El camino acendente del conocimiento

CAPITULO I: EL CAMINO ACENDENTE DEL CONOCIMIENTO

El ser humano solo podía maravillarse ante la vastedad y potencia del mundo que lo rodeaba, la aspiración de la agricultura impuso la necesidad de determinar la duración del año, lo que llevo a observar cuidadosamente el movimiento del sol y las estrellas.

Pero de hecho todas las civilizaciones de la antigüedad consideraron que la observación del cielo era una tarea vital, elaboraron calendarios tan precisos como el maya.

Estas actividades fueron usuales hasta hace unos trescientos años.

En particular se creía que los gobernantes eran mensajeros de los dioses del cielo o incluso sus descendientes directos.

Hace ya más de cuatrocientos años, los sacerdotes egipcios dirigían desde la ciudad de Heliópolis sobre la que hoy se agita el Cairo, el culto religioso al sol, que ellos llamaron Ra. En la misma época florecían los Asirios y los Babilonios en el territorio comprendido entre los ríos Tigris y Éufrates.

Con el tiempo aparecieron versiones de la creación del universo, ya no eran imaginados.

Muchos pensadores griegos consideraron que el Universo lo había concebido un geómetra. Los griegos también se ocuparon en encontrar los elementos esenciales de la naturaleza.

Para nuestros antepasados, el ser humano y las estrellas eran imágenes definitivas de un único propósito divino.

A los 23 años, Newton se encontraba recluido en su casa mientras una epidemia devastada Inglaterra. Ahí desarrollo la teoría de la Gravitación Universal.

Se demostró que el sol es una de tantas estrellas.

La astronomía fue la punta de la lanza de la ciencia durante un par de siglos después de Copérnico.

Se considero que el sol brilla por ser una gran masa de carbón en combustión.

Hoy sabemos la verdad no reside en historia fantástica y mitos religiosos.

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