Cristianismo
Enviado por diegoar123 • 7 de Abril de 2013 • 1.360 Palabras (6 Páginas) • 260 Visitas
de lástima de todos los hombres"( I Corintios 15:19).
LAS PRETENSIONES DE JESUCRISTO
El Nuevo Testamento demuestra que Jesucristo tuvo una relación con Dios única, eterna y esencial, la cual ninguna otra persona humana tuvo ni antes ni después de Él. La doctrina unánime de la Biblia es que Jesucristo es una persona histórica que poseyó en sí mismo, en una forma perfecta y distinta, la naturaleza divina y la naturaleza humana, de un modo absoluto y único.
Jesucristo no era un disfraz humano de Dios, ni tampoco un hombre con cualidades divinas. Era Dios-hombre. Solo existiendo en esta forma tiene sentido su exigencia de ser adorado, y no simplemente admirado.
Una de las características más sobresaliente de la enseñanza de Jesucristo es que él habla frecuentemente de sí mismo. Ciertamente enseñó sobre la paternidad de Dios, sobre el Reino de Dios. Pero esto sólo sería una bella enseñanza de un maestro religioso más si a esta enseñanza no la hubiera seguido su rotunda afirmación de que quien lo había visto a él, había visto a Dios mismo (Juan 14:1-11) y de que la entrada al Reino de Dios dependía de la actitud de los hombres frente a él mismo. Por eso nunca vaciló al referirse al Reino de Dios como "mi Reino".
Lo que desconcierta, entonces, de la enseñanza de Jesús es su carácter profundamente centrado en su propia persona, lo cual lo coloca en abierto contraste con todos los demás maestros religiosos que han existido en el mundo. Estos grandes maestros religiosos o de sabiduría se borran a sí mismos.
En cambio Jesús se colocó a sí mismo en el mero centro de su enseñanza. Los maestros de religión o de filosofía suelen decir: "Allí está la verdad, Uds. deben seguirla". En cambio, Jesucristo afirmó sorprendentemente: "Yo soy la verdad: Uds. deben seguirme a mí". Ningún fundador de religiones, ni de escuela filosófica, en el mundo se atrevió a tal afirmación.
En la enseñanza de Jesús el pronombre de primera persona singular se repite constantemente. Veamos algunos ejemplos: "Yo soy el pan de vida, el que viene a mí, nunca tendrá hambre. Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la vida. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Vengan a mí todos los que estén cansados que Yo les daré descanso, y aprendan de mí".
Aún más sorprendente es que Jesús afirmó que Abraham se había alegrado porque vio su día; que Moisés había escrito sobre Él, y que toda la Escritura daba testimonio sobre Él; que la Ley, los Salmos y los Profetas hablaban de Él.
Un día sábado, cuando Jesús se presentó en la Sinagoga de Nazareth, y leyó un pasaje del Profeta Isaías, cap. 6:1-2, que dice: "El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha consagrado para dar buenas nuevas a los pobres", los ojos de todos estaban fijos en Él, y se quedaron asombrados, sin dar crédito a lo que escuchaban cuando pronunció estas sorprendentes palabras: "Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de Uds."; lo que Jesús quiso decir fue: "Esto es lo que Isaías escribió de mí".
Por eso no debemos sorprendernos que Jesús no llamó a los hombres para que siguieran un conjunto de verdades; los llamó para que lo siguieran a Él. Cuando les dijo. "Vengan a mí", no les estaba cursando una invitación, les estaba dando una orden: "Síganme".
Alguien podría decir: ¡Caramba, esas son pretensiones totalitarias". ¡Claro que sí! Absolutamente totalitarias. Sólo Dios mismo podría tener tales pretensiones. Jesucristo tenía plenos derecho de tener tales pretensiones totalitarias.
No sólo había que creer en Él, sino que sus discípulos tenían que amarlo a Él por encima de cualquier otro amor en la vida. Sólo Dios podía exigir tal clase de amor absoluto: "amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu mente". Este fue la clase de amor que Jesucristo exigió para sí mismo a sus discípulos. Sólo siendo Dios puede esto tener sentido.
En las páginas anteriores hemos afirmados que las pretensiones de Jesucristo
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