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Año Litúrgico


Enviado por   •  31 de Octubre de 2013  •  4.189 Palabras (17 Páginas)  •  282 Visitas

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El significado de esta expresión nos viene descrito, en sus términos más esenciales, por la Const. sobre Liturgia del concilio Vaticano II: “La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con una sagrada memoria en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde su Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los Misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”

Bases bíblicas del año litúrgico

Según la Biblia es voluntad de Dios que la creación se realice a través del tiempo hasta ser invadida completamente por el cambio, la eternidad. Existe entonces la temporalidad pues existe la presencia de lo eterno. Cuando Dios decide revelar su “misterio”, su “sacramento”, lo manifiesta por medio de los acontecimientos que dirigen la historia de la humanidad; la historia de los hombres se convierte así en la historia de la salvación. Se descubre en ella el nexo interno del proceso del tiempo, que comienza por un acto absoluto de la Eternidad, y que tiende hacia Dios, “hasta que Él sea todo en todas las cosas” . La Biblia revela progresivamente cómo Dios interviene en la historia humana, y cómo la ordena, de acuerdo con un plan preestablecido, hacia “la plenitud de los tiempos”

El hombre percibe que el tiempo del cosmos tiene unas reglas invariables. El trabajo y la misma vida del hombre dependen, en cierta manera, de ese ritmo. Todos los pueblos, al tomar ese ritmo como base para la medida del mismo tiempo humano, descubren en él una “significación sagrada”. De ahí que establezcan una serie de celebraciones religiosas, como para marcar espiritualmente las sucesiones de ese ritmo, las estaciones y los meses lunares. El pueblo judío, a este propósito, instituye unas fiestas especiales para dar gracias a Dios y pedirle su bendición en el transcurso del nuevo ciclo.

La humanidad que entiende el tiempo y luego normaliza los ciclos regulares del año, va descubriendo que su historia recibe una marca misteriosa que la dirige. Dios se manifiesta en ella, pero sin seguir unos ciclos regulares. Hay intervenciones divinas únicas y que no se repiten nunca de la misma forma. Esas intervenciones son acontecimientos históricos, son signos de cambio. Ha sido entonces, el pueblo judío el que instituye unas fiestas que rememoren las grandes intervenciones del Señor en la historia. Las festividades correspondientes al ciclo cósmico son memoriales de los actos de salvación hechos por Dios: desde la salida de Egipto de los hebreos, hasta la celebración de la Pascua, desde Pentecostés a la peregrinación hacia “la Tierra Prometida de los israelitas” , etc.

La historia de salvación llega a su punto culminante con los hechos de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, unión máxima de la eternidad con lo temporal, es, para los católicos la explicación de la historia humana.

Dios, quien “nos eligió antes de la constitución del mundo”, conocemos la completa revelación del designio que el Creador se «propuso realizar en Cristo, en la plenitud de los tiempos, reuniendo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, en El» (Eph 1, 4, 9-10). La presencia de Jesucristo en la tierra «hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 20) definirá la historia en términos de antes (de profecía, de figura), y de después (de realización, de memoria). Con Jesucristo se 'inauguran los últimos tiempos, y el tiempo presente no es más que una dilatación del acontecimiento de su venida entre los hombres. Es el tiempo necesario para que el Reino de Dios, que ya está en nosotros, crezca como una semilla que tiende a dar fruto, como un fermento en la masa. El tiempo presente es el «día de la salvación» (2 Cor 6, 1 ss.), es el hoy eterno de Dios plenamente encarnado, en cada instante, en el hoy de la vida humana.

2. Formación del año litúrgico. A) Cielo Temporal. Toda la existencia de la Iglesia es una explicitación, una prolongación, de la presencia y de la obra realizada por Jesucristo. Sin embargo, el mismo- Salvador instituyó un conjunto de signos visibles para expresar aún más el significado de su presencia y para poder transformar al hombre en hijo de Dios (v. SACRAMENTOS). Por su parte, la Iglesia, siguiendo la tradición bíblica, ha ido elaborando una serie de memorias de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, para que se manifestara-sucesiva y periódicamente, en sus fases más importantes, el único misterio redentor. Por eso se constituyó el círculo del a. l., cuya finalidad última es que los hechos de'la vida, muerte y resurrección de Jesucristo penetren, hasta transformarlas del todo, la vida, la muerte y la esperanza de la resurrección del hombre.

Los días de la semana. En el N. T. hallamos los primeros esbozos de los ciclos litúrgicos cristianos. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de las reuniones cristianas dominicales, en sustitución del culto judío celebrado cada sábado, «del primer día de la semana» (Act 20, 7), en que se escuchaba la Palabra de Dios, se oraba comunitariamente y se conmemoraba la Pascua de Jesucristo, con la fracción del pan (Act 2, 42) (v. DOMINGO). Alrededor de la memoria hebdomadaria de la Pascua de Resurrección se formaron unos ciclos litúrgicos convergentes en la gran manifestación de la gloria de Dios al mundo; esos ciclos eran llamados en la terminología litúrgica latina circulus anni, anillo, círculo del año, cuya centro es la Pascua (v.).

Al principio las comunidades cristianas sólo cambiaron el sentido del día del Señor; para los otros días de la semana siguieron las costumbres judías de orar en ciertos momentos y de ayunar dos veces. Sin embargo, los ayunos fijados por la tradición hebrea en el lunes y el jueves se trasladaron al miércoles y al viernes, según lo confirma la Didajé (c. 8, 1) en el s. I. Estos días eran dedicados especialmente a la plegaria; en Occidente por lo menos se conocían como los días de estación, de vela o vigilia, en los cuales había una celebración de la Palabra. Posteriormente en esos días se celebrará también la Eucaristía. Se han conservado algunos rasgos de esas celebraciones en las Vigilias (v.) y especialmente en las Témporas (v.).

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