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Los Frutos De La Vid


Enviado por   •  10 de Abril de 2015  •  4.760 Palabras (20 Páginas)  •  176 Visitas

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Los Regalos de la Cruz.

Hace mucho tiempo, aun antes que se hiciera el mundo, Dios nos amó y nos escogió en Cristo para que fuéramos santos y sin falta ante sus ojos.Su plan inalterable ha sido siempre adoptarnos en su propia familia al atraernos a sí mediante Cristo Jesús.Y esto le dio una gran satisfacción.

¿Te has preguntado por qué Dios da tanto? Podríamos existir con mucho menos. Pudo habernos dejado en un mundo plano y gris; no habríamos sabido establecer la diferencia. Pero no lo hizo así:

Él hizo explotar naranjas en el amanecer y limpió el cielo para que luciera azul.¿Por qué dar a las flores aroma? ¿Por qué dar sabor a las comidas?¿Podría ser que Él quiere ver todo eso reflejado en tu faz?

Si nosotros hacemos regalos para demostrar nuestro amor, ¿cuánto más no querría hacer Él? Si a nosotros -salpicados de flaquezas y orgullo- nos agrada dar regalos, ¿cuánto más Dios, puro y perfecto, disfrutará dándonos regalos a nosotros? Jesús preguntó: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?» ( Mt 7.11 ).

Cada regalo revela el amor de Dios… pero ningún regalo revela su amor más que los regalos de la cruz. Estos venían, no envueltos en papel, sino en pasión. No estaban alrededor del arbolito, sino en una cruz. Sin cintas de colores, sino salpicados con sangre.

¿Será posible que el cerro de la cruz esté lleno de regalos de Dios? ¿Los examinamos? Desempacamos estos regalos de gracia quizás por primera vez. Y mientras los tocas y sientes la madera de la cruz y sigues las marcas dejadas por la corona y palpas las puntas de los clavos, te detienes y escuchas. Quizás lo oigas susurrándote:

«Sí. Yo hice esto por ti».

1.- La promesa de Dios en la escupida del soldado: “Yo compartiré tu lado oscuro”

El pecado oculto en la profundidad de los corazones de los impíos los impulsará siempre a hacer lo malo. Salmos 36.1

Los azotes fueron ordenados, lo mismo que la crucifixión. ¿Pero quién podría encontrar placer en escupir a un hombre medio muerto? Jamás un escupitajo puede herir el cuerpo. No puede. Se escupe para hacer daño en el alma, y ahí sí que es efectivo. ¿Qué era lo que los soldados estaban haciendo? ¿No se estaban elevando a expensas de otro? Se sentían grandes a través de empequeñecer a Cristo.

¿No has hecho eso tú también alguna vez? Quizás nunca hayas escupido a alguien, pero sí has hablado mal de él (o de ella). O quizás lo has calumniado. ¿Has alzado alguna vez tu mano impulsado por la ira, o quitado la vista con arrogancia? ¿Has alguna vez lanzado tus luces altas sobre el espejo retrovisor de alguien? ¿Has alguna vez hecho que alguien se sienta mal para tú sentirte bien?

Eso fue lo que los soldados hicieron a Jesús. Cuando tú y yo hacemos lo mismo, también se lo estamos haciendo a Jesús. «Te puedo asegurar que cuando lo hiciste a uno de los últimos de estos mis hermanos y hermanas, me lo estabas haciendo a mí» ( Mateo 25.40 ). Como tratamos a los demás, así tratamos a Jesús.

Debemos enfrentar el hecho que hay algo bestial dentro de cada uno de nosotros. P-E-C-A-D-O.

En la Biblia, la Bella hace mucho más. Se hace la bestia para que esta llegue a ser la bella. Jesús cambia lugar con nosotros. Nosotros, como Adán, estábamos bajo maldición, pero Jesús «cambió lugar con nosotros y se puso a sí mismo bajo esa maldición» ( Gál 3.13 ).

2.- Promesa de Dios en la corona de espinas: “Los amé tanto que me hice como uno de ustedes”.

Ustedes fueron comprados, no con algo que perece como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, quien fue como un cordero puro y perfecto. Cristo fue escogido antes de que el mundo fuera hecho, pero fue mostrado al mundo en estos últimos tiempos para su beneficio. 1 Pedro 1.18-20.

A través de la Escritura las espinas simbolizan, no el pecado, sino la consecuencia del pecado. ¿Recuerdas el Edén? Después que Adán y Eva hubieron pecado, Dios maldijo la tierra: «Así es que pondré una maldición en la tierra… La tierra producirá espinas y maleza para ti, y tú comerás las plantas del campo» ( Gén 3.17–18 ). Zarzas en la tierra son el producto del pecado en el corazón.

¿Cuál es el fruto del pecado? Adéntrate en el espinoso terreno de la humanidad y sentirás unas cuantas punzadas. Vergüenza. Miedo. Deshonra. Desaliento. Ansiedad. ¿No han nuestros corazones quedado atrapados en estas zarzas?

No ocurrió así con el corazón de Jesús. Él nunca ha sido dañado por las espinas del pecado. Él nunca conoció lo que tú y yo enfrentamos diariamente. ¿Ansiedad? ¡Él nunca se turbó! ¿Culpa? Él nunca se sintió culpable. ¿Miedo? Él nunca se alejó de la presencia de Dios. Jesús nunca conoció los frutos del pecado… hasta que se hizo pecado por nosotros. Y cuando tal cosa ocurrió, todas las emociones del pecado se volcaron sobre él, como sombras en una foresta. Se sintió ansioso, culpable, solo. ¿No lo ves en la emoción de su clamor?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» ( Mateo 27.46 ). Estas no son las palabras de un santo. Es el llanto de un pecador. Y esta oración es una de las partes más destacadas de su venida.Eso fue fantástico, increíblemente fantástico. ¿Pero quieres saber qué fue lo más maravilloso de Aquel que cambió la corona de los cielos por una corona de espinas? Que lo hizo por ti. Sí, por ti.

3.- La promesa de Dios en los clavos: “Yo te perdono”.

No hay diferencia, porque todos hemos pecado y hemos quedado fuera de la gloria de Dios, y somos justificados libremente por su gracia mediante la redención que vino por Cristo Jesús. Dios se ofreció como un sacrificio de expiación mediante la fe en su sangre. Romanos 3.22-25.

La lista de nuestras debilidades. ¿Querrías ver la tuya? ¿Te gustaría hacerla pública? ¿Cómo te sentirías si fuera exhibida de modo que todos, incluyendo Cristo mismo, pudiera verla?

¿Quieres que te lleve al momento en que tal cosa ocurrió? Sí, hay una lista de tus fracasos. Cristo ha escrito tus defectos. Y sí, esa lista se ha hecho pública. Pero tú no la has visto. Ni yo tampoco.

Ven conmigo al cerro del Calvario y te diré por qué.

Observa a los que empujan al Carpintero para que caiga y estiran sus brazos sobre el madero travesaño. Uno presiona con su rodilla sobre el antebrazo mientras pone un clavo sobre su mano. Justo en el momento en que el soldado alza el martillo, Jesús vuelve la cabeza para mirar el clavo.

¿No pudo Jesús haber detenido el brazo del soldado? Con un leve movimiento de sus bíceps, con un apretón de su puño pudo haberse resistido.

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