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Reseña El llamamiento peligroso


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2021  •  Reseña  •  2.084 Palabras (9 Páginas)  •  590 Visitas

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Tripp, P. David, El llamamiento peligroso: Enfrentando los singulares desafíos del ministerio pastoral, Graham, Carolina del Norte: Faro de Gracia, 2013, pp. 68-85

¿Qué precaución sería aconsejable aplicar en las vidas de todas aquellas personas activas en el ministerio de cualquier tipo? Esta pregunta es importante tener presente, aunque como se podrá observar no es habitual cuestionarla entre las congregaciones, puesto que a pesar del gran deseo y privilegio del ministerio en la iglesia local, en muchas ocasiones, no se considera que el ministerio para el Cuerpo de Cristo puede estar acompañado por un  conjunto de dificultades. El capítulo cuatro del libro El llamamiento Peligroso de David Paul Tripp representa un intento de aportar claridad sobre la condición del corazón y de la necesidad de una comunidad espiritual en el ministerio pastoral de la iglesia local para que dicho ministerio avance y honre a Dios, y no sólo esté sustentado por el dominio en conocimiento, experiencia o habilidad. En este libro el autor pretende dar a conocer lo que puede conllevar el llamado al ministerio pastoral y reconducir a los pastores a una mayor madurez espiritual en sus vidas. Su división se establece en tres bloque. En el primer bloque, Tripp profundiza en la cultura pastoral y expresa su preocupación de que muchos pastores se están conduciendo en la dirección equivocada. En el segundo bloque se centra en el peligro de olvidar la majestad de Dios: «Que la familiaridad con las cosas de Dios va a hacer que pierdas tu temor reverente»[1], por lo que Tripp aconseja a los pastores en volver a la humildad y pasión por el Evangelio, a la la disciplina y el reposo: «Y recuérdate estar agradecido por Jesús, quien te ofrece Su gracia incluso en esos momentos en los que esa gracia ni siquiera es tan valiosa para ti como debería serlo»[2]. En el tercer y último bloque, Tripp advierte a los pastores sobre el peligro de «tener éxito» como un sentimiento de vanagloria: «No debemos exigir que nos traten diferente o que nos pongan en algún pedestal en el ministerio. No debemos ministrar desde arriba sino al lado»[3]. En todos estos bloques, Tripp apunta a que los pastores deben volver una y otra vez al Evangelio, no tan sólo desde el púlpito sino desde la intimidad de sus corazones.

David P. Tripp inicia el cuarto capítulo tomando el ejemplo de una persona que se dirigió hacia el desastre en el ministerio pastoral, tanto dentro de su ministerio como dentro de su matrimonio. Tripp señala que este ejemplo puede ser bastante común entre nuestras iglesias, a través de la búsqueda de candidatos a pastor en un iglesia local que reemplace la jubilación del pastor inicial. Una vez encontrada la persona que se ajuste a sus intereses eclesiales, como el tener la formación correcta, un «conjunto adecuado de habilidades, una filosofía ministerial adecuada para adherirse a su iglesia y hacer crecer a su iglesia»[4] y un buen recorrido de experiencia en el ministerio parecen apuntar al candidato perfecto. Es interesante como Tripp, en su ejemplo, da a conocer que el «último» paso en esta selección era el escucharle predicar, lo cual, no fue de extrañar, produjo una respuesta positiva ante él y su familiaridad en su forma de predicar con el pastor que se iba a jubilar. En consecuencia a su perfil de conocimiento, experiencia y habilidad hizo difícil al comité interponerse a no hacerle un llamamiento pastoral en su iglesia local.

