Fanatismo En México
Enviado por MennyBarrera • 1 de Junio de 2013 • 2.385 Palabras (10 Páginas) • 444 Visitas
El fanatismo en México
El fanatismo religioso ha generado a través de la historia en cuanto bajo ésta se han llevado a cabo conflictos bélicos, holocaustos, asesinatos y actos terroristas. Durante siglos, miles de hombres fanáticos se han visto influenciados bajo las grandes religiones para así llevar actos que van en contra de la propia religión lo cual deja a ver que el individuo está actuando no bajo fe, sino por pura obsesión.
El fanático religioso se identifica con un individuo de conducta ciega con una religión en particular, lo que le lleva a provocar actos contra personas que no creen en ésta mediante una lógica inflexible.
El factor religioso se ha ido manifestando de una manera imponente en los últimos años, para bien y para mal. La modernidad -en sus diversas expresiones, como el liberalismo, el racionalismo y el marxismo, etc.- hizo malogrados cálculos con respecto a la religión, con aquellas predicciones sobre su desaparición cuando la razón y su hija predilecta, la ciencia, y su nieta, la tecnología, establecieran las condiciones básicas para el desarrollo feliz de la humanidad. ¿Qué quedó? La frustración y el desencanto posmoderno se están apoderando de la humanidad ante el incumplimiento de las “profecías” de la razón liberal y marxista. La religión ha ido tomando un lugar preponderante en todas partes, aunque con nuevas características: en muchos casos se trata de una religión “informal”, al margen de las grandes tradiciones e instituciones religiosas. Las rígidas instituciones religiosas tradicionales no logran llenar el vacío dejado por el fracaso del mesianismo de la razón y de la ciencia, y han ido apareciendo un sinnúmero de ofertas religiosas para una humanidad angustiada y ávida de sentido y necesitada de certezas. Esta ha sido la ocasión para que muchas instituciones religiosas -entre nosotros, la Iglesia católica- se planteen seriamente la necesidad de una renovación que responda a las nuevas condiciones culturales y espirituales de la posmodernidad…
EL primer impacto del fanatismo brutal nos produce incredulidad y parálisis. Ante el desprecio de los terroristas por sus propias vidas y por las ajenas, ante la ira ciega que golpea indiscriminadamente y destruye y destroza sin compasión, nuestra primera reacción es de temor y silencio.
No se trata, en esta perspectiva religiosa en la que escribimos hoy sobre el ataque a Nueva York, de la sorpresa ante la audacia y la increíble organización de los terroristas, ni tampoco ante la ineficacia de los sistemas de defensa de la primera potencia mundial. Se trata del dolor ante la capacidad de crueldad y ante la radical insensibilidad frente al sufrimiento ajeno.
La finalidad de la religión debe ser sacar al hombre de su mezquindad, elevarlo sobre su egoísmo y su avaricia, abrirlo a horizontes nuevos de generosidad y de trascendencia, es decir, abrirlo a Dios y vincularlo con Él.
Pero el fanatismo religioso no es religión, sino su caricatura cruel. No es servir a Dios, sino intentar servirse de Dios. No es cumplir la voluntad de Dios, amándole a Él y a sus hijos, que somos todos; sino intentar que Dios cumpla nuestra voluntad, respaldando nuestras acciones de odio, de venganza o de poder.
Todas las religiones tenemos experiencias de fanatismos aterradores. Los cristianos tampoco nos hemos librado. Ahí están las cruzadas, la inquisición, el antisemitismo, las divisiones entre las Iglesias, las luchas por el poder. El fundamentalismo islámico, exultante por haber destruido las torres gemelas y haber causado más de diez mil muertes de «enemigos» con sólo dos certeros golpes, está, con diez siglos de retraso, en la misma actitud religiosa de aquellos cruzados cristianos que celebraban con una misa solemne de acción de gracias el haber hecho correr, a ríos, la sangre de los musulmanes por las calles de Jerusalén.
¿Cuál será ahora la respuesta de las grandes potencias, todas ellas de raíces cristianas? Si esta tragedia y este dolor tan injusto sirvieran para esforzarnos todos en construir un orden mundial más justo que el actual, el dolor no habría sido estéril. Pero si la venganza es indiscriminada e injusta, habremos añadido dolor al dolor y habremos echado la simiente de peores catástrofes futuras.
Nuestra experiencia histórica está siempre determinada por el presente histórico que nosotros vivimos hasta el punto de encuentro entre un espacio de experiencia que nos precede y un horizonte de espera aún mal definido. Lo que caracteriza lo que se llama la crisis de la modernidad es que nuestro espacio de experiencia se estrecha en el momento mismo en que el porvenir deviene más incierto y más indeterminado. El desafío presente de la Iglesia es, a la vez, el de la mundialización y el de un pluralismo religioso aparentemente insuperable. Será necesario levantar acta de la novedad del diálogo interreligioso. Pero al mismo tiempo es muy importante reconocer que existe un indiferentismo religioso que, lejos de ser una indiferencia generalizada, consiste en un indiferentismo comprometido y responsable.
Las más numerosas: catolicismo e islam (1.000 millones cada una), hinduismo y protestantismo (700 millones cada una), budismo (350 millones), ortodoxia (200 millones), anglicanismo (70 millones), judaísmo (12 millones).
Justificación
Lutero pensaba que la salvación no depende del esfuerzo o del mérito humano, sino de la gracia otorgada por Dios, que es aceptada por la fe. Las buenas acciones no son despreciadas, pero se consideran más bien fruto de la gracia de Dios que obra en la vida del creyente. La doctrina de la justificación de la gracia a través de la fe se convirtió en un componente esencial de muchas Iglesias protestantes. Lutero y otros reformadores pensaban que el catolicismo había insistido demasiado en la necesidad que tenían los creyentes de hacer méritos, de labrarse un camino hacia la gracia de Dios realizando buenas acciones, ayunando, peregrinando y (como se pensaba generalmente en tiempos de Lutero) comprando indulgencias. A los protestantes les parecía que todo esto hacía innecesario el sacrificio de Cristo y dejaba a los seres humanos, que por definición son todos pecadores, en la duda respecto a su posibilidad de redimirse. Los reformadores enfatizaban la misericordia de Dios, que otorga la gracia inmerecida a los pecadores a través de la actividad salvadora de Jesucristo. Es evidente que ninguna mente sensata defendería el fanatismo como actitud propia del ser humano civilizado. Identificamos el fanatismo con la ceguera intelectual, con la incapacidad de valorar y sopesar los variados aspectos de la realidad. El fanático no escucha, no razona, no produce diálogo. La mayoría de los cristianos no viven como fanáticos. Ni la mayoría de los musulmanes tampoco, ni la de los herederos de las
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