El Documento de Aparecida, en consonancia con el Papa
Enviado por Codima • 19 de Enero de 2012 • Informe • 1.782 Palabras (8 Páginas) • 485 Visitas
El Documento de Aparecida, en consonancia con el Papa, nos enseña:
“Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. ‘Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud’ (Jn 10, 10). Por ello, sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia”. ( D. Ap 112)
“Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos. Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales.”
“La misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo. En su Encíclica Deus Caritas est, el Papa Benedicto XVI ha tratado con claridad inspiradora la compleja relación entre justicia y caridad. Allí nos dice que ‘el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política’ y no de la Iglesia. Pero la Iglesia ‘no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia’[1]. Ella colabora purificando la razón de todos aquellos elementos que la ofuscan e impiden la realización de una liberación integral. También es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se despierten en la sociedad las fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen los valores sociales. Sólo así las estructuras serán realmente más justas, podrán ser eficaces y sostenerse en el tiempo. Sin valores no hay futuro, y no habrá estructuras salvadoras, ya que en ellas siempre subyace la fragilidad humana.”(D. Ap Cap. 8, 384, 385)
Quisiera que centremos nuestra mirada, nuestra atención, en esto que el Papa dice y que fue recogido en el Documento de Aparecida: que las estructuras generan justicia o injusticia en nuestra sociedad.
Una de las dificultades de este tiempo es desconfiar de toda estructura de toda institución. Lo que llamamos fragmentación del tejido social, individualismo, la debilidad en los compromisos, se manifiesta también en una desconfianza de todo lo que es estructural, de todo lo que es institucional. Esto atraviesa a toda la sociedad. Hay desconfianza en la familia como institución, en la escuela como institución, en la justicia como institución, en los partidos políticos como instituciones, en los sindicatos. Hay una cierta desconfianza en toda estructura que organice a la comunidad humana. Muchas veces se manifiesta en frases como: “no se le puede pedir todo a la escuela” o “no podemos esperar todo de la justicia” o “en los partidos políticos no se puede participar, no hay espacio”.
Esto genera que nuestros compromisos o búsquedas de cambio social muchas veces queden en expresiones solidarias, o de compromisos con aquellas cosas que podemos “medir” sensiblemente, llegamos hasta lo que podemos “controlar”.
O situaciones de pobreza, niños y familias en la calle: vamos a darles de comer, vamos a jugar con ellos. ¿Trabajamos para ver cómo hacer para que esta sociedad no expulse niños o familias a la calle? No siempre. Vamos a cubrir el efecto concreto que percibimos. Hay como una especie de facilidad o cercanía para ayudar en aquello que depende de mí o que depende de los que estamos trabajando juntos. Pero en lo que tenemos que depender de otros a quienes no conocemos, ahí nos cuesta más confiar y participar.
Y esto es una dificultad seria a la hora de plantearnos, como factor de cambio, el querer transformar estructuras. Porque estas estructuras, a las que hace referencia el Papa y el Documento de Aparecida, no son estructuras que se cambien con acciones comprometidas de grupos aislados. Son estructuras que solamente se cambian en la medida en que hay un cuerpo social dispuesto a cambiarlo, en la medida en que hay una participación que vaya más allá de la individualidad o del pequeño grupo.
Entonces, disculpen que insista con esta enseñanza del Papa:
“En este contexto, es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticias. Las estructuras justas son, como he dicho, una condición
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