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CÓMO LAS PRUEBAS Y LA ELEGILIDAD ESCOLAR ESTÁN SOCAVANDO A LA EDUCACIÓN


Enviado por   •  13 de Abril de 2021  •  Examen  •  3.030 Palabras (13 Páginas)  •  107 Visitas

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“MUERTE Y VID        DEL

GRAN SISTEMA ESCOLAR

NORTE         MERIC         NO” 

CÓMO LAS PRUEBAS Y LA ELEGILIDAD ESCOLAR ESTÁN SOCAVANDO A LA EDUCACIÓN

POR DIANE RAVITCH

CONTENIDO

1         Lo que Aprendí Sobre la Reforma Escolar

2         ¡Secuestrado! Cómo el Movimiento de los Estándares Curriculares se Transformó en el Movimiento Que prioriza las Pruebas

3         La Transformación del Distrito 2 4         Lecciones de San Diego

5         El Modelo Empresarial en la ciudad de Nueva York

6         NCLB (Que Ningún Niño se Quede Atrás): Medir y Castigar 7         La Elegibilidad de las Escuelas: La Historia de una Idea

8         El Problema con la Rendición de Cuentas 9         ¿Qué haría la Señora Ratliff?

10  El Club de los Multimillonarios 11  Lecciones Aprendidas

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CAPÍTULO 1

LO QUE APRENDÍ SOBRE LA REFORMA ESCOLAR

En el otoño de 2007, con renuencia decidí repintar mi oficina. Se

encontraba en mal estado. Trabajo en casa, en el último piso de un edificio de ladrillos marrones del Siglo XIX ubicado en Brooklyn. No sólo tuve que detener el

trabajo por tres semanas, sino que encima tenía que soportar la carga adicional de empacar y trasladar todas las cosas de mi oficina. Tuve que reubicar cincuenta cajas de libros y archivos a otras habitaciones de la casa hasta que el trabajo del pintado se completara.

Después del lijado y pintado, empecé a desempacar veinte años de papeles y libros, descartar aquello que ya no quería, y colocar los artículos en ficheros. Podrías preguntarte qué tienen que hacer todas estas cosas mundanas con mi vida en el campo educativo. Descubrí que la tarea de reorganizar los artefactos de mi vida profesional era placenteramente remunerativa. Tenía un efecto tónico,

porque me permitió meditar sobre los cambios de mi opinión en los años.

En tanto empacaba mis libros y pertenencias, estaba atravesando una crisis intelectual. Era consciente de que había atravesado una transformación desgarradora respecto a mi posición sobre la reforma escolar. Donde una vez albergué esperanzas, incluso me entusiasmé con los potenciales beneficios de las pruebas, asignación de rendición de cuentas, elegibilidad escolar y la filosofía empresarial, ahora me encuentro experimentando dudas profundas sobre estas mismas ideas. Trataba de analizar la evidencia sobre qué funcionaba y qué no. Trataba de comprender por qué sentía un pesimismo creciente acerca de estas reformas, reformas que yo había apoyado con entusiasmo. Trataba de ver a través de las suposiciones enceguecedoras de la ideología y la política, incluidas las mías.

Seguía preguntándome por qué estaba perdiendo mi confianza en esas reformas. Mi respuesta: tengo derecho de cambiar mi parecer. Bastante justo. Pero

¿por qué--seguí preguntándome--por qué había cambiado de parecer? ¿Cuál era la evidencia irresistible que me llevó a reevaluar las políticas que había endosado tantas veces en la década anterior? ¿Por qué ahora dudaba de las ideas que una vez había endosado?

La respuesta corta es que mis opiniones cambiaron cuando vi cómo estas ideas estaban funcionando en la realidad. La respuesta larga es lo que seguirá en el resto de este libro. Cuando alguien regañó a John Maynard Keynes por cambiar de posición sobre una medida política económica específica que él había endosado anteriormente, contestó: “Cuando los hechos cambian, cambio de parecer. ¿Qué


haría usted, señor?” Este comentario puede o no ser apócrifo, pero admiro el pensamiento detrás. Es la marca de un ser humano razonable de aprender de la experiencia, de prestar estrecha atención respecto a cómo resultan las teorías cuando son puestas en práctica.

¿Qué debemos pensar de las personas quienes nunca admiten sus errores, nunca tienen dudas, sino que se apegan invariablemente a las mismas ideas toda su vida, sin importar las nuevas evidencias? La duda y el escepticismo son señales de

raciocinio. Cuando tenemos demasiada certeza de nuestras opiniones, corremos el riesgo de ignorar cualquier evidencia que entra en conflicto con nuestras opiniones.

Es la duda que muestra que seguimos pensando, que seguimos reexaminando las creencias endurecidas cuando son confrontadas con nuevos hechos y nuevas evidencias.

La tarea de clasificar mis artículos me dio la oportunidad de revisar lo que yo había escrito en diferentes momentos, empezando a mediados de los 1960s. Cuando pasaba de un artículo a otro, seguía preguntándome, ¿cuán lejos me había desviado de donde había comenzado? ¿Era mi manera de ser desechar las ideas como si fuesen un abrigo inservible? Mientras leía, y recordaba, empecé a ver dos temas en el meollo de lo que he estado escribiendo por más de cuatro décadas. Una

cmoonvsitmanietne tohsa p  esdidaog ómgici oes.s cLeap toictrisam hoa  sriedsop eucntao  care elnasc ian porvoefduanddeas ,e ne nelt uvsaialosrm does  uyn currículum escolar rico y coherente, especialmente en historia y literatura, ambos cursos tan frecuentemente ignorados, trivializados o politizados.

 A lo largo de los años, se me ha advertido consistentemente contra el engaño del “camino ideal hacia el aprendizaje”, la noción de que algún erudito u organización hubiera encontrado una solución fácil a los problemas de la educación norteamericana. Como historiadora de la educación, a menudo he estudiado sobre el auge y la caída de las grandes ideas que fueron promovidas como la segura cura de todos los males que aquejaban a nuestras escuelas y estudiantes. En 1907, William Chandler Bagley se lamentó sobre “las novedades y reformas que recorren el

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