El Amor Trasciende La Muerte
Enviado por pcgus • 20 de Febrero de 2013 • 2.977 Palabras (12 Páginas) • 1.169 Visitas
Tristán e Isolda
Presentación
La siguiente leyenda también recrea el tema del amor que trasciende la muerte y fue famosa durante la Edad Media (s. V -XV) igual que las que se refieren al Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda. Es notoria la diferencia del lenguaje utilizado y el ambiente en el que se mueven los protagonistas de esta historia, el cual corresponde al periodo Medieval, momento se exaltaban la lealtad de los caballeros a su rey, el amor cortés, y el valor guerrero. Además de la fe cristiana. Como todas las leyendas fue trasmitida oralmente y posteriormente recopilada.
Leyenda de Tristán e Isolda
Hace mucho tiempo hubo en Cornualles un rey llamado Marco, que tenía una hermosa hermana llamada Blancaflor, a la que casó con el rey de Leonis como recompensa por los grandes auxilios que de él había recibido en una guerra.
Quiso la mala suerte, sin embargo, que mientras él se hallaba en plena luna de miel en la apartada corte de Marco, un eterno enemigo suyo se aprovechara de su ausencia para entrar a sangre y fuego en sus propias tierras. Tuvo, pues, que embarcarse precipitadamente para su país y llevarse consigo a Blancaflor, que dejó al cuidado de un hombre de toda su confianza en un castillo que consideró seguro, mientras iba a combatir al frente de sus leales súbditos.
Pasó el tiempo y Blancaflor, que estaba a punto de darle sucesión al rey de Leonis, recibió la fatal noticia de que su esposo había sido asesinado a traición por su mortal enemigo.
Fue tan honda la pena de la joven viuda que no sintió más que el deseo de dejarse morir ella también. Y cuando a los pocos días dio a luz un hermoso niño dijo:
–Como ha venido al mundo entre tristezas se llamará Tristán.
Dicho esto besó a su hijo y cayó muerta.
Poco después, el castillo, que parecía tan seguro, fue asaltado, y el hombre de confianza del difunto rey tuvo que rendir vasallaje al usurpador triunfante, y para salvar la vida del recién nacido Tristán lo hizo pasar por hijo suyo.
Así se crió el niño hasta los siete años, y entonces fue confiado al escudero Gorvelán para que hiciera de él un perfecto caballero, apto para superar a los demás en lo físico y lo espiritual. Por desgracia, tanto llamaba la atención con sólo verlo tan hermoso, apuesto y arrogante, que fue robado por unos mercaderes noruegos, que pensaron poder venderlo a buen precio, y que se lo llevaron en su barco.
Pero nada más verse en tierra, Tristán huyó, internándose en un espeso bosque donde se encontró con unos cazadores que perseguían un ciervo. Y en recompensa de un servicio que les prestó, enseñándoles, a pesar de su corta edad, algo cinegético que ellos ignoraban, lo llevaron a la corte del rey Marco como una maravilla de habilidad y saber.
Y allí lo adoptó, casi paternalmente, el rey de Cornualles, que no tardó en averiguar que aquel gallardo y valiente mozo, convertido en uno de los mejores guerreros, era su sobrino. A él quedó después ligada toda su vida.
A Tristán le distinguía la donosura, su maestría en tañer, cantar, danzar y todo arte exquisito del espíritu, la habilidad en juegos y pruebas de ingenio. Y, finalmente, de manera especial, su destreza en el manejo de la espada, lanza, jabalina, maza y hacha o ballesta, así fuera de la guerra, como en cacería o torneos.
Poco tiempo después acaeció que el rey de Irlanda reclamó el pago, que hacía muchos años se le debía, de un tributo de trescientos mancebos y trescientas doncellas elegidas por sorteo entre las familias de Cornualles.
El encargado de cobrar esta odiosa comisión era el gigante Morholt, cuya sola figura ponía horror en los corazones. Acompañado de varios caballeros irlandeses se presentó ante la corte del rey Marco reclamando el inmediato pago de la deuda.
–Pero en el caso de que alguno de los presentes –dijo Morholt– No lo crea justo, saldrá a pelearse conmigo en singular combate, y si queda vivo, lo que pongo en duda, podrá enorgullecerse de haber librado a su patria, a partir de ese momento, de tal acto de vasallaje.
Ni uno solo de los nobles de la corte se atrevió a moverse, pero el joven pundonoroso Tristán, que estaba presente, ante el asombro de todos, arrodillóse a los pies del monarca y le suplicó:
–Señor, concededme el don de aceptar ese desafío. Aunque el rey lo sintiese, acabó por concedérselo, y Tristán, después de una terrible y desproporcionada lucha salió victorioso. Tan valerosamente se portó que su espada le abrió el cráneo al gigante y tan fuerte fue el golpe que la hoja quedó mellada y la mella profundamente adherida a la caja ósea.
Cuando el cadáver del gigante Morholt fue llevado a Irlanda para enterrarlo en Weisefort, la rubia Iseo o Isolda, sobrina del difunto, logró arrancar el acerado fragmento del arma y lo guardó como una reliquia en un cofrecillo de marfil. Y desde entonces, aún sin conocerlo, aprendió a odiar el nombre de Tristán de Leonis.
Sin embargo, llegó un día en que la joven que tanto lo odiaba le salvó la vida sin saber quién era.
En efecto, Tristán había quedado malherido en su lucha con el gigante. Las heridas habían sido hechas con arma emponzoñada, produciéndole pústulas que no se cerraban jamás. Los médicos le aplicaban cuantos remedios sabían, pero el pobre Tristán no se recuperaba. Y como sus heridas despedían tal olor que nadie era capaz de soportarlo, al fin sólo el rey y los íntimos amigos, Gorvelán y Dimas de Lidán, tenían la caridad de llegarse a él para limpiarle las llagas. Pero hasta éstos se cansaron un día.
–Lo mejor será –le aconsejaron– que vayas a vivir a una choza junto al mar, lejos de tierra habitada.
Tras unos meses de estar allí, esperando su muerte, Tristán decidió probar fortuna a la desesperada. Y embarcándose en una pequeña nave completamente solo, navegó al garete días y días. Al fin, le recogieron unos pescadores irlandeses que le llevaron a la población marinera de Weisfort, donde estaba enterrado el cadáver del gigante Morholt. El señor de aquellas tierras era el monarca que había venido cobrando los tributos de Cornualles.
Tristán se hizo pasar por un mercader que, navegando con rumbo a España, había sido asaltado y herido por unos piratas. Su mentira fue creída y los pescadores le hablaron de que la hermosa rubia Isolda podría seguramente curarle,
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