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El ateismo ¿Vale creer en Dios?


Enviado por   •  17 de Enero de 2018  •  Trabajo  •  1.717 Palabras (7 Páginas)  •  154 Visitas

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¿Vale creer en Dios? Esta cuestión, hace veinte o treinta años, hubiera resultado indecente y la respuesta hubiera sido evidente. Dios era el universal: creaba, vivificaba, perdonaba, recompensaba. Toda la vida humana está suspendida de la existencia de otro mundo, infinitamente más real y más duradero que este. La liberación consistía en hacer pasar al mayor número de cristianos de este mundo al otro, solamente se podía realizar mediante la gracia de Dios. Para el hombre de hoy incluso para el hombre religioso, no hay más que un solo mundo,  que es el mundo terreno que conocemos.

El avance científico y técnico, a velocidades insospechadas, ha fomentado esta confianza del hombre en el hombre y ha contribuido no poco a la emancipación de todo aquello que remita a trascendencia, a misterio, a sobrenatural, en definitiva a Dios.
Una primera posición rechaza a Dios en nombre de la dignidad humana, en donde resta todo valor a la actuación creadora del hombre y  Dios se trasforma más que en una idea, en una realidad presente que no deja crecer al hombre, surgiendo primero el antiteísmo y luego el ateísmo.  

El ateísmo, que es uno de los más graves fenómenos de nuestro tiempo, merece ser sometido a un estudio más pronto[1]. El ateo es solamente uno que rechaza la idea de Dios que nosotros le presentamos; no hay nadie que no crea en nada: también ellos creen en algo. Los ateos de nuestro tiempo creen en la verdad científica, en la salvación del mundo, en la fraternidad humana.

Mientras unos niegan expresamente a Dios, otros afirman que el hombre nada puede asegurar sobre Él. No faltan quienes examinan con tal método el problema de la existencia de Dios. Muchos, sobrepasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, o bien pretenden explicarlo todo sólo por razones científicas o, por el contrario, no admiten verdad absoluta alguna.

No faltan quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido alguno la fe en Dios, inclinándose más bien a la afirmación del hombre que a la negación de Dios. Algunos se imaginan a Dios de tal modo que su ficción, aún por ellos mismos rechazada, nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean los problemas acerca de Dios, puesto que no experimentan inquietud alguna religiosa, ni entienden por qué hayan de preocuparse de la religión.[2] Un ateo es aquel que niega la existencia de un ser superior personal y trascendente al mundo o pretende, de El para explicar el mundo, ni para fundamentar la conducta humana

Están lejos de la verdad quienes, por saber que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la venidera, piensan que por ello pueden descuidar sus deberes terrenos, no advirtiendo que precisamente por esa misma fe están más obligados a cumplirlos, según la vocación personal de cada uno[3]. Sabiendo del diálogo con el mundo, se ve claro la correlación del diálogo con los no creyentes. Tal diálogo se debe llevar a cabo conscientes de la gravedad de las cuestiones que el ateísmo plantea, y dispuestos a plantear ayuda al ateísmo mismo[4].  

Quienes voluntariamente apartan a Dios de su corazón y rehuir las cuestiones religiosas, al no seguir el dictamen de su conciencia, no carecen de culpa; pero la verdad es que muchas veces son los creyentes mismos quienes tienen alguna responsabilidad en esto. Porque el ateísmo, considerado en su integridad, no es algo natural, más bien es un fenómeno derivado de varias causas, entre las que cabe enumerar también la reacción crítica contra las religiones y, por cierto, en algunas regiones, principalmente contra la religión cristiana. De dónde en esta génesis del ateísmo pueden tener gran parte los creyentes mismos, porque han dejado de educar su propia fe o exponiendo su doctrina falsamente, o también por deficiencias de su propia vida religiosa, moral y social, más bien velan el genuino rostro de Dios y de la religión, en vez de revelarlo.

De ahí la importancia de considerar el fenómeno de la secularización como vía a la indiferencia y por tanto, a la no creencia en todas sus consecuencias, aún las extremas.[5]  La secularización es un proceso cultural moderno que reivindica una legítima autonomía al quehacer terreno, sea como explica el Concilio, que hay que tener un respeto a la actividad humana, que debe tener por leyes propias, impresas por Dios en las realidades terrenas y sociales. En ese sentido, la Iglesia lo admite sin que necesariamente haya de darse oposición entre ciencia y fe. Mas, si por autonomía de las realidades terrenales se entiende que tanto ellas como las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aprovechar y ordenar progresivamente, justo es exigirla, puesto que no sólo la reclaman nuestros contemporáneos, sino que también es conforme a la voluntad del Creador. Por su misma condición de creadas, todas las cosas tienen una firmeza, verdad y bondad así como unas leyes y un orden propios, que el hombre debe respetar, reconociendo las exigencias de método de cada ciencia o arte[6].

        

“La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es" el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas”[7].

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