CONTROL DE LECTURA Nº5 Doce cuentos peregrinos. Gabriel García Márquez
Enviado por Nicol Andrea Marin Arce • 24 de Julio de 2017 • Examen • 2.283 Palabras (10 Páginas) • 2.599 Visitas
CONTROL DE LECTURA Nº5
Doce cuentos peregrinos. Gabriel García Márquez. I MEDIO
Objetivos de Aprendizaje
1. Desarrolla hábitos lectores (AE1)
2. Aprender y utilizar nuevas palabras extraídas de sus lecturas (AE2)
3. Aplicar correctamente todas las reglas ortográficas en sus escritos (AE3)
Indicadores
• Leen un libro mensual fuera del horario de clases.
• Señalan posibles sinónimos para las palabras discutidas.
• Escriben correctamente todas las palabras.
• Utilizan correctamente los signos de puntuación: todos los usos de la coma / punto seguido y punto aparte / dos puntos / guion y paréntesis.
Nombre: …………………………………………………………………………………… Curso: ………………………………
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Fecha: ……………………………………… Puntaje: NOTA:
INSTRUCCIONES:
- Lea atentamente las preguntas que se presentan a continuación.
- Las respuestas deben hacerlas con lápiz de pasta negro o azul.
- No se aceptarán respuestas contestadas con lápiz grafito, con borrones, o borradas con corrector.
- Marque la alternativa seleccionada en la Hoja de Respuesta.
- Dispone de 80 minutos para contestar.
HOJA DE RESPUESTAS
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Ítem I - TÉRMINOS PAREADOS
Ítem I - TÉRMINOS PAREADOS
FILA A | FILA B | |
Buen Viaje señor presidente.
| j |
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| I | |
La Santa
| H | |
| G | |
| F | |
Vine solo vine a hablar por teléfono
| E | |
| D | |
| C | |
El rastro de tu sangre en la nieve
| B | |
| A |
ESCRIBA LA LETRA DE LOS SIGUIENTES NOMBRES DE LA COLUMNA B EN EL ESPACIO DE CADA DESCRIPCIÓN CORRESPONDIENTE DE COLUMNA A (LOS NÚMEROS NO DEBEN REPETIRSE) (1 punto c/u, 10 en total).
Ítem II – SELECCIÓN MÚLTIPLE - VOCABULARIO CONTEXTUAL
MARQUE LA OPCIÓN QUE PUEDA REEMPLAZAR EN EL TEXTO LA PALABRA SUBRAYADA, SIN QUE ÉSTE CAMBIE DE SENTIDO, AUNQUE SE PRODUZCAN DIFERENCIAS DE CONCORDANCIA DE GÉNERO (1 punto c/u, 10 en total)
BUEN VIAJE, SEÑOR PRESIDENTE
Estaba sentado en el escaño de madera bajo las hojas amarillas del parque solitario, contemplando los cisnes polvorientos con las dos manos apoyadas en el pomo de plata del bastón, y pensando en la muerte. Cuando vino a Ginebra por primera vez el lago era sereno y diáfano, y había gaviotas mansas que se acercaban a comer en las manos, y mujeres de alquiler que parecían fantasmas de las seis de la tarde, con volantes de organdí y sombrillas de seda. Ahora la única mujer posible, hasta donde alcanzaba la vista, era una vendedora de flores en el muelle desierto. Le costaba creer que el tiempo hubiera podido hacer semejantes estragos no sólo en su vida sino también en el mundo. Era un desconocido más en la ciudad de los desconocidos ilustres. Llevaba el vestido azul oscuro con rayas blancas, el chaleco de brocado y el sombrero duro de los magistrados en retiro. Tenía un bigote altivo de mosquetero, el cabello azulado y abundante con ondulaciones románticas, las manos de arpista con la sortija de viudo en el anular izquierdo, y los ojos alegres. Lo único que delataba el estado de su salud era el cansancio de la piel. Y aun así, a los setenta y tres años, seguía siendo de una elegancia principal. Aquella mañana, sin embargo, se sentía a salvo de toda vanidad. Los años de la gloria y el poder habían quedado atrás sin remedio, y ahora sólo permanecían los de la muerte. Había vuelto a Ginebra después de dos guerras mundiales, en busca de una respuesta terminante para un dolor que los médicos de la Martinica no lograron identificar. Había previsto no más de quince días, pero iban ya seis semanas de exámenes agotadores y resultados inciertos, y todavía no se vislumbraba el final. Buscaban el dolor en el hígado, en el riñón, en el páncreas, en la próstata, donde menos estaba. Hasta aquel jueves indeseable, en que el médico menos notorio de los muchos que lo habían visto lo citó a las nueve de la mañana en el pabellón de neurología. La oficina parecía una celda de monjes, y el médico era pequeño y lúgubre, y tenía la mano derecha escayolada por una fractura del pulgar. Cuando apagó la luz, apareció en la pantalla la radiografía iluminada de una espina dorsal que él no reconoció como suya hasta que el médico señaló con un puntero, debajo de la cintura, la unión de dos vértebras.
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