Debemos de andar por la senda del Señor
Enviado por RROOTTOOPPLLAASS • 5 de Octubre de 2017 • Ensayo • 3.005 Palabras (13 Páginas) • 319 Visitas
Debemos de andar por la senda del Señor.
1.- Los dos grandes mandamientos son la piedra de toque del Señor para evaluar nuestro discipulado
Antiguamente, una de las pruebas a las que se sometía el oro para determinar su pureza se efectuaba con una piedra lisa, silícea, de color negro llamada piedra de toque. Cuando el oro se frotaba contra ésta, dejaba una raya o marca en la superficie. El orfebre comparaba el color de la marca con una tabla que contenía distintos tonos. Cuanto más rojizo el color de la marca, más alto el porcentaje de cobre o de aleación; cuanto más amarillenta, tanto mayor el porcentaje de oro. El proceso daba muestras claras de la pureza del oro.
El método de la piedra de toque para determinar la pureza del oro era rápido y ofrecía resultados satisfactorios para la mayoría de los efectos prácticos, pero el orfebre que aun así ponía en tela de juicio la pureza llevaba a cabo una prueba más precisa mediante un proceso en el que se usaba el fuego.
Lo que sugiero es que el Señor ha preparado una piedra de toque para ustedes y para mí; una medida externa de nuestro discipulado interno que marca nuestra fidelidad y que sobrevivirá los fuegos que están por venir.
En una ocasión, mientras Jesús enseñaba al pueblo, cierto intérprete de la ley se le acercó y le formuló esta pregunta: “…Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”.
Jesús, el Maestros de maestros, respondió al hombre, quien evidentemente era bien versado en la ley, y lo hizo con otra pregunta: “…¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”.
Entonces el hombre repitió con breves pero firmes palabras los dos grandes mandamientos: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.
Con voz de aprobación, Cristo le dijo: “…haz esto y vivirás” (Lucas 10:25–28).
La vida eterna, la vida de Dios, la vida que todos buscamos, se basa en dos mandamientos. Las Escrituras nos dicen que: “De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40). Amar a Dios y amar al prójimo. Los dos van de la mano; son inseparables. En el sentido más sublime pueden considerarse sinónimos, y son mandamientos que cada uno de nosotros puede vivir.
La respuesta de Jesús al intérprete de la ley puede considerarse como la piedra de toque del Señor. En otra ocasión dijo: “…en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). Él medirá nuestra devoción hacia Él de conformidad con la manera en que amemos y sirvamos a nuestros semejantes. ¿Qué tipo de marca dejamos en la piedra de toque del Señor? ¿Somos realmente un buen prójimo? ¿Demuestra la prueba que somos oro de 24 quilates, o pueden detectarse algunos dejos de “oro de tontos” [pirita]?7.
2.- El Salvador nos enseñó a amar a todos, incluso a quienes quizás sea difícil amar
Casi como disculpándose a sí mismo por haber formulado una pregunta tan simple al Maestro, el intérprete de la ley procuró justificarse con una pregunta adicional: “¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29).
Todos deberíamos estar eternamente agradecidos por esa pregunta, pues en la respuesta del Salvador encontramos una de Sus parábolas más profundas y valoradas, la cual cada uno de nosotros ha leído y escuchado una y otra vez:
“…Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
“Y aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y, al verle, pasó de largo.
“Y asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verle, pasó de largo.
“Mas un samaritano que iba de camino llegó cerca de él y, al verle, fue movido a misericordia;
“y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su propia cabalgadura, le llevó al mesón y cuidó de él.
“Y otro día, al partir, sacó dos denarios y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamelo; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva” (Lucas 10:30–35).
Entonces Jesús le preguntó al intérprete de la ley: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?” (Lucas 10:36). Allí vemos cómo el Maestro extiende la piedra de toque del cristianismo y pide que nuestra marca se mida en ella.
En la parábola de Cristo, tanto el sacerdote como el levita deberían haber recordado lo que la ley requería: “Si ves el asno de tu hermano, o su buey, caído en el camino, no te desentenderás de ellos; le ayudarás a levantarlos” (Deuteronomio 22:4). Y si así se requiere con un buey, ¡cuánto más dispuestos deberíamos estar de ayudar a un hermano necesitado! Pero como escribió el élder James E. Talmage: “Cuán fácil es hallar disculpas [para no hacerlo]; brotan tan espontánea y abundantemente como las hierbas al lado del camino” (Jesús el Cristo, 1975, pág. 456).
El samaritano nos dio un ejemplo de amor puro cristiano. Tuvo compasión; se acercó al hombre a quien los ladrones habían herido y vendó sus heridas. Lo llevó al mesón, lo cuidó, pagó sus gastos, y ofreció pagar más si fuera necesario para su atención. Es un relato del amor de un prójimo por su prójimo.
Un antiguo adagio dice que “el egoísmo empequeñece al hombre”; el amor, de alguna manera, lo engrandece. La clave es amar al prójimo, incluso al que es difícil amar. Debemos recordar que si bien nosotros hacemos amigos, Dios ha hecho a nuestro prójimo: a todos ellos. El amor no debe tener límites; nuestra lealtad no debe ser parcial. Cristo dijo: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:46)8.
3.- Debemos amar y servir a los demás en sus aflicciones
José Smith escribió una carta a los santos que se publicó en el periódico Messenger and Advocate sobre el tema de amarnos unos a otros para que seamos justificados ante Dios. Dice así:
“Queridos hermanos: Uno de los deberes que todo santo debe observar libremente para con sus hermanos es el de amarlos y socorrerlos siempre. A fin de que seamos justificados delante de Dios, debemos amarnos los unos a los otros; debemos vencer el mal, visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarnos sin mancha del mundo, porque esas virtudes emanan de la gran fuente de la religión pura. Al fortalecer nuestra fe como resultado de añadir toda buena cualidad que engalana a los hijos del bendito Jesús, podemos hacer oración cuando es tiempo de orar, podemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y podemos ser fieles en la tribulación, sabiendo que el galardón de los que así obran es mayor en el reino de los cielos. ¡Qué consuelo! ¡Qué gozo! ¡Concédase que yo pueda llevar la vida de los justos, y que mi galardón sea como el de ellos!” (History of the Church, tomo II, pág. 229).
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