Cuentos Eduardo Galeano
Enviado por mariece • 16 de Septiembre de 2013 • 1.441 Palabras (6 Páginas) • 435 Visitas
El arte de mandar
Un emperador de China, no se sabe su nombre ni su dinastía ni su tiempo, llamó una noche a su consejero principal y le confió la angustia que le impedía dormir. Le dijo: «Nadie me teme». Como nadie le temía nadie lo respetaba. Y como nadie lo respetaba nadie le obedecía. El consejero principal meditó un ratito y opinó: «Falta castigo». Y el emperador sorprendido dijo que castigo no faltaba, porque él mandaba a la horca a todo el que no se inclinara a su paso. Y el consejero principal le advirtió: «Pero esos, esos son los culpables. Si solo se castiga a los culpables, solo los culpables sienten miedo». El emperador chino pensó y pensó... y llegó a la conclusión de que el consejero principal tenía razón. Y le mandó cortar la cabeza. La ejecución ocurrió en una gran plaza pública, la plaza celestial, la plaza principal del imperio. Y el consejero fue el primero de una larga lista.
Fábricas
Corría el año 1964. Y el dragón del comunismo internacional abría sus siete fauces para comerse a Chile.
La publicidad, sobre todo la publicidad en la televisión, bombardeaba a los chilenos mostrando imágenes de iglesias quemadas, de tanques rusos, de guerrilleros barbudos que secuestraban a los niños y se los llevaban lejos.
Y hubo elecciones. Y el miedo venció.
Y Salvador Allende, el candidato derrotado me contó qué era lo que más le había dolido de esa experiencia dolorosa.
La empleada de la casa de al lado, la casa de al lado de su casa, en el barrio de Providencia, era una pobre mujer que trabajaba veinte horas por día ocupándose de los niños, lavando y planchando la ropa, fregando, haciendo la comida... del día a la noche trabajando sin parar, esa pobre mujer que había envuelto su ropa en una bolsa de plástico y la había enterrado en el jardín, porque tenía miedo de que si ganaban los Rojos le expropiaran su propiedad.
Seguridad
Durmiendo nos vio. En el sueño de Elena estábamos los dos haciendo fila con muchos otros pasajeros en algún aeropuerto, quién sabe cual, porque todos los aeropuertos son más o menos todos iguales. Y cada pasajero llevaba una almohada bajo el brazo. Rumbo a una máquina, que nos esperaba, pasaban las almohadas bajo la máquina y la máquina leía los sueños de la noche anterior.
Era una máquina detectora de sueños peligrosos para el orden público.
Invasión
Tiene pánico a la invasión el país que nadie ha invadido jamás, y que sin embargo tiene la mala costumbre de invadir a los demás.
En los años 80, el peligro se llamaba Nicaragua.
El presidente Ronald Reagan asustaba a la población. Y denunciaba el ¡inminente peligro, la amenaza! de la invasión que iba corriéndose desde América Central, México, vía Texas entrando en los Estados Unidos y apoderándose del país... mientras a espaldas del presidente un mapa mostraba esa Gran mancha roja que avanzaba.. La teleaudiencia espantada no tenía la menor idea de dónde quedaba Nicaragua... Ni sabía que ese pobre país había sido arrasado por una dictadura de medio siglo, fabricada en Washington. Y después, por un terremoto que no dejó nada en pie...
Y esa teleaudiencia asustadísima, tampoco sabía que ese «País Feroz» tenía en total cinco ascensores y una sola escalera mecánica, que no funcionaba.
El Héroe
Desde siempre, las mariposas y los flamencos y las golondrinas y las ballenas y los salmones viajan miles de leguas por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres en cambio, los caminos del éxodo humano. Inmensas caravanas andan por el mundo, caravanas de fugitivos de la vida imposible que huyen de las guerras pero sobre todo huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados. Sebastián Salgado los fotografió. En más de cuarenta países y a lo largo de mucho tiempo los fotografió. Y él me contó que toda esa inmensa desventura humana, cabe en apenas un segundo. Qué un segundo, solo un segundo, suma toda la luz que entró en su cámara para fotografiar. Un segundo, apenas una guiñada en los ojos del sol. Un instantito en la memoria del tiempo.
Amares
El amor es una enfermedad. Y a los enfermos cualquiera nos reconoce por
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