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Tres Tiempos Del Edipo


Enviado por   •  18 de Junio de 2013  •  2.573 Palabras (11 Páginas)  •  510 Visitas

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Los tres tiempos del Edipo

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¿De qué se trata en la metáfora paterna? Propiamente, es en lo que se ha constituido de una simbolización primordial entre el niño y la madre, poner al padre, en cuanto símbolo o significante, en lugar de la madre. Veremos que quiere decir este en lugar de que constituye el punto central, el nervio motor, lo esencial del progreso constituido por el complejo de Edipo.

El padre, para nosotros, es, es real. Pero no olvidemos que solo es real para nosotros en tanto que las instituciones le confieren, yo no diría siquiera su papel y su función de padre – no es una cuestión sociológica -, sino su nombre de padre.

Lo importante, en efecto, no es que la gente acepte perfectamente que una mujer no puede dar a luz salvo cuando ha realizado un coito, es que sancione en un significante que aquel con quien ha practicado el coito es el padre.

La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico. Puede realizarse de acuerdo con las diversas formas culturales, pero en si no depende de la forma cultural, es una necesidad de la cadena significante.

El niño depende del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre, y de ninguna otra cosa. Mediante esta simbolización, el niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura y simple vivencia de dicha dependencia, y se instituye algo que se subjetiva en un nivel primordial o primitivo. Esta subjetivación consiste simplemente en establecer a la madre como aquel ser primordial que puede estar o no estar. En el deseo del niño, el de él, este ser es esencial. ¿Qué desea el sujeto? No se trata simplemente de la apetición de los cuidados, del contacto, ni siquiera de la presencia de la madre, sino de la apetición de su deseo.

Desde esta primera simbolización en la que el deseo del niño se afirma, se esbozan todas las complicaciones ulteriores de la simbolización, pues su deseo es deseo del deseo de la madre.

La relación del niño con el falo se establece porque el falo es el objeto del deseo de la madre.

Está muy claro que el padre no puede castrar a la madre de algo que ella no tiene. Para que se establezca que no lo tiene, eso ya ha de estar proyectado en el plano simbólico como símbolo. Pero es, de todas formas, una privación, porque toda privación real requiere la simbolización. Es, pues, en el plano de la privación de la madre donde en un momento dado de la evolución del Edipo se plantea para el sujeto la cuestión de aceptar, de registrar, de simbolizar él mismo, de convertir en significante, esa privación de la que la madre es objeto, como se comprueba. Esta privación, el sujeto infantil la asume o no la asume, la acepta o la rechaza. Este punto es esencial. Se encontraran con esto en todas las encrucijadas, cada vez que su experiencia los lleve hasta un punto determinado que ahora trataremos de definir como nodal en el Edipo.

Llamémoslo el punto nodal, ya que se me acaba de ocurrir. No me importa como algo esencial, quiero decir que no coincide, ni mucho menos, con aquel momento cuya clave buscamos, el declive del Edipo, su resultado, su fruto en el sujeto, a saber, la identificación del niño con el padre. Pero hay un momento anterior, cuando el padre entra en función como privador de la madre, es decir, que se perfila detrás de la relación de la madre con el objeto de su deseo como el que castra, pero aquí solo lo pongo entre comillas, porque lo que es castrado, en este caso, no es el sujeto, es la madre.

Si el niño no franquea ese punto nodal, es decir, no acepta la privación del falo en la madre operada por el padre, mantiene por regla general una determinada forma de identificación con el objeto de la madre.

En este nivel, la cuestión que se plantea es – ser o no ser el falo. En el plano imaginario, para el sujeto se trata de ser o de no ser el falo. La fase que se ha de atravesar pone al sujeto en la posición de elegir.

Ustedes perciben perfectamente que se ha de franquear un paso considerable para comprender la diferencia entre esta alternativa y la que está en juego en otro momento y que también hemos de esperar encontrar, la de tener o no tener, por basarnos en otra cita literaria. Dicho de otra manera, tener o no tener el pene, no es lo mismo. En medio está, no lo olvidemos, el complejo de castración. De que se trata en el complejo de castración, es algo que nunca se articula y resulta casi completamente misterioso. Sabemos, sin embargo, que de él dependen estos dos hechos – por una parte, que el niño se convierta en un hombre, por otra parte, que la niña se convierta en una mujer. En ambos casos, la cuestión de tener o no tener se soluciona por medio del complejo de castración. Lo cual supone que, para tenerlo, ha de haber habido un momento en que no lo tenía. Para tenerlo, primero se ha de haber establecido que no se puede tener, y en consecuencia la posibilidad de estar castrado es esencial en la asunción del hecho de tener el falo.

Este es un paso que se ha de franquear y en el que ha de intervenir en algún momento, eficazmente, realmente, efectivamente, el padre.

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Hasta ahora, como lo indicaba el propio hilo de mi discurso, he podido hablarles sólo a partir del sujeto, diciéndoles – acepta o no acepta, y en la medida en que no acepta, eso lo lleva, hombre o mujer, a ser el falo. Pero ahora, para el siguiente paso, es esencial hacer intervenir efectivamente al padre.

No digo que no interviniera ya efectivamente antes, pero mi discurso ha podido dejarlo, hasta ahora, en segundo plano, incluso prescindir de él. A partir de ahora, cuando se trata de tenerlo o no tenerlo, nos vemos obligados a tenerlo en cuenta. En primer lugar es preciso, insisto en ello, que esté, fuera del sujeto, constituido como símbolo. Pues si no lo está, nadie podrá intervenir realmente en cuanto revestido de ese símbolo. Como intervendrá ahora efectivamente en la etapa siguiente es en cuanto personaje real revestido de ese símbolo.

Hace obstáculo entre el niño y la madre, es el portador de la ley, pero de derecho, mientras que de hecho interviene de otra forma.

Les recuerdo algo a lo que hay que volver una y otra vez – sólo después de haber atravesado el orden, ya constituido, de lo simbólico, la intención del sujeto, quiero decir su deseo que ha pasado al estado de demanda, encuentra aquello a lo que se dirige, su objeto, su objeto primordial, en particular la madre. El deseo es algo que se articula. El mundo donde entra y progresa, este mundo de aquí, este mundo terrenal, es un mundo donde reina la palabra, que somete el deseo de cada cual a la ley del deseo del Otro.

La ley de la madre es, por supuesto, el hecho de que la madre es un ser hablante, con eso

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