Contenidos De La Educacion
Enviado por tiflorem • 1 de Abril de 2014 • 4.293 Palabras (18 Páginas) • 187 Visitas
Los contenidos de la enseñanza
Como hemos visto, el aprendizaje a través de la comunicación con los semejantes y
de la transmisión deliberada de pautas, técnicas, valores y recuerdos es proceso
necesario para llegar a adquirir la plena estatura humana. Para ser hombre no basta con
nacer, sino que hay también que aprender. La genética nos predispone a llegar a ser
humanos pero sólo por medio de la educación y la convivencia social conseguimos
efectivamente serlo. Ni siquiera en todos los animales basta con la mera herencia
biológica para conseguir un ejemplar cuajado de la especie (algunos mamíferos
superiores y ciertos insectos sociales se transmiten unos a otros conocimientos por la vía
de la imitación, cuyas diferencias con la enseñanza propiamente dicha hemos señalado
en el capítulo anterior), pero en el caso del género humano ese proceso formativo no
hereditario es totalmente necesario. Quizá no resulte inevitable contraponer
abruptamente el programa genético al aprendizaje social, lo que heredamos por la
biología y lo que nos transmiten nuestros semejantes: algunos etólogos como Eibl-
Eibesfeldt aseguran que estamos genéticamente programados para adquirir destrezas
que sólo pueden enseñarnos los demás, lo que establecería una complementariedad
intrínseca entre herencia biológica y herencia cultural.
Lo primero que la educación transmite a cada uno de los seres pensantes es que no
somos únicos, que nuestra condición implica el intercambio significativo con otros
parientes simbólicos que confirman y posibilitan nuestra condición. Lo segundo,
ciertamente no menos relevante, es que no somos los iniciadores de nuestro linaje, que
aparecemos en un mundo donde ya está vigente la huella humana de mil modos y existe
una tradición de técnicas, mitos y ritos de la que vamos a formar parte y en la que
vamos también a formarnos. Para el ser humano, éstos son los dos descubrimientos
originarios que le abren a su vida propia: la sociedad y el tiempo. En el medio social sus
capacidades y aptitudes biológicas cuajarán en humanidad efectiva, que sólo puede
venirnos de los semejantes; pero también aprenderá que esos semejantes no están todos
de hecho presentes, que muchos ya murieron y que sin embargo sus descubrimientos o
sus luchas siguen contando para él como lecciones vitales, lo mismo que otros aún no
han nacido aunque ya le corresponde a él tenerlos en cuenta para mantener o renovar el
orden de las cosas.
El tiempo es nuestro invento más característico, más determinante y también más
intimidatorio: que todos los modelos simbólicos según los cuales organizan su vida los
hombres en cualquier cultura sean indefectiblemente temporales, que no haya
comunidad que no sepa del pasado y que no se proyecte hacia el futuro es quizá el rasgo
menos animalesco que hay en nosotros. Un filósofo español exiliado en México, José
Gaos, escribió un libro titulado Dos exclusivas del hombre: la mano y el tiempo. La
función de la mano, pese a toda su capacidad técnica liberada por el abandono de la
marcha cuadrúpeda, me parece menos relevante que la del tiempo. La panorámica
temporal es el contrapeso de nuestra conciencia de la muerte inexorable, que nos aísla
aterradoramente entre todos los seres vivos. Los animales no necesitan el tiempo,
porque no saben que van a morir; nosotros a través del tiempo ampliamos los márgenes
de una existencia que conocemos efímera y precedemos nuestro presente de mitos que
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lo hipotecan o enfatizan y de un más allá —terreno o ultraterreno, tanto da— que nos
consuela.
Por vía de la educación no nacemos al mundo sino al tiempo: nos vemos cargados
de símbolos y famas pretéritas, de amenazas y esperanzas venideras siempre populosas,
entre las que se escurrirá apenas el agobiado presente personal. Es tentador pero
inexacto decir que los objetos inanimados o los animales permanecen en un eterno
presente. Quien no tiene tiempo tampoco puede tener presente. Por eso algunos
adversarios del tiempo, que han intentado zafarse retóricamente de él —de otro modo es
imposible— considerándolo no la compensación sino la cifra misma de la muerte,
rechazan también la obligación del presente:
¿Qué es el presente?
Es algo relativo al pasado y al futuro.
Es una cosa que existe en virtud de que existen
otras cosas.
Yo quiero sólo la realidad, las cosas
sin presente.
No quiero incluir el tiempo en mi haber.
No quiero pensar en las cosas como presentes;
quiero pensar en ellas como cosas,
no quiero separarlas de sí mismas, tratándolas
de presentes.
(FERNANDO PESSOA, «Alberto Caeiro»)
Sin embargo, pese a estas rebeliones poéticas, el tiempo es nuestro campo de juego.
Como establece un estudioso de temas educativos, Juan Delval, «el manejo del tiempo
es la fuente de nuestra grandeza y el origen de nuestras miserias, y es un componente
esencial de nuestros modelos mentales». La enseñanza está ligada intrínsecamente al
tiempo, como transfusión deliberada y socialmente necesaria de una memoria
colectivamente elaborada, de una imaginación creadora compartida. No hay aprendizaje
que no implique conciencia temporal y que no responda directa o indirectamente a ella,
aunque los perfiles culturales de esa conciencia —cíclica, lineal, trascendente o
inmanente, de máximo o mínimo alcance cronológico...— sean enormemente variados.
Y el tiempo también confiere la calificación más necesaria a los educadores, como
señalamos en el capítulo anterior: lo primero para educar a otros es haber vivido antes
que ellos, es decir, no el simple haber vivido en general —es posible y frecuente que un
joven enseñe cosas a alguien de mayor edad—, sino haber vivido antes el conocimiento
que desea transmitirse. Por lo común los adultos y los viejos poseen este requisito frente
a los muy pequeños, sobre todo en las sociedades más apoyadas en la memoria oral que
en la escritura, pero la sabiduría tiene su propia forma de temporalidad y la experiencia
crea un pasado de descubrimientos que siempre podemos transmitir a quien no lo
comparte, aunque sea alguien en la cronología biológica anterior a nosotros. De aquí
que todos los
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