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El Infierno, ¿existe Todavía?


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2014  •  1.296 Palabras (6 Páginas)  •  200 Visitas

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«…fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos…»

Credo de los Apóstoles

En la audiencia papal del miércoles 28 de julio de 1999, el entonces papa Juan Pablo II (ahora San Juan Pablo II) habló del Infierno. Recuerdo las polémicas que provocaron sus palabras. Los medios de comunicación, tan afectos al sensacionalismo, incluso los especializados en asuntos religiosos, anunciaron a los cuatro vientos titulares como: «¡El infierno no existe y, si existe, estaría vacío!». De esto hace ya quince años; lo recuerdo bien porque en ese entonces era Rector del Seminario Teológico Bautista Internacional, de Cali, Colombia (hoy Fundación Bautista Universitaria) y los estudiantes, ávidos de polémicas, hicieron de la noticia el tema de obligada discusión en cada clase.

¿Qué fue lo que dijo el Papa? El tema de su alocución había sido «El infierno como rechazo definitivo de Dios». Habló acerca de la realidad del infierno y dijo que no era un lugar físico. Explicó que es un estado que el pecador se construye de forma progresiva y definitiva por su aversión a Dios y su menosprecio al prójimo. Dijo que: «El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios» . La noticia era, por lo menos para los que no somos católicos, muy positiva (disculpen la ironía), si tenemos en cuenta que hasta el Concilio Vaticano II la Iglesia católica defendía la doctrina según la cual todo el que estuviere «fuera de la iglesia católica… caerá en el fuego eterno, que está preparado para el demonio y sus ángeles» ¡Díganme, entonces, si no era buena noticia para nosotros los protestantes!

La algarabía por las declaraciones papales giró en torno al concepto teológico del infierno como un estado y no como un lugar específico. Un estado de separación eterna del Dios amoroso. Similar inquietud causaron las declaraciones del conocido teólogo evangélico, John R. W. Stott, cuando afirmó algo semejante. Stott, junto con otro autor inglés, David Edwards, escribió un libro titulado “Evangelical Essentials: A liberal-Evangelical Dialogue”; texto escrito en 1988. Los dos autores dedicaron las últimas seis páginas de su libro para hablar acerca de la naturaleza del infierno. Concluyeron que los incrédulos serían aniquilados por completo en su destino final y así no experimentarían un castigo eterno como se había enseñado por años en lo que ellos llamaron posiciones tradicionalistas.

Y es que, en los Evangelios, el infierno (la Ghenna), más que significar un lugar físico, simboliza la exclusión de la presencia de Dios. En algunas ocasiones, el símbolo es el fuego (Marcos 9: 43), en otras las tinieblas (Mateo 8: 12), en otras el Abismo (Apocalípsis 9: 2,3), pero lo que se destaca no es la descripción física del lugar (por cierto, no es posible un lugar de fuego literal y al mismo tiempo de tinieblas), sino el principio espiritual de la exclusión de la presencia divina. E. Y. Mullins, reconocido teólogo evangélico de comienzos del siglo XX, enseñaba acerca de estas afirmaciones bíblicas que «En su mayor parte son expresiones figurativas y simbólicas y deben interpretarse así» . Son figuras que representan el espantoso destino de quienes contradicen los principios del Reino de Dios y su justicia. ¡Porque la injusticia no será eterna!

Entonces, sí hay infierno, pero no el de las llamaradas de fuego con ánimas sedientas en medio del calor. «El sufrimiento físico no sería un castigo adecuado para pecados espirituales... (porque) infligir un dolor puramente físico en el pecador, no sería adaptar su castigo a la naturaleza (espiritual) de sus pecados», dice el teólogo bautista de viejo corte tradicional, Walter T. Conner.

He citado hasta ahora sólo autores evangélicos, ceñidos a la ortodoxia tradicional, porque bien

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