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Comentario Evangelio III domingo de Pascua


Enviado por   •  23 de Abril de 2023  •  Síntesis  •  1.204 Palabras (5 Páginas)  •  53 Visitas

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SEMINARIO MAYOR «CRISTO SACERDOTE»

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Dir. Nicolás Arteta y Antonio Clavijo (Sector “El Tropezón”) *** Diócesis de Ambato - Ecuador

AFILIACIÓN CANÓNICA

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Gabriel Vargas

Segundo de Teología

CATEQUETICA Y HOMILÉTICA                                FECHA: 16/04/2023

Lc 24, 13-35. DOMINGO III DE PASCUA

El Evangelio de hoy, III domingo de pascua es muy conocido por todos nosotros, celebre pasaje de los discípulos de Emaús. En él se nos habla de dos seguidores de Cristo que, el día siguiente al sábado, es decir, el tercero desde su muerte, tristes y abatidos dejaron Jerusalén para dirigirse a una aldea poco distante, llamada precisamente Emaús. Pero antes de adentrarnos en el relato, me atrevo a acoger algunas observaciones que según el criterio de José Bartolini, nos permitirán entenderlo mejor.

En primer lugar, existe un nítido contraste entre Jerusalén y Emaús. Jerusalén fue el lugar del testimonio de Jesús (muerte en la cruz). De allí, animados por el Espíritu del resucitado, los discípulos saldrán a dar testimonio. Salir de Jerusalén sin creer que allí es el lugar de la victoria del Señor es caminar sin rumbo y sin sentido. Por eso Emaús es sinónimo de ceguedad, de no-comprensión del evento de la pascua. En segundo lugar, existe contraste entre el no-reconocimiento de Jesús por parte de los discípulos (v. 16) y el pleno reconocimiento (v. 31). En tercer lugar, el contraste está en el hecho de que Jesús se aproxima y conversa con los discípulos (v. 15) y desaparece de su presencia (v. 31). Finalmente, existe gran contraste entre los contenidos de la conversación de los discípulos antes de que Jesús caminara con ellos (v. 14) y después que reconocieron a Jesús (v. 32). La gente, entonces, se pregunta: ¿Qué fue lo que causó -y sigue causando- ese cambio en la vida de esos discípulos y en la vida de los cristianos?[1]

¿Acaso el encuentro, el poder reconocer a Jesús resucitado no transforma la vida de estos dos discípulos? Y la respuesta ante esta pregunta es Si, por que el encontrarse con aquel que ha vencido a la muerte, implica salir de nuestro confort y anunciar a todos aquel acontecimiento que transforma desde lo más íntimo de nuestro ser. Y en el evangelio de hoy vemos que Jesús resucitado, viéndolos tristes y desconsolados, se les une en el camino, pero ellos no lo reconocieron. “Ante esta realidad, Jesús plantea preguntas sobre los acontecimientos (vv. 13-24); y al no ser reconocido ilumina con la Escritura los acontecimientos (vv. 25-27)”[2]; y ¿qué acontecimientos?, pues que el Mesías debía padecer y morir para entrar en su gloria. Hace caminos con ellos, les vuelve a instruir, a enseñar todo cuanto se había dicho de Él, después, “entró con ellos en casa, se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo partió. En ese momento lo reconocieron, pero él desapareció de su vista, dejándolos asombrados ante aquel pan partido, nuevo signo de su presencia. Los dos volvieron inmediatamente a Jerusalén y contaron a los demás discípulos lo que había sucedido”.[3] Este evangelio de hoy debe de interpelarnos a cada uno de nosotros, porque nos permite pensar que Emaús representa en realidad todos los lugares: así, el camino que lleva a Emaús es el camino de todo cristiano, más aún, de todo hombre. En nuestro camino, Jesús resucitado se hace compañero de viaje para reavivar en nuestro corazón la fe y la esperanza, apagadas por la angustia y preocupación, por la tristeza y dolor, por el odio y la envidia. “En la conversación de los discípulos con el peregrino desconocido impresiona la expresión que el evangelista san Lucas pone en los labios de uno de ellos: «Nosotros esperábamos...» (Lc 24, 21). Este verbo en pasado lo dice todo: Hemos creído, hemos seguido, hemos esperado..., pero ahora todo ha terminado. También Jesús de Nazaret, que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y palabras, ha fracasado, y nosotros estamos decepcionados.”[4] Si nos fijamos, este desastre de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza, la fe ha fracasado. Ha fracasado porque no hemos reconocido al Señor en aquellos que más lo necesitan, ha fracasado por hemos fijado nuestra mirada en aquello o aquellos que lo único que hacen es que vivamos en un mundo lleno de fantasías, un mundo irreal, y ante estas fantasías, la fe misma entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios”.[5]

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