Consecuencia De La Ley De Costos Y Precios Justos En Venezuela
Enviado por LALOKIS • 24 de Julio de 2012 • 3.401 Palabras (14 Páginas) • 947 Visitas
MANZANITA
Narrador: Cuando llegaron las grandes, olorosas y sonrosadas manzanas del norte, la Manzanita criolla se sintió perdida.
Manzanita: ¿Que voy hacer ahora?
Narrador: Se lamentaba.
Manzanita: Ahora que han llegado esas extranjeras tan bonitas y perfumadas, ¿Quién va a quererme a mí? ¿Quién va a querer llevarme, ni sembrarme, ni cuidarme, ni comerme, ni siquiera en dulce?
Narrador: La Manzanita se sintió perdida, y se puso a cavilar en un rincón. La gente entraba y salía de la frutería Manzanita les oía decir:
Gentes:
¡Qué preciosidad de manzanas!
-Déme una
-Déme dos
-Déme tres
Narrador: una viejecita miraba con codicia a las brillantes y coloreadas norteñas; suspiro y dijo:
Viejecita: Medio kilo de manzanas criollas marchantes; ¡que no sean demasiado agria, ni demasiado duras, ni demasiado fruncidas!
Narrador: La Manzanita se sintió avergonzada, y empezó a ponerse coloradita por un lado cosa que rara vez le sucedía. Y las manzanas del Norte iban saliendo de sus cajas, donde estaba rodeada de finas pajas, recostada sobre aserrín, coquetonamente envuelta en el más suave papel de seda. Había sido traídas en avión desde muy lejos, y todavía parecían un poco aturdidas del viaje lo que las hacían más apetitosa y encantadoras.
Manzanitas: A me traen en saco, en burro y después me echan en un rincón en el suelo pelao…
Narrador: Cavilaba Manzanita, con lágrimas en los ojos, rumiando su amargura. Estaba cada vez más preocupada aunque a nadie halla dicho palabra de sus tribulaciones, las otras frutas, sus vecinos, veían claramente lo que le pasaba; pero tampoco decían nada, por discreción hablaban del calor que hacia, de la lluvia y del sol; de los pájaros, los insectos y la tierra, o bien cambiaban reflexiones acerca de las gente que entraba o salía de la frutería, en tanto que la pobre manzanita se mordía los labios y se tragaba sus lágrimas en silencio. Ya las norteñas se acababan, se agotaban; ya el frutero traía nuevas cajas repletas, con mil remilgos y cuidados, como si fuera tesoro que se echaba sobre los hombros. La Manzanita no pudo aguantarse más.
Manzanita: Señor coco.
Narrador: Llamó en voz baja dirigiéndose a uno de sus más próximo vecino, un señor coco de la costa, que estaba allí envuelto en su verde corteza.
Manzanita: Usted que es tan duro, señor coco.
Narrador: Repitió manzanita con voz entre cortada.
Manzanita: Que a nada teme; que se cae de los brazos de su mamá, y en vez de ponerse a llorar, son las piedras las que lloran si usted le cae encima.
Narrador: Esto ofreció un tanto al buen señor coco, el cual creí necesario hacer una aclaratoria, poniendo las cosas en su puesto.
Señor Coco: Es cierto que soy duro.
Narrador: Explicó.
Señor Coco: Pero eso no quiere decir que no tenga corazón es mi exterior que es así, por dentro soy blando, tierno y suave como una capita de algodón.
Manzanita: Es lo que yo digo, señor coco.
Narrador: Se expreso a conceder la manzanita.
Manzanita: Yo se que su agua es saladita como las lágrimas y que eso viene de su gran corazón que usted tiene.
Señor Coco: Así es.
Narrador: Asintió el buen señor coco satisfecho.
Señor Coco: Y que quiere usted decirme, amiga manzanita, ¡Estoy para servirle!
Manzanita: Ya usted se habría fijado.
Narrador: Dijo manzanita conteniendo a duras penas sus sollozar.
Manzanita: En lo que esta pasando en la frutería esas del norte, ¡esas intrusas! Ocupan la atención de todos el mundo y todo las encuentra muy de su gusto señor coco ¡señor cooooooooco!
Narrador: Y la pobre manzanita rompió a llorar a lágrimas viva. El coco no hallaba que hacer ni que decirle a manzanita viendo esto otra vecina, se acerco pausadamente para tratar de consolarla.
Manzanita: ¡Ay, señora lechosa!
Narrador: Gimió manzanita echándole los brazos al cuello.
Manzanita: ¡Que desgracia la mía!
Señora Lechosa: Cálmate, manzanita, cálmate.
Narrador: Le decía maternalmente la lechosa bastante madura y corpulenta. Volviendo hacia otro de los vecinos, con los ojos húmedos.
Señora Lechosa: Tan blanda así era.
Narrador: Pregunto la lechosa.
Señora Lechosa: ¿Qué me dice usted de esto señor Aguacate? ¿No comparte el dolor de Manzanita? ¡Usted, que parece una lágrima verde a punto de caer!
Señor Aguacate: ¡Ay, cómo no señora lechosa!
Narrador: Se apresuró a decir el aguacate, rodando ladeado hasta los pies de Manzanita.
Señor Aguacate: Mi piel puede ser dura y seca, pero por dentro me derrito como la mantequilla.
Narrador: En esto de desprendió un cambur de uno de los racimos que colgaban del techo, y fue a caerle encima a la Guanábana no se irritó ni protestó, ni siquiera parecía darse cuenta de lo sucedido, es tan buena ella, que hasta las mismas espinas a tal punto que un bebé puede aplastarla con las yemas de sus deditos. Pero la Naranja también había acudido a consolar a Manzanita, y se puso amarilla de rabia, amarilla como un limón.
Naranja: Esos cambures…
Narrador: Dijo desdeñosamente
Naranja: Siempre cayéndole a una encima.
Cambur: ¿Qué se habrá creído la Naranja?
Narrador: Refunfuñó el cambur.
Cambur: Nada más que porque es redonda y amarilla, ya se cree el sol.
Narrador: La naranja se puso aún más encendida, como fuego.
Topocho Pintón: Nosotros somos tan amarillo como ustedes.
Narrador: Le gritó un contrahecho Topocho pintón.
Pomarrosa: Yo también soy amarilla.
Narrador: Murmuró la Pomarrosa dentro de una cesta.
Níspero: Sí, sí amarilla.
Narrador: Rieron los nísperos.
Níspero: Pero huele demasiado, te echaste encima todo el perfume.
Parcha: No le hagas caso Pomarrosa.
Narrador: Le dijo al oído la Parcha.
Parcha: Esos parecen papas; están envidiosos de tu color, y porque no huelen tanto como tú.
Narrador: La Parcha Granadina, la señora Badea, había llorado también, y tenía la redonda cara más lisa
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