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ACTIVANDO EL REINO DE DIOS EN NOSOTROS


Enviado por   •  11 de Enero de 2014  •  2.505 Palabras (11 Páginas)  •  1.050 Visitas

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La predicación que transforma:

Estos huesos vivirán

Dios jamás perderá su poder ni su razón de ser. El interés humano cambiará, pero los medios de Dios para dirigirse a la necesidad humana jamás cambiarán.”

Los pastores jamás serán relevantes ni podrán conectar con la gente de esta generación que cuando se levanten bajo la unción del Espíritu Santo para proclamar las eternas verdades de la Palabra de Dios.

Predicar quizás parezca no poder competir con la cultura de paso rápido de múltiples medios de comunicación en la que vivimos y en la que los apetitos han sido estimulados por los efectos especiales, las películas llenas de acción, y la hechicería de los videos. Queremos predicar el evangelio y ver vidas transformadas. Pero, cuando vemos a nuestra congregación, vemos al hombre que es infiel a su esposa; a la mujer pidiendo migajas en el mundo; a los inquietos adolescentes en los bancos de atrás que se pasan notas y parecen estar totalmente desconectados; aquel miembro de la iglesia que está haciendo todo lo posible para destruir nuestro ministerio; y al hombre que, a los primeros 5 minutos de nuestro sermón, ya está profundamente dormido.

Los pastores no tienen que competir con Hollywood. Tienen algo que la televisión, y las películas jamás pueden dar: La Palabra de Dios que transforma vidas y el poder de su Espíritu Santo. Los pastores traen palabras que sanan heridas, palabras que sacian la sed, palabras que rompen las cadenas y liberan a los cautivos, palabras que afectan la eternidad. Pablo declaró en 1 Corintios 1:18: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”

Usamos el drama para que la gente tenga un encuentro con Dios. Pero el medio señalado que Dios ha ordenado para transformar vidas es la predicación del evangelio. Es el poder de Dios para salvar.

El profeta Ezequiel vivió en tiempos desesperantes (Ezequiel 37:1-14). La nación de Israel había sido llevada en cautiverio a Babilonia a causa de su propio pecado. Como resultado, en tres olas de invasiones, los babilonios destruyeron la ciudad de Jerusalén y tomaron cautivos a sus habitantes. Aunque Jeremías permaneció en Jerusalén para ministrar al remanente que permaneció ahí, Daniel y Ezequiel fueron llevados al exilio y ministraban a los judíos exiliados.

Todo profeta de Dios recibe divina revelación y luego se le confía la responsabilidad de compartir ese mensaje según Dios lo dirija. En Ezequiel 33 Dios dio a ver a Ezequiel su responsabilidad. El que recibía un mensaje de Dios era como un sereno, o vigilante. Si el sereno faltaba en avisar al pueblo y éste era destruído, él era el responsable. Pero el sereno tenía el poder para declarar el mensaje; y, si el pueblo obedecía, sería salvo.

El destino del pueblo está en nuestras manos. Pero el privilegio más alto y más grande es ser escogido para ser un mensajero de Dios. Ezequiel 37 revela que el mensaje de Dios predicado en el poder de Dios puede transformar vidas. Puede impactar naciones y cambiar al mundo. La predicación ungida por el Espíritu es el medio que Dios usa para desatar su poder en el mundo y así cumplir con su obra.

Mucha de la predicación hoy es académica, intelectual, e informacional. Se comunica con elocuencia y con gran oratoria, pero no tiene poder para cambiar vidas. La predicación ungida por el Espíritu es cuando cae el fuego del cielo; cuando la unción se eleva dentro del alma. Es donde el predicador termina y el Espíritu Santo toma el cargo. Es cuando el Espíritu Santo da convicción, corrige, busca, libera, sana, revive, y restaura.

Hay poder en la predicación ungida por el Espíritu —poder que no puede conseguirse con títulos académicos, con la habilidad hermenéutica, con la posición homilética, ni con el estudio exegético. No se puede enseñar; debe captarse por medio de la oración y de esperar en el Señor.

Ezequiel 37 revela cuatro elementos esenciales de la predicación que transforma.

La preparación del mensajero

El mensajero debe recibir el poder del Espíritu. Ezequiel 37:1 dice: “La mano de Jehová vino sobre mí”. La calificación para el ministerio no es nuestro título del instituto de alta preparación académica. La calificación para el ministerio no es la credencial que llevamos en nuestro bolsillo o que colgamos en la pared. La calificación para el ministerio es la mano del Señor en nuestra vida. La mano del Señor es la fortaleza de Dios; es el poder de Dios; es la preparación de Dios en nosotros para que hagamos la obra que Él nos ha llamado a hacer.

El llamado de Ezequiel no fue un suceso aislado; de hecho, comenzó en el capítulo uno. Ezequiel estaba junto al río Quebar cuando llegó a él palabra de Jehová y la mano de Jehová fue sobre él.

Las frases —“la mano de Jehová vino sobre mí” y “vino a mí palabra de Jehová” se usan repetidamente en Ezequiel. La vida de Ezequiel era caminar bajo la unción de Dios y oír su voz. Cuando caminamos bajo el control del Espíritu Santo, oiremos la voz de Dios y recibiremos revelación de Dios.

Ser movido por el Espíritu

La mano del Señor llevó a Ezequiel en el Espíritu y lo puso en un valle lleno de huesos secos. Si Ezequiel hubiera sido un candidato para un lugar de ministerio, dudo que hubiera escogido el valle de huesos secos como su primera congregación. Es necesario que estemos seguros de que estamos donde el Espíritu del Señor quiere que estemos, y que no estamos en una iglesia por el buen sueldo y los beneficios. Es entonces cuando predicaremos con convicción, ministraremos con dedicación, y perseveraremos durante el tiempo de huesos secos hasta que veamos a Dios manifestarse.

Ezequiel fue puesto en medio de un enorme campo de batalla donde cientos de miles habían sido asesinados. Los buitres se habían reunido ahí una y otra vez. Las lluvias habían lavado los huesos dejándolos limpios. Los huesos estaban blancos, habiéndolos blanqueado el sol. No había señal de vida. Pero aquí es donde el Espíritu puso a Ezequiel para que ministrara.

El Espíritu Santo nos ayudará a ver la condición del pueblo al que ministramos y hará que nuestro corazón sea sensible a sus necesidades. Jamás seremos más sensibles a los buscadores que cuando seamos sensibles al Espíritu.

Oímos hablar de predicar a las necesidades percibidas de la gente. Pero Israel en ese día no sabía cuál era su verdadera necesidad. Puede que el pueblo haya sentido que su verdadera necesidad era ser liberado de la cautividad babilónica. Pudieron haber creído que su necesidad era regresar a su hogar en Jerusalén. Pero el Espíritu mostró a Ezequiel su verdadera condición y necesidad.

Podemos meternos en la mente de Enrique

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