Una Cabaña Solitaria
Enviado por alfa123456 • 29 de Junio de 2014 • 1.392 Palabras (6 Páginas) • 264 Visitas
Una Cabaña Solitaria.
José Conlee, un joven inteligente, siendo un escritor de talento, llegó a ser editor de un diario; pero con el transcurso de los años se hizo adicto a la bebida y finalmente ya no estaba capacitado para trabajar, y el hombre erudito que había sido en un tiempo ministro de una iglesia, llegó a ser un ebrio y disoluto borracho.
En su creciente antipatía hacia Dios, José Conlee llegó a ser presidente de un grupo de ateos, y por doce años estuvo en una cantina dando discursos sobre el ateísmo y tomando hasta enfermarse. Levantado la mano desafiada a Dios a que le hiriese de muerte. Al ver que nada sucedía, les decía a sus oyentes:-ven ustedes,-Ven ustedes, no hay Dios.
Un día en la calle le pidió a un señor dinero para comprar licor. Con sorpresa el señor lo reconoció como el antiguo ministro. Llevó a José a su hogar, lo baño y le puso un tarje nuevo y le llevó a un hotel cercano. José empeño ese traje nuevo para obtener dinero para comprar licor.
Finalmente, después de varias tentativas en vano para ayudarle, el doctor decidió que sería mejor si lo ponía en un ambiente diferente. Era el tiempo del apresuramiento por oro en Alaska. Y persuadió a José a que fuese allá.
Empacaron su petaquilla, le compraron otro traje y fueron al buque a verle partir. Su esposa y su pequeña hijita le puso los brazos alrededor de su cuello y le besó.-mi mamá ha puesto una cajita con medicinas en tu petaquilla que ella pensó que podrás necesitar, y en ella puse yo mi propia Biblia chiquita.
Yo no se lo daría a nadie más en el mundo sino a ti. Por favor léela, papá. En la Biblia había escrito:-A mi querido padre, con el amor de Florencia. No se olvide que te amamos.
Cuando José llegó al Rio Yukón, el primer lugar que encontró fue una cantina, donde consiguió el trabajo de barrer pisos y limpiar escupideras. Su pago era todos los licores que pudiera beber, y suficiente alimento para conservarle con vida.
Un día un hombre le dijo:-José, he comprado una cabaña vieja a cuarenta millas de aquí, donde hemos dado con oro. Yo quiero que tú vayas y vivas allá, y me cuides el lugar.
Al principio José se rehusó, pero cuando el hombre le aseguró que le mandaría provisiones cada dos semanas en trineo tirado por perros, y que vería que tuviese todo el licor que pudiese beber, consintió en ir. Así es que José se encontró en esta cabaña solitaria sin nada que hacer sino tomar-y tenía una buena cantidad para el invierno.
Después de una temporada, se vinieron con él otros dos esclavos de la bebida, Santiago y Walterio, quienes le rogaron permitiese amanecer allí con él. Así que había tres de ellos ahora en la cabaña. Para fines de noviembre se habían hecho tres viajes con los perros para obtener más aguardiente y alimento. Los tres tomaron y tomaron noche tras noche.
Pero un día Santiago llegó muy cerca de la orilla de la muerte. En grande agonía exclamo:-Traigan un doctor. No me pueden dejar aquí morir.-Pero estaban a 40 millas de la ciudad y a alta.-Traigan un doctor,-exclamaba el hombre delirante.
Entonces José se acordó que allá abajo en la petaquilla estaba la caja de medicinas. Lo abrió y la abrió. Y al abrirla cayó el librito al suelo. Lo abrió y lo leyó:-De Florencia para papá.-Florencia! Florencia!-gritó José. Walterio preguntó:-¿Qué hallaste?-¡Es una Biblia, a maldecirla! Y José se fue hacia la estufa y la abrió para arrojarla. Pero Walterio grito:-¡No hagas eso, hombre! ¿Qué no sabes que no tenemos aquí nada que leer? Y arrebato la pequeña Biblia de la mano de José.-Si tú quieres leerla, puedes, pero yo no, -dijo José. Pero ¿Qué era eso que estaba escrito en la primer página?-A mi querido papá, con el amor de Florencia. José estaba un poco más sobrio ahora. –¡Mi hijita! Tengo gusto que no quemé el Librito que ella mi dio, dijo él.
La medicina que Santiago tomó, obró. Empezó a mejorase, y poniéndose un poco mejor, empezó a leerla en voz alta, pero Walterio estaba interesado
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