Por consiguiente, el nuevo pastor llenó de esperanza y ánimo a la congregación, «parecía como si Dios hubiera provisto justo la persona correcta»[5] menciona Tripp. No obstante, algunas personas de la congregación observaron que la esposa del pastor no parecía sentirse cómoda ni feliz en su nueva iglesia. Posteriormente, se hacía cada vez más difícil encontrar seguidamente al nuevo pastor en su oficina o en tiempos de comunidad o con los líderes de la iglesia. Todo ello provocó que la iglesia comience a ajustarse para solventar las ausencias o carencias del nuevo pastor, como el autor menciona: «Estoy convencido de que la gran crisis de la iglesia de Jesucristo no es qué fácilmente estamos insatisfechos sino que somos demasiado fáciles de satisfacer»[6]. Tripp expresa a la iglesia que no está actuando cabalmente en situaciones que deberían ser alarmantes y reprensibles en el ministerio pastoral, a tal punto que la misma iglesia puede llegar a desestimar los estándares que Dios, en Su gracia, nos ofrece.

Tras cuatro años de ministerio «era inevitable que algo estaba mal en el corazón y la vida de este hombre y de su familia»[7], su rostro reflejaba agotamiento y descuido, su actitud era más irritable e impaciente con las personas de su alrededor y, en muchas ocaciones, se veía a su mujer al borde de romper a llorar. Buscó las maneras de encontrar ayuda en consejerías para él y su esposa con el apoyo de los líderes de la congregación. Sin embargo, no fue suficiente, el matrimonio estaba al punto de romperse. Su esposa ya no podía más, se encontraba agotada de no tener un tiempo exclusivo para su vida privada, de fingir estar bien, de escuchar a su esposo demandar cosas que él no las aplicaba y de vivir en una ciudad que no estaba dispuesta a vivir. El pastor dio a conocer, por primera vez, la triste realidad que había llegado al comité y a expresar que estaba dispuesto a dejarlo todo por su familia.

En mi opinión, como el del autor, el comité debió haberse alertado e identificado previamente esta situación y haber tratado de ayudarle, aconsejarle, advertido y servido antes de llegar a tal extremo. Pero ese no fue el problema desencadenante del desastre, fue el haber contratado a alguien que realmente no conocían nada de él ni de su familia, no profundizaron directamente en su corazón, previamente y durante su ministerio, sólo el gran currículum lleno de conocimientos, experiencia en el ministerio y habilidades para el ministerio les captó la atención frente a otros factores importantes en su selección como nuevo pastor. «Si lo hubieran conocido, nunca lo hubieran llamado porque hubieran sido capaces de predecir con lo que ahora ellos estaban lidiando»[8]. Se centraron en su buena teología, en su gran exposición de la Palabra, en que ayudaría al crecimiento de la iglesia y en su experiencia.

Por esta razón, el autor insta a conocer la verdadera condición del corazón del hombre tanto como se pueda para, realmente, conocer al hombre. La condición del corazón indicará que es lo que en verdad ama y desprecia, cuáles son sus esperanzas o miedos que lo puedan llevar a detenerse, cuál es la opinión de si mismo, cuál es su reacción ante las críticas y alentar a los demás, conocer si está caminando en santidad, si está preparado para escuchar a los demás, si es una persona con una sensibilidad y amor a los demás, si es hospitalario, si mantiene una vida devocional ferviente en su caminar, si tiene un corazón quebrantado a la luz de la Palabra, si es transparente en su vida familiar y ministerial, si tiene un cuidado personal, etc. Por lo tanto, el ministerio pastoral no se fundamente sólo por el conocimiento, experiencia y habilidad, sino por la verdadera condición de su corazón, ya que éste determinará que todo ese conocimiento y habilidad puedan ser  o no instrumentos de bendición o de alto riesgo. Todos los problemas derivaban de una en especial, el problema del corazón que no estaba fundamentado en una relación íntima con Cristo, por lo que provocó un resultado negativo en su ministerio. «Todo este conocimiento, habilidad y actividad parecían estar alimentados por algo que no era el amor por Cristo y una profunda gratitud perdurable por el amor de Cristo»[9], todo se basaba en un contenido teológico, exegético y en una preocupación por el avance de la iglesia.

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