentimientos y normas morales que configuran esa identidad. Todo ese conjunto de rasgos está interiorizado por nosotros de una manera tan personal que, a pesar de parecernos en esto o en aquello a otras personas, hace de nosotros unos seres diferenciados del resto.

Al hablar de identidad personal es necesario tener muy presente que:

La identidad es un fenómeno eminentemente subjetivo con un fuerte componente emocional.

La formación de la identidad implica un proceso de reconocimiento y valoración de la propia individualidad.

Es relativamente estable. Hay una evolución a lo largo de la vida pero la persona mantiene una continuidad consigo misma, sea o no consciente de ello.

La identidad se construye en interacción con otros. El primer contexto de socialización es la familia, donde se establecen las primeras relaciones interpersonales y las primeras, y muy importantes, influencias en la forma de ser y pensar, así como en la manera de relacionarnos con el mundo y con las personas. Posteriormente nos vamos incorporando a otros contextos de socialización en los que se sigue conformando nuestra identidad personal en base a las relaciones interpersonales que vamos estableciendo.

Es producto tanto de la sociedad como de la acción de la propia persona. La formación de la identidad personal es un proceso activo que depende de la propia persona que recibe las influencias del contexto social en que se desarrolla.

El “Yo” como cuidado de sí mismo

El enfoque de Foucault, generalmente considerado un psicólogo, posee un talante filosófico, preocupado como está por “la genealogía de los problemas”. El conocimiento es en realidad un conocimiento de los principios (arjai), un conocimiento arqueológico. El saber tradicional es un saber de opiniones (doxai) que sólo describe lo que constata, fragmentariamente.

Para Foucault, la filosofía clásica es el ámbito propicio para la reflexión sobre la constitución del sí mismo.

“La filosofía es el conjunto de los principios y de las prácticas con los que uno cuenta, y que se pueden poner a disposición de los demás, para ocuparse adecuadamente del cuidado de uno mismo y del cuidado de los otros”.

Un medio para hacer arqueología se halla en la hermenéutica, en la búsqueda de los sentidos de lo problemático.

Aquí nos interesa la hermenéutica del sujeto y de su identidad. En este contexto sucede un fenómeno curioso: nosotros los que conocemos, somos desconocidos para nosotros mismos, como afirmaba Federico Nietzsche.

Conócete a ti mismo y cuídate a ti mismo.

Foucault consideraba que la cuestión de sujeto se ha planteado, en la antigüedad, bajo dos aspectos complementarios: como “conócete a ti mismo” y como “cuídate a ti mismo, o bien ocúpate de ti mismo” (epimeléomai).

“Ocuparse de uno mismo no constituye simplemente una condición necesaria para acceder a la vida filosófica, en el sentido estricto del término, sino que... este principio se ha convertido, en términos generales, en el principio básico de cualquier conducta racional, de cualquier forma de vida activa que aspire a estar regida por el principio de la racionalidad moral”.

Preocuparse por uno mismo significa una forma de dirigir la mirada: desplazarla desde el exterior, desde el mundo, desde las cosas, desde los otros, hacia uno mismo. Es una mirada sobre la práctica de la subjetividad.

El yo desarrolla tecnologías en su construcción y éstas no excluyen un aspecto de disciplina, de uso racional de los placeres y, complementariamente, el cultivo de prácticas por las cuales el sujeto se preserva a sí mismo, moderando sus fuerzas para alcanzar el autodominio.

El otro es indispensable en la práctica de uno mismo

El mensaje clásico nos dice que “el otro es indispensable en la práctica de uno mismo” si éste busca saberse. El “otro” es indispensable como ejemplo (como modelo de comportamiento); como ejercicio de capacitación (transmisión de saberes); como ejercicio del desasosiego (de ponerse al descubierto).

El “otro” es mediador para yo logre mi identidad. El logro de la identidad implica la salida de mí mismo para llegar a mí mismo, constituido como sujeto que se descubre en su permanencia no obstante los cambios que él produce o padece. El otro me ayuda a recuperarme de la estulticia: de la recepción absolutamente acrítica de mí mismo o de mi dispersión en el tiempo; de una existencia que transcurre sin memoria ni voluntad de sí. Estulto “es aquel que cambia sin cesar su vida”. El stultus no se quiere a sí mismo ni a los otros.

“El cuidado de sí es éticamente lo primero, en la medida en que la relación con uno mismo es ontológicamente la primera”.

El hombre moderno y contemporáneo, al no tener claro lo que es y lo que éticamente puede llegar a ser y debe ser, cambia constantemente de rumbo. Al no haber cuidado de sí, tampoco hay cuidado de los otros. Fácilmente entonces el uso del poder se desborda y convierte en abuso del poder: en imposición a los otros de sus fantasías, apetitos y deseos. El buen soberano, por ejemplo, es aquel que pudiendo ejercer poder sobre sí, puede gobernar el poder de los otros; en caso contrario, solo puede tiranizarlos, como él es tiranizado por sus deseos a los que no puede dominar.

El conocimiento de sí

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