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Andalgala


Enviado por   •  18 de Febrero de 2013  •  1.737 Palabras (7 Páginas)  •  252 Visitas

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La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse.

En nuestro tiempo todo aquello ha cambiado. La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario y traslaticio. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son. lo que representa una cultura la dieron los antropólogos, inspirados, con la mejor buena fe del mundo, en una voluntad de respeto y comprensión de las sociedades más primitivas que estudiaban. Ellos establecieron que cultura era la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora. Esta definición no se limitaba a establecer un método para explorar la especificidad de un conglomerado humano en relación con los demás. Quería también, de entrada, abjurar del etnocentrismo prejuicioso y racista del que Occidente nunca se ha cansado de acusarse

¿Cómo se puede hablar de un mundo sin cultura en una época en que las naves espaciales construidas por el hombre han llegado a las estrellas y el porcentaje de analfabetos es el más bajo de todo el acontecer humano? Sí, todo ese progreso es cierto, pero no es obra de mujeres y hombres cultos sino de especialistas. Y entre la cultura y la especialización hay tanta distancia.

La cultura es –o era, cuando existía– un denominador común, algo que mantenía viva la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando e incomunicando entre sí. Era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claro, en su incesante trayectoria, las prelaciones, lo que es importante de lo que no lo es, el camino principal y las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora fue posible–, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos.

DEBER DE CULTURA EN LOS ESTUDIANTES

El primer capítulo del libro sería el deber de cultura en los estudiantes y aquí habría muchos puntos que tratar: señalaré dos o tres de los más importantes. El deber de cultura de los estudiantes se obscurece y se complica, sobre todo, por la acción fatal, forzosa que ejercen sobre la manera de estudiar, y sobre las mismas mentes juveniles, ciertos procedimientos de fiscalización de los que el Estado, al organizar la enseñanza no puede prescindir.

Esos procedimientos, sean exámenes propiamente dichos o realicense en cualquier otra forma de las usuales tienden, en mayor o menor grado a producir un efecto estrechante y hasta, desde cierto punto de vista, y por paradojal que esto parezca por el momento, también inmoral.

Especialmente los exámenes comunes, producen un doble mal: de orden intelectual y moral. En lo intelectual producen una psicología peculiar, describirla será describir a ustedes lo que todos conocen, pero que tal vez por conocerlo demasiado, por tenerlo demasiado cerca, por tenerlo adentro, no hayan podido quizás observar bien.

Una observación muy vulgar que yo he hecho desde estudiante, es la siguiente: ¿se han fijado ustedes en la terminologia de que habitualmente se sirve el estudiante para hablar de las asignaturas que cursa? Mi observación es que esos términos parecen querer significar, invariablemente, algo que va de adentro afuera; son –se me ocurre decir- todos términos centrífugos, nunca centrípetos. Un estudiante pregunta a otro: ¿qué das este año? o ¿qué “sueltas” o qué “largas” este año?(1_) todos los términos son análogos. Las palabras que emplean nunca se refieren a algo que entra, se refieren invariablemente a algo que sale. Esa terminología se relaciona con un hecho de alcance muy importante, psicológica y pedagógicamente: con la inmensa diferencia que existe entre estudiar para saber y estudiar para mostrar que se sabe. Se trata de dos cosas completamente diferentes en cualquier momento de la enseñanza; el que estudia de la segunda forma, está obsesionado con la idea de que, ese saber, que en ese momento absorbe ha de echarlo afuera; de que tiene que mostrarlo, que exhibirlo, que probarlo. Como consecuencia la preocupación de recordar, predomina en mayor o menor grado, sobre la preocupación de entender. Se produce entonces una artificialización y una superficialización de la cultura.

Pero el mal no es solamente de ese orden: he dicho también que que esos procedimientos de fiscalización –y no entro

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