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Religión, Dios, Ateísmo...


Enviado por   •  14 de Abril de 2013  •  7.820 Palabras (32 Páginas)  •  502 Visitas

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Religión, Dios, ateísmo, agnosticismo...

¿Qué es la Religión? Si preguntamos a una persona corriente de nuestras sociedades cristianas actuales, probablemente nos hablará de ceremonias como la misa o las procesiones de Semana Santa, así como de ritos de paso tales como el bautismo, la comunión, la confirmación, el matrimonio y la sepultura tras el fallecimiento, toda una serie de instituciones que diferencian al hombre de los animales.

Sin embargo, esta respuesta positiva, que consideraremos parte del momento tecnológico de la religión, podría encontrar una justificación mucho más compleja si pedimos al creyente que nos ofrezca la justificación que le lleva a mantener y asistir a las citadas ceremonias, a cumplir con cada rito de paso, el momento nematológico de la religión. Probablemente en ese caso responda: «La religión es la relación del hombre con Dios»; es la tesis de Varrón, Lactancio y San Agustín (religare).

Parecería entonces que el fundamento de todas esas relaciones institucionales humanas que forman parte del cuerpo de la religión es la relación última del hombre con una divinidad a la que se reza, se implora su favor, por la que se realizan actos piadosos y por la que se cumplen los santos sacramentos para estar «en gracia de Dios» o, como se diría comúnmente, «llevar una vida feliz». Todo se resumiría en la famosa sentencia de Dostoievsky en Los hermanos Karamazov: «Si Dios no existe, todo está permitido.» De hecho, en la tradición occidental, tanto en lo relativo a las religiones politeístas como a las monoteístas, religión se entiende, además de cómo «relación del hombre con Dios», como relegere, releer, cuidar o vigilar los ritos tradicionales, tal y como explica Cicerón en De natura deorum.

Fe natural y fe religiosa

Desde esta perspectiva, el creyente en una religión determinada se comportaría bajo la esperanza de recibir los favores de Dios, mientras que el no creyente simplemente se limitaría a negar bajo su peculiar «fe del ateo», como diría Zubiri, que pueda existir una relación del hombre con Dios. Serían en consecuencia dos posturas inconciliables, la de quien cree y la de quien no cree.

Pero la religión no se basa únicamente en una creencia subjetiva, ni es algo privado que pueda dejarse al «arbitrio de la conciencia». El creyente en una religión determinada se encuentra envuelto por toda una serie de ceremonias, tales como el cumplimiento de los sacramentos, la oración, &c. También por alguna «concepción mitológica del mundo» en la que se contienen Ideas embrionarias que podrán pasar, en su momento, a formar parte de sistemas filosóficos. Las distintas creencias constituyen un cuerpo social muy complejo que constituye toda la práctica del creyente y conforma todo su comportamiento.

La fe es por lo tanto una creencia material objetivada, dentro del contexto de una sociedad determinada. Sin embargo, «la fe religiosa es, por naturaleza, oscura, porque su materia no es visible» (Bueno, La fe del ateo, pág. 13). No obstante, la creencia en algo natural no tiene por qué contraponerse a la religiosa. Tanto en el caso de la revelación divina, como en la fe a un testimonio de una persona determinada, creemos en algo que no vemos. Como señala Feijoo:

«Tres géneros hay de objetos: Sobrenaturales, Metafísicos, y Materiales. De éstos, los dos primeros son esencialmente invisibles. Los terceros lo son muchas veces por accidente; porque aunque se consideren absolutamente dentro de la jurisdicción de la vista, es imposible el uso de ella por la distancia. Las noticias que de estos tres géneros de objetos llegan a las puertas de los oídos, deben traer respectivamente distintos testimonios para ser admitidas. Las de los objetos Metafísicos, el de la evidencia: las de los Sobrenaturales, el de la autoridad divina: las de los Materiales, que no puede examinar la vista, el de la autoridad humana.» (Feijoo, «Regla Matemática de la Fe Humana», Teatro Crítico Universal, Tomo 5 (1733), Discurso 1, §. I., 3-4).

No pudiendo distinguirse más que los distintos tipos de fe, hay que constatar la involucración del cuerpo de las religiones en distintas esferas de lo humano, como es el caso de la famosa distinción entre lo sagrado y lo profano. En diversos estudios sobre la religión realizados por numerosas disciplinas, se establece la distinción entre lo sagrado y lo profano como la distinción entre lo que pertenece a la religión y lo que no pertenece a ella. Literalmente, profano es lo que se encuentra ante el templo (fanum), aunque unido a él; así es como se denominó por parte de Varrón profanatum («consagrado») a lo asimilado a lo religioso aunque no sea propio del templo: un ritual de sacrificio o un diezmo, por ejemplo. De esta manera, muchas cuestiones en principio no religiosas, por no ser propias de la religión civil, profanas en definitiva, están involucradas en lo religioso. De esta manera, lo religioso no se incluye o superpone en lo sagrado, sino que incluye a muchas esferas no relacionadas directamente con los númenes terciarios, sino con instancias sociales o incluso políticas: donativos, promesas, actos delictivos, &c.

«Pero ocurre que lo profano, a su vez, es un concepto muy confuso, o indistinto. Varrón (De lingua latina, VI, 54) nos dice que «profano» es lo que está «delante del templo» (fanum), aunque unido al templo; y alega este significado como razón de que se llamase profanatum («consagrado») a algo existente en el sacrificio y en el diezmo de Hércules, puesto que mediante cierto sacrificio, recibía el carácter de «propio del templo» (fanatur), lo que equivaldría, dice Varrón, a hacer por ley propio del templo, o fanum, lo que sin embargo es profano. Sin embargo, «profano» llegará a significar, ante todo, no ya tanto lo que está delante del templo (con la connotación de lo que está «orientado» o de cara al templo), sino lo que está fuera y aun de espaldas a él; por lo que si lo religioso es lo que se encierra dentro del templo, lo profano será también lo que no es religioso.» (Gustavo Bueno, «Los valores de lo sagrado: númenes, fetiches y santos», en Los valores en la ciencia y la cultura. Actas del Congreso: Los valores en la ciencia y la cultura, León 6-8 de septiembre de 2000, Universidad de León 2001, pág. 408.)

Así, lo sagrado se involucra en lo profano en cuestiones tales como el calendario, marcado por las fiestas sacramentales. Un ejemplo es la fecha del 25 de diciembre, que pasa de ser el día del solsticio de invierno, la noche más larga del año y en el contexto del Imperio Romano el Dies solis natalis invicti que conmemora la victoria del emperador Aureliano del año 274, a ser la fecha del nacimiento

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