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Armónica Para Desnudar El Sueño O Las Virtudes De Los Riesgos


Enviado por   •  10 de Febrero de 2012  •  1.633 Palabras (7 Páginas)  •  597 Visitas

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Armónica para desnudar el sueño o las virtudes de los riesgos

Pedro Cabrera

Once años separan y unen los dos libros que ha publicado Gildardo Montoya Castro: El ladrón que sobornó a la luna (UACh, 1993) y Armónica para desnudar el sueño (Molino de Letras/Instituto Mexiquense de Cultura, 2004). Once años, dos números idénticos que suman dos, que conjugan un lapso de tiempo y vida, de dudas y reafirmaciones; un periodo más que suficiente para afinar la escritura, corroborar constancias, recibir nuevas influencias, encontrar otros temas, explorar posibilidades creativas, adentrarse en aventuras imprevistas, trabajar con desesperación y producir poco, pero con el alma.

Frente a frente, los dos libros son testimonios de su tiempo: el primero, publicado por la institución donde labora el autor; el segundo, por el esfuerzo de una pequeña editorial asentada en Texcoco, como una muestra de la insuficiencia de los espacios oficiales para dar cauce a las inquietudes de los creadores; como una afirmación del proceso vivido por la sociedad mexicana de los últimos años del siglo XX y principios del XXI con el surgimiento de organizaciones de la sociedad civil, y como evidencia del tesón, la constancia y el empuje de su principal animador: Moisés Zurita Zafra.

Similitudes y diferencias

Dos libros, una misma apuesta: mostrar el mundo interior, las vivencias, dolores, goces y preocupaciones de un personaje. Ambos comparten el mismo espíritu: hacer literatura de la vida personal, con sus riesgos y potencialidades. Porque escribir sobre uno mismo siempre implica riesgos, sobre todo en los momentos en que la desnudez se vuelve amarga. Y en los libros de Gildardo Montoya esos riesgos se asumen con todas sus consecuencias. Muestran fragmentos de su biografía, algunos dolorosos, matizados por un peculiar sentido del humor. Pero no se trata de la fabricación de una autobiografía, sino de la exposición de un mundo personal, en el que las palabras se alejan del autor y llegan al lector, ese desconocido, como especie de confesiones traducidas en literatura.

Esta preocupación se remarca con abundantes referencias a autores y personajes: Cyrano de Bergerac, Herman Melville y su Bartleby, Antonio Machado, Hamlet, José Revueltas, Mozart, Lennon, María Zambrano y varios más, una galería de influencias, citas, caminos y posibilidades en cuya amplitud se desenvuelve la mirada libresca del autor.

Frente a frente, los dos libros presentan, si no una evolución, sí transformaciones a veces sutiles y en ocasiones radicales en la enunciación o en el uso de recursos literarios, aunque se mantenga la constancia y reiteración de algunos temas: el amor no correspondido, el metro y sus personajes e historias, las relaciones familiares, la infancia como espacio doloroso. Ambos son una muestra de laboriosidad, de paciencia, de una vocación de orfebre: sus frases buscan la palabra precisa, a la manera de Flaubert, el encuentro feliz con la expresión feliz, pero también el giro inesperado.

Una diferencia notable entre los dos libros es la decantación de la voz. Más pulida, acaso renovada, quizá en plena madurez se muestra la voz en Armónica para desnudar el sueño. Hay mayores logros y hallazgos, pero también más riesgos y una composición depurada. Si en el primer volumen los textos de mayor intensidad corresponden a la prosa poética, en el segundo Gildardo Montoya alcanza grandes momentos en los poemas, sin desdeñar los logros que confirma en la prosa. Una necesidad sintética lo lleva a eliminar artículos y alterar la sintaxis; a comprimir la amplitud de una experiencia, una anécdota, una descripción; a dibujar los matices de las sensaciones. El resultado no deja de ser notable en muchos casos: el texto se potencia; más que decir, las palabras sugieren y dan cuerpo a lo impreciso; lo innombrable adquiere el grado de sensación. Su magia, el poder de seducción de algunos poemas, radica en su economía, en los silencios autoimpuestos. Tal es el caso de “Disonancia” o “Intemperie”.

Los acordes de la armónica

Desde el título, el libro muestra sus aspiraciones musicales y visuales, sobre todo, pero también táctiles y olfativas, que encontrarán en los textos su materialización en mayor o menor grado. También se vislumbra un juego de significaciones, en las cuales las dualidades desempeñan un papel importante: por ejemplo, la búsqueda de la armonía a la que lleva el uso de la palabra “armónica”, un instrumento musical de valor también sentimental: el que tocaba el padre. Así, este objeto se vuelve un elemento de definición de la propia obra, a la vez que un medio de exorcizar y de cuestionar los silencios de la figura paterna. Estas significaciones de doble sentido se despliegan a lo largo del libro en textos como “¿Qué edad soy?”, en el que, con el alejamiento de la tercera persona, responde un número de años, cuarenta y cuatro, precisamente el lugar que ocupa dicho texto dentro del volumen, aunque no lleva el número, o en expresiones como “cruda sed sin paraíso”, que describe los efectos del consumo del alcohol y define de

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