Problemas En Guatemala
Enviado por chaly125 • 3 de Octubre de 2012 • 2.866 Palabras (12 Páginas) • 671 Visitas
INSTITUTO NACIONAL DE EDUCACIÓN DIVERSIFICADO BACHILLER EN CIENCIAS Y LETRAS CON ORIENTACIÓN EN MECANICA AUTOMOTRIZ
CATEDRA: Filosofía
CATEDRATICO: Mario López
GRADO: 4to. Bachillerato
Trabajo:
Problemas que deben abordar los filósofos en Guatemala y porque
Alumno:
Elder Misael Sarceño
Aldea El Cruzadero, Melchor de Mencos, Petén 03 de Septiembre de 2012
INTRODUCCIÓN
EN GUATEMALA EXISTEN MUCHOS PROBLEMAS Y NO SOLO LOS FILOSOFOS LOS TIENEN QUE ABORDAR SINO HASTA LAS DEMAS PERSONAS QUE VIVEN CON TAL MOTIVO QUE ESTO VA AQUEJANDO DIA CON DIA Y SIGUE AFECTANDO DESDE LOS MAS PEQUEÑOS HASTA LOS MAS MAYORES Y SON PROBLEMAS QUE SE LES PUEDE ENCONTRAR SOLUCIÓN PERO LAS AUTORIDADES HACEN OMISIÓN PARA PODER ARREGLAR ESTOS PROBLEMAS.
PROBLEMAS QUE DEBEN ABORDAR LOS FILOSOFOS EN GUATEMALA Y PORQUE
Enseño filosofía desde que tenía veinte años; de esto hace ya treinta. Comencé en la secundaria, y desde 1987, recién adquirido mi título de licenciatura en letras y filosofía, en el nivel superior, primero en la Universidad Rafael Landívar, luego en la Universidad de La Sabana de Colombia, y desde 1997, después de obtener el doctorado, en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Francisco Marroquín. Digo esto para advertir que mis credenciales para hablar de un tema tan amplio como el que me propone son limitadas. No tengo conocimiento de cómo se enseña la filosofía en los institutos públicos, por ejemplo. Tampoco sé cómo se trabaja en otras universidades del país… De manera que mi plática de esta tarde se referirá a lo que he observado en las instituciones en las que he trabajado y trabajo en la actualidad.
Dividiré mi intervención en tres partes: primero, hablaré sobre los sujetos de la enseñanza-aprendizaje; es decir, sobre los alumnos y los maestros. Luego, trataré sobre el contenido y su relevancia para la formación moral e intelectual de los alumnos, y finalmente, hablaré sobre el método de enseñanza de la filosofía, y cómo este ha evolucionado. Todo esto, insisto, desde el punto de vista de mi experiencia.
1. Los sujetos
Parto de una convicción: nuestros jóvenes tienen un gran potencial para la filosofía. Es natural. Todo joven se hace preguntas de naturaleza filosófica, y basta con un poco de motivación, un buen maestro y unas buenas lecturas para desarrollar en él una disposiciones que lo lleven a seguir preguntándose, a buscar lecturas más serias, a tratar de mejorar su habilidad para argumentar y dialogar. Debemos evitar caer en la trampa de pensar que la civilización actual, centrada en la tecnología, ahoga en ellos la inquietud filosófica. El hombre sigue siendo hombre, los jóvenes siguen enamorándose y teniendo crisis sentimentales y de sentido. Es más, es incluso posible afirmar que esta sociedad de la comunicación nos ha vuelto más solitarios, y que ahora tenemos más necesidad de sentido.
Hay algo negativo, sin embargo. En todos estos años de trabajo en la universidad, sigo notando que nuestros jóvenes tienen una actitud muy pasiva, o bien, muy reservada. Son calculadores. Asisten a las clases —sobre todo, a las primeras—para medir al profesor y enterarse de cuánto trabajo le costará ganar la asignatura. De entrada, son desconfiados. El estudiante típico quisiera aprender y encontrar un buen profesor que lo oriente, pero no se hace ilusiones. Tiende a separar sus inquietudes morales e intelectuales de su trabajo como estudiante. No une pensamiento y vida; no reclama que le expliquen el sentido de su plan de estudios: por qué tiene que estudiar tal o cual asignatura, para qué le va a servir. Tal vez lo piensa, pero no lo dice. Espera que otros hablen primero. Así somos los guatemaltecos: reservados y desconfiados.
Los maestros de filosofía deberíamos tratar de hacer que nuestros alumnos hablen sin miedo: que aprendan a decir lo que piensan, y por qué piensan lo que piensan. Nuestros alumnos deberían poder ver en nosotros personas dispuestas a escuchar sus razones, y a valorarlas. Personas que quieren enseñarles a filosofar, no a darles clases de filosofía. Y con esto paso ya a lo que pienso sobre nosotros, los profesores de filosofía.
Los profesores de filosofía somos personas comunes y corrientes. Ante todo, somos maestros: nos gusta enseñar, nos gusta leer y conversar. Y también viajar. Desde luego, no nos hicimos maestros con el propósito de ganar mucho dinero o de tener poder. ¿Por qué, entonces, nos hicimos maestros, y de filosofía? ¿Deseo de llevar una vida tranquila y sosegada? Quizás. Pero las complicaciones de la vida muchas veces poco tienen que ver con la profesión. Me atrevo a decir que los profesores de filosofía, contrariamente a la creencia común, somos gente muy sociable. Nos gusta decir lo que pensamos, y escuchar lo que otros piensan. “Esto es lo que yo creo; ¿qué crees tú?”. No es tan cierto que estemos buscando razones para fundamentar nuestras creencias. Quizás por influjo de los pragmatistas americanos que estudié en mis años navarros, o porque yo soy así, creo más bien que los filósofos y los profesores de filosofía estamos buscando refugio. Wittgenstein comparaba el trabajo del filósofo con el trabajo del arquitecto: ambos buscan hacerse una casa –mental, uno, material el otro—en la que puedan sentirse seguros y a gusto.
El defecto profesional de los profesores de filosofía es su poca confianza en sus capacidades. Tal vez porque respeta mucho la filosofía es que se cree indigno de ella. Eso es típico de los filósofos. Cuando nos preguntan cuál es nuestra profesión, no nos atrevemos a decir que somos filósofos. Sería mucha presunción. En todo caso, somos “amigos de la filosofía” (lo cual es como decir que somos amigos de los amigos de la sabiduría). Decir que somos profesores de filosofía es excusable: nos han asignado una tarea, y hacemos nuestro mejor esfuerzo por cumplirla. Somos simples servidores de esta alta ciencia.
Creo que ya es hora de que dejemos de lado esas falsas humildades y que nos apliquemos con seriedad y profesionalismo a lo que se supone que debemos hacer: leer, estudiar, escribir, buscar los mejores métodos para enseñar. No podemos pedir a nuestros alumnos lo que nosotros mismos no hacemos. Es simple ética profesional:
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