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A Mis Abuelos


Enviado por   •  6 de Octubre de 2014  •  438 Palabras (2 Páginas)  •  245 Visitas

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A MIS ABUELOS

POR SERGIO GALDÁMEZ GARCÍA.

El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en la banca del patio no se movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos, cuando me senté a su lado no se dio por enterado y entra más tiempo pasaba, me pregunté si estaba bien. Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía. Levantó su cabeza, me miró y sonrió. “Si, estoy bien, gracias por preguntar”, dijo en una fuerte y clara voz.

“No quise molestarte abuelo, pero estabas sentado aquí, simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien” le dije.

“¿Te has mirado jamás las manos?” preguntó “Quiero decir, ¿Realmente mirarte las manos?”. Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas. Las voltee palmas arriba y luego hacia abajo. No creo que realmente nunca las había visto mientras intentaba averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta historia:

“Detente y piensa por un momento a cerca de tus manos, como te han servido bien a través de los años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles, han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida. Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Ellas ataron las agujetas de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas u ásperas, hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo. Decoradas con mi anillo de bodas. Temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas. Hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y sentarme.

Estas manos son la marca de donde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que ellas son las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a casa. Y con mis manos él me levantará para estar a su lado y allí utilizaré estas manos para tocar el rostro de Cristo”.

Nunca volveré a mirar mis manos de la misma manera. Pero recuerdo que Dios estiró las suyas y tomó las de mi abuelo para llevarlo a casa. Mi abuelo un gran luchador, ahora se encontraba con Dios, siendo recibido por su familia con un fuerte abrazo y un apretón de manos. Ese fue el momento en que el cuerpo cansado y dañado de mi abuelo dio una última sonrisa y me dijo: “Adiós hijo mío, te estaré esperando”.

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