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La Primacia Del Trabajo Sobre El Capital


Enviado por   •  17 de Febrero de 2012  •  1.987 Palabras (8 Páginas)  •  624 Visitas

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PRIMACIA DEL TRABAJO SOBRE EL CAPITAL.

No es tarea realizar un análisis técnico de los cambios que se han producido en la relación entre el trabajo y el capital. Será suficiente señalar el cambio que se ha introducido en la relación entre Estado, capital y trabajo, por lo que se refiere a las relaciones sociales, desde el momento en que la actividad económica ha dejado de fundamentarse en el sistema de fábrica. Por otra parte, en el llamado “mercado global”, los actores no tratan directamente con hombres, sino con informaciones y decisiones de capitales. Finalmente, tendremos que reconocer que en sociedades complejas como las nuestras la vinculación entre la dinámica económica y la social es cada vez mayor. Basta pensar, por ejemplo, en el peso del tercer sector o en la importancia que los comportamientos de consumo revisten para las actividades y los resultados de las empresas. Es así evidente que, en un contexto semejante, los actores de la economía pueden fácilmente descuidar la reflexión y la asunción de los principios, los criterios de juicio y las directrices de acción cercanas a la Doctrina Social, entre las que destaca la de la prioridad del trabajo sobre el capital.

La Doctrina Social siempre ha refutado esta posición ideológica. Según la Doctrina Social de la Iglesia el trabajo es, de hecho, una de las dos dimensiones constitutivas de la experiencia humana elemental (junto al afecto): «El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, unida al mantenimiento de la vida, no se puede llamar trabajo; sólo un hombre es capaz de trabajar y sólo el hombre lo hace cumpliendo al mismo tiempo con el trabajo de su existencia en la tierra. De este modo, el trabajo lleva consigo un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de una persona trabajadora en una comunidad de personas; y este signo determina su cualidad interior y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza». Además, el trabajo, para la antropología cristiana, es una forma eminente de participación –incluso en sus aspectos de fatiga y contradicción– en la obra creadora y redentora del Dios de Jesucristo: «Los hombres y las mujeres que para procurarse el sustento suyo y de su familia ejercitan su trabajo de tal forma que prestan un conveniente servicio a la sociedad, pueden, con buen criterio, reconocer que con su trabajo prolongan la obra del Creador, son útiles para sus hermanos y contribuyen personalmente a la realización del plan providencial de Dios en la historia».

¿Qué dirección tomar para mantener en el mundo la prioridad del trabajo sobre el capital?

Desde la mayoría de los frentes se auspicia la institución de un gobierno global, fundado en el reforzamiento de las reglas generales de conducción de la política económica y social. Tal ordenamiento global tendría como objetivo asegurar el respeto a los derechos humanos en el campo económico. Por otro lado, se observa que un objetivo semejante no puede alcanzarse sólo de la mano de los gobiernos nacionales, sino que exige la constitución de un orden mundial –global– que pueda ser respetado por todos. La propuesta ha tenido seguramente en cuenta la complejidad de la vida económica hodierna –no comparable a la del pasado–, además de la irrenunciable dimensión institucional de los procesos de producción de los mercados. Desde este punto de vista, la construcción de un nuevo orden institucional en el ámbito económico constituye un oportuno intento que debe empeñar a las diversas fuerzas implicadas.

Esta propuesta sólo podrá llevarse a cabo si se la persigue hasta el fondo, explicitando todos sus fundamentos. De hecho –y éste es el punto central de mi reflexión– la economía no sólo necesita de la ética, sino también de la antropología. Las leyes están destinadas a facilitar la vida pública. Su tarea es la de abrir unos caminos y cerrar otros, indicando la dirección que hay que tomar para asegurar, en este caso a la vida económica, el orden necesario. Sin embargo, en especial en el marco del positivismo jurídico de hoy, se necesita que esta dimensión legal tenga una sólida base antropológica, ya que los actores económicos no pueden limitarse a construir un marco de reglas de comportamiento que sean ágiles y respetuosas con la libertad individual y social, con las distintas culturas, con las particularidades religiosas de los hombres y los pueblos.

La reformulación de este principio requiere partir de una antropología adecuada, es decir, de una antropología que tenga en cuenta la naturaleza dramática del yo. Debido a esa naturaleza, el yo existe siempre dentro de una unidad dual en la que se evidencian tres polaridades consecutivas: espíritu y cuerpo; hombre y mujer; individuo y comunidad. El hombre tiene cuerpo y alma, es hombre y mujer, es individuo y sociedad. La cuestión antropológica es, en cierto sentido, muy simple. Está al alcance de todos y constituye una experiencia elemental. Todo hombre se juega diariamente su libertad en cada circunstancia y en cada relación, en el ámbito del afecto y del trabajo. Emerge aquí, con claridad, el peso de las relaciones.

Es necesario que el otro, lo diferente, la diferencia, sean vistos de forma positiva y no excluyente, como ha tratado de hacer la modernidad, disolviendo el sujeto. La diferencia es la escuela de la alteridad que a su vez no es pura exterioridad, sino precisamente, a fuerza de concatenarse las polaridades constitutivas, es, en cierto sentido, interna a la identidad del yo. El otro, sin cesar de ser otro, constituye, en cierto modo, el propio yo (véase la relación madre-hijo): la experiencia de la diferencia –a distintos niveles, pero sobre todo en el nivel de la polaridad constitutiva– nos lo recuerda constantemente. Cada relación con el otro implica un abandono (dif-ferre) del yo. Ni siquiera la relación económica, en la que se explica de diversas formas la relación del trabajo y el capital, escapa a este estado objetivo de cosas. Para ser armónica y capaz de perseguir su propio objetivo, la relación económica tendrá que colocarse dentro de este horizonte integral. La actividad económica nace de la desproporción entre necesidades y respuestas. En otros términos, identifica

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