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La Ley De La Vida: El Don De Nosotros Mismos


Enviado por   •  22 de Junio de 2013  •  2.598 Palabras (11 Páginas)  •  368 Visitas

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La ley de la vida: El don de nosotros mismos

Apuntes sobre el Cap. 8 del libro de Luigi Giussani, “Los orígenes de la pretensión cristiana”, Madrid 2001

¿De qué sirve la vida, sino para darla?

«Ve, vende todo lo que tienes y sígueme». Es casi una súplica, es casi como si Cristo mendigara de nosotros: «Mira, si quieres vivir, ve, vende todo lo que tienes y sígueme».

La ley de la vida, dice Jesús, es el don de nosotros mismos. «Si el hombre como ser existente, como persona, es algo más grande que el mundo [que sus factores antecedentes], como existente, como dinamismo vivo –dice Luigi Giussani al principio de este capítulo– la persona, es parte del cosmos. Por eso el objetivo de su obra, si bien en última instancia es su plenitud, o felicidad, de manera inmediata, sin embargo, es servir al todo del que forma parte».

Esto es lo que tenemos que ayudarnos a comprender: si en última instancia el objetivo último es la plenitud, la felicidad, nosotros alcanzamos la felicidad precisamente a través de este servicio al todo porque, «en cuanto parte del mundo el hombre ha de servirlo, aunque todo el universo tenga como fin ayudarle a alcanzar mejor su felicidad».

Como veis, el desafío es impresionante, porque a nosotros esto nos parece una paradoja, difícil de aceptar, que nos provoca desconcierto, porque muchas veces sentimos el servicio al todo como contrario a nuestra felicidad. Es la paradoja que encontramos en el Evangelio: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna».

«La existencia humana se desenvuelve en un servicio al mundo, el hombre –dice Luigi Giussani siguiendo esta paradoja del Evangelio– se completa a sí mismo entregándose, sacrificándose. El mejor comentario a este principio cristiano son las palabras de Anne Vercors ante el cadáver de su hija Violaine, en La anunciación a María de Paul Claudel:

“¿Es acaso el vivir el objeto de la vida? ¿Quedarán atados los pies de los hijos de Dios a esta tierra miserable? ¡No vivir, sino morir […] y dar lo que tenemos sonriendo! ¡Ésa es la alegría, ésa es la libertad, ésa es la gracia, ésa es la juventud eterna! […] ¿Qué vale el mundo comparado con la vida? ¿Y de qué sirve la vida, sino para darla?”. La existencia humana es un consumarse “por algo”».

¿Por qué es así? ¿Por qué la vida es un consumarse por algo? ¿De qué naturaleza es este consumarse? La vida es así porque el Misterio, que está en el origen de todo lo que somos, el Misterio de la Trinidad, además de ser relación, es don –lo hemos visto esta mañana–, don conmovido de sí, es caridad. La naturaleza de Dios se desvela al enviar a Su Hijo que mira lleno de compasión nuestra nada: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito»; tuvo compasión de ellos. Que Dios, no sólo nos ame con un amor eterno y tenga compasión de nuestra nada, sienta compasión por mí, sino que mande a su Hijo, esto es algo del otro mundo, que expresa la naturaleza de Dios. «Mi corazón se conmueve dentro de mí –dice el profeta Oseas–, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas».

Ésta es la naturaleza de Dios, dice el Papa: « Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser; pero este principio creativo de todas las cosas –el Logos, la razón primordial– es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor». Por eso la grandeza del hombre creado por este Dios que se estremece de compasión es ser don; nos ha creado a semejanza de Dios, por eso su consumarse tiene que convertirse en don. La ley de la existencia, por lo tanto, es amor, don de nosotros mismos.

«Se subraya así lo paradójico de esta ley: la felicidad se alcanza a través del sacrificio». ¿Quién no siente casi como un escándalo ante una afirmación de este tipo? La propuesta de Cristo desafía la mentalidad que nos rodea y en la que tantas veces estamos inmersos, que incide también sobre nosotros.

La objeción sobre el eros que hace Nietzsche y que el Papa cita en la encíclica Deus caritas est se podría extender a todo el resto de la existencia. «El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio. El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?».

En este contexto será imposible resistir a la presión de la mentalidad que nos rodea, si nosotros no hacemos otro tipo de experiencia. No basta con oponer el discurso correcto al discurso equivocado para poder vivir en esta situación. Es necesaria una experiencia distinta, una experiencia de plenitud, de lo contrario no resistiremos y antes o después también nosotros sucumbiremos a la mentalidad de todos.

Éste es el desafío y Giussani responde diciendo: «Cuanto más acepta uno darse, [¡atentos a las palabras!] mayor plenitud experimenta ya en este mundo»: es una experiencia, no en el más allá, sino en este mundo. Son palabras que invitan a la experiencia, a la verificación de esta ley: que el darse da a la vida una mayor plenitud. No es razonando, no es intentando entender la paradoja como uno avanza, sino mirando la experiencia. Nadie nos podrá convencer de esta paradoja teóricamente, o con razonamientos. Sólo se entiende si uno ve que cuanto más ama, más es él mismo, que la vida es don de sí y que en este darse no se pierde, sino que se gana. Esto se intuye cuando, en una relación amorosa, el darse al tú es la plenitud del propio yo; cualquiera que haya amado lo comprende. Cualquiera que haya amado a alguien comprende que cuanto más ama, cuanto más se da al otro, más plenitud experimenta.

Esto nos permite entender cuál es el camino para poner en tela de juicio nuestro modo habitual de movernos, en el que nosotros somos la medida. Muchas veces oímos decir: «No lo hago hasta que no lo entienda», es decir, primero habría que comprender y después actuar. ¡No! Porque no podemos entender si nuestro criterio es nuestra razón como medida; al contrario, es la experiencia lo que hace que esta ley sea evidente para mí. Para entender no basta con saber, hay que actuar.

Dice Giussani: «Se nos propone así una personalidad

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