ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL Y LAICOS CONSAGRADOS AL SERVICIO DE LA IGLESIA
Enviado por saramyi muñoz • 31 de Octubre de 2022 • Apuntes • 2.054 Palabras (9 Páginas) • 1.289 Visitas
REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA[pic 1]
PONTIFICIA UNIVERSIDAD SANTA ROSA
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES
ESCUELA DE COMUNICACIÓN SOCIAL
CÁTEDRA: FORMACION HUMANO CRISTIANA
SECCIÓN: DO902
UNIDAD II: ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL Y LAICOS CONSAGRADOS AL SERVICIO DE LA IGLESIA
Profesor: Estudiante:
Jose Mansilla Saramyi Muñoz
V- 29.567.197
Caracas, Octubre de 2022
INTRODUCCION
La vida y el ministerio de los sacerdotes se desarrollan siempre en el contexto histórico, a veces lleno de nuevos problemas y de ventajas inéditas, en el que le toca vivir a la Iglesia peregrina en el mundo.
El sacerdocio no nace de la historia sino de la inmutable voluntad del Señor. Sin embargo, se enfrenta con las circunstancias históricas y, aunque sigue fiel a sí mismo, se configura en cuanto a sus rasgos concretos mediante una relación crítica y una búsqueda de sintonía evangélica con los signos de los tiempos.
Por lo tanto, los presbíteros tienen el deber de interpretar estos signos a la luz de la fe y someterlos a un discernimiento prudente. En cualquier caso, no podrán ignorarlos, sobre todo si se quiere orientar de modo eficaz e idóneo la propia vida, de manera que su servicio y testimonio sean siempre más fecundos para el reino de Dios.
En la fase actual de la vida de la Iglesia y de la sociedad, los presbíteros son llamados a vivir con profundidad su ministerio, teniendo en consideración las exigencias más profundas, numerosas y delicadas, no sólo de orden pastoral, sino también las realidades sociales y culturales a las que tienen que hacer frente
Los Sacerdotes para una nueva evangelización», hacen directa referencia a la nueva empresa evangelizadora, nueva y a la vez vieja, porque comenzó en Cristo hace veinte siglos— que los tiempos reclaman y a la que el Santo Padre Juan Pablo II nos impulsa. el Concilio Vaticano II asoció a la causa de la renovación de la Iglesia toda su enseñanza, y en particular los Decretos sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, y sobre la formación sacerdotal
Esta nueva evangelización, sobre todo en Occidente, no se dirige a un mundo que nunca había oído la predicación cristiana, sino, por el contrario, a un mundo en el que ha sido anunciado, creído y amado el mensaje de Jesucristo, aunque ahora se muestre como desarraigado de sus orígenes. Es más, la sociedad occidental evoluciona, en gran medida, paradójicamente enfrentada a sus propias raíces espirituales y culturales, y junto a su progreso material es patente un proceso de grave regresión moral.
Los Presbíteros tomados de entre los hombres y constituidos a favor de los hombres, en lo que a Dios se refiere, para que ofrezcan dones y sacrificios por los pecados.
Queda encuadrada dentro de las cuestiones replanteadas en la teología sacramental del ministerio a raíz de las nuevas orientaciones del Vaticano II. Ya con anterioridad al Concilio empezó a tomar cuerpo en la teología católica la reconsideración del diaconado, pero ha sido después del Concilio cuando esta preocupación se ha dejado sentir con fuerza
Dos motivos concretos habían impulsado ya antes del Vaticano II a tomar en consideración el diaconado. El primero fue el deseo de otorgar un estatuto eclesial a aquellos laicos que en Alemania. El segundo se dio durante la segunda guerra mundial sacerdote Wilhelm Schamoni recapacitaron sobre el apoyo caritativo que podrían prestar en el campo de concentración unos diáconos casados y que ejercieran una profesión seglar. Estos deseos motivaron la idea de una renovación del diaconado como estado permanente en la Iglesia. Buena prueba de que la preocupación por el diaconado había prendido en la Iglesia. Después de un amplio estudio, el Concilio determinó que se restableciese como grado propio y permanente de la jerarquía. A partir de este momento comenzó a ser una cuestión de cuyo interés da buena prueba la abundancia de trabajos que los teólogos contemporáneos le han dedicado .
El diaconado es, según el Nuevo Testamento, un ministerio en la Iglesia. En el Nuevo Testamento aparecen dos acepciones del término diaconado, las cuales se distinguen entre sí, a la vez que se relacionan.
Ya en el Antiguo Testamento, a partir del honor que suponía servir en el Templo, el servicio fue considerado como un valor positivo para el hombre. Esta doctrina, vislumbrada en el antecedente veterotestamentario, alcanzó su plenitud en Cristo, que no sólo propuso el servicio mutuo como el ideal para realizarse personalmente cuantos creen en su palabra, sino que otorgó a su propia existencia la razón de servicio
Los documentos eclesiales en los que básicamente debe apoyarse el planteamiento teológico sobre el diaconado son 36: los decretos y cánones del concilio de Trento; de Pío XII, la Constitución apostólica Sacramentum ordinis y la alocución al Congreso universal del Apostolado de los Laicos 37; del Vaticano II, la constitución dogmática Lumen gentium y los decretos Orientalium Ecclesiarum y Ad gentes, y, por último, de Pablo VI, las cartas apostólicas Sacrum diaconatus ordinem y Ad pascendum.
En el Nuevo Testamento, según ya ha sido estudiado, no se especifican las funciones del diácono. Tan sólo su subordinada relación con el obispo y lo virtuoso de su vida se desprende de los textos de Filipenses y Timoteo. La Iglesia, a lo largo del tiempo, ha ido asignando a los diáconos funciones diversas. En algunos momentos llegaron a conseguir tal prestancia que se convirtieron en motivo de tirantez con los presbíteros Dejando de lado estas situaciones conflictivas momentáneas y recurriendo a la afirmación sacramental formulada de manera constante por los Santos Padres y expresada en todas las fuentes litúrgicas, habrá que preguntarse sobre el para qué del diaconado, con el fin de poder precisar su cometido pastoral y ministerial en la Iglesia. Al enfrentarse con esta pregunta, no se puede olvidar que en la historia de la teología se han recorrido caminos diversos para contestarla, pero con el fin de evitar las aglomeraciones eruditas recurrimos al testimonio aportado por Hipólito de Roma, a la formulación de santo Tomás de Aquino, a la doctrina del Vaticano II y al comentario de Juan Pablo II..
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