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Cuentos Latinoamericanos


Enviado por   •  25 de Octubre de 2013  •  2.245 Palabras (9 Páginas)  •  618 Visitas

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LA VOZ GANADORA

“La Voz Ganadora”, anuncia el rótulo colgado en la puerta de Nemesio Morales Ruiz. Además, en el mismo tamaño de letra, se especifican las dos tarifas: “1.000 guaraníes por preguntar y 50.000 si te respondo”. La última vez que cobró la segunda tarifa fue en mayo de 2003.

Los vecinos de Pacarí, pueblito paraguayo cercano a las fronteras de Bolivia y Brasil, recurren desde hace más de 12 años a la ayuda de Nemesio. Saben que es de fiar porque responde poco.

Bajo el prisma de un cuadro estadístico, lo que se ve no sorprende. El 5% de las preguntas son variopintas, el 15% están vinculadas al amor y al desamor, el 20% se centran en asuntos de trabajo y el 60% buscan saber si tal o cual número de la lotería saldrá premiado. Y esa última cifra es comprensible porque a quienes juegan con la suerte les es más barato el silencio de Nemesio que comprar una fracción de billete. Por eso mismo, no es raro ver a ludópatas, principalmente asuncenos, con listas de centenares de números de distintos premios nacionales y extranjeros.

Directa o indirectamente, todo el pueblo está agradecido a La Voz Ganadora. Antes había una excepción. Durante un período prolongado, el vendedor local de la lotería le tuvo un indeseado rencor, hasta que supo cómo sacarle provecho a la situación. Se ha instalado frente a la casa de Nemesio y, en la cabecera de su puesto ambulante, destaca un cartel que dice: “Billetes con foto de recuerdo”. Anuncio que no despierta el interés de ningún vecino; sin embargo, a los turistas los atrae como a moscas. Para colmo, los billetes están caducados y a nadie le importa. Eso sí; la foto es una Polaroid instantánea con encuadre a gusto del cliente.

Es de dominio público que La Voz Ganadora se ha pronunciado siete veces y nunca ha fallado. Son casos simples de comprobar. Las personas beneficiadas son pruebas en vida. Una se ha enriquecido de la noche a la mañana, cuatro han realizado negocios muy favorables, otra sigue felizmente casada —es la envidia del pueblo— y la séptima encontró el omóplato de su tatarabuela.

LA BUFANDA DE LOS SUEÑOS

¿Alguna vez te has preguntado dónde fue a parar ese sueño que tanto deseabas realizar y que ahora te es indiferente? La explicación es sencilla, pero difícil de aceptar. A diferencia de su nacimiento, el motivo por el que se desvanece es ajeno a la razón o a los sentimientos. Tiene que ver con la ropa. Yo lo asimilé cuando conocí a Rocío Gaztelu.

Al nacer un sueño se revela un hilo de nuestra camiseta o jersey y se bambalea… listo para volar. Rocío no lo sabía. Simplemente le gustaba arrancarlos de las prendas de quienes apreciaba. Quería hacer algo especial con ellos.

Del ovillo hizo una bufanda. Al usarla, empezó a vivir los sueños de los demás. Experimentó aventuras insospechadas y, aunque la extasiaban, le producían tristeza. Sus propios sueños no tenían cabida. Deshizo la bufanda y devolvió las hilachas, pero ya nadie quiso perder su tiempo en asuntos improductivos.

EL IGNORANTE PRIVILEGIADO

No siempre, pero casi siempre, Francisco Arce Beltrán iniciaba la siesta con el mismo pensamiento: Gracias. Una palabra que representó con millares de imágenes y ninguna letra, porque su nombre completo era lo único que sabía escribir.

Se consideraba un privilegiado. Yo lo veía como un ignorante, además de conformista. Y me refiero a su etapa adulta, porque era comprensible que de niño no hubiese podido estudiar. Labró la tierra hasta que la sequía del 62 dejó a su familia sin propiedad en favor del banco, viéndose obligado a migrar a la ciudad antes de cumplir los trece años. Mendigando por las calles, entabló amistad con un vagabundo que tocaba la guitarra. Le enseñó una canción. La aprendió con muchísimo esfuerzo. Quiso enseñarle otra. A Francisco no le interesó. Para él, una bastaba para ganarse la vida.

Durante cuatro décadas, únicamente ha cantado ese tema. Le gustaba decir que entre él y un sellador de sobres no había ninguna diferencia. No profundizaba. Ahí terminaba su comentario, con un rostro que rebozaba satisfacción. ¡Ignorante, conformista y descaradamente estúpido! Me irritaba.

Francisco Arce Beltrán encontró la forma de tener una vida interesante, libre y segura, sin saber leer ni escribir. Sólo le hizo falta aprender una canción para comprar una casa, mantener a su esposa y tres hijos, disfrutar de sus vicios inofensivos y hasta gozar de vacaciones cada cuatro meses. El resto de cosas que aprendió no tenían ninguna utilidad económica, cultural o social, simplemente le sirvieron para mantener a salvo la mayor parte de su descontaminada ignorancia.

UN SORBO EN BLANCO Y NEGRO

–Esas fotos en blanco y negro, las personales en particular, me entristecen. Reacción relativamente normal. Lo desconcertante es que sean las más recientes las que agudicen ese sentimiento de añoranza, hasta el punto de quitarme el habla durante días. No puedo evitar verme 40 años mayor, echando de menos el presente.

Renato Llerena acercó la taza a sus labios, pero no llegó a sorber el café, únicamente inhaló su aroma. Era un placer infantil que se le hizo costumbre. No recordaba haberlo bebido nunca. Renato prosiguió…

–40 años mayor, lejos de este presente, de estos días próximos que aún no he vivido y que habrán pasado de mí sin darme apenas cuenta. ¡Por qué cuantos más años tengo todo se hace cada vez más fugaz! Mi niñez duró algo cercano a una eternidad; la adolescencia, menos de lo que hubiese querido. El resto se parece a un recuerdo ajeno, a las anécdotas de un amigo.

Miró a sus tres colegas, con quienes se reunía todos los jueves en el café Cordano. Desde un principio, acordaron que en cada sesión sólo uno tomaría la palabra. Tenían otros grupos para conversar. Renato prosiguió…

–Estoy casi seguro de que tiene que ver con la concentración. A mis 37 años he remplazado la edad por la relatividad del tiempo y es indiscutible que fui niño hace uno o dos días. Y es porque ahora no me concentro en el presente. Mis acciones las realizo pensando en el pasado y en el futuro, en el por qué y para qué, y lo que hago no dura, no se ensancha en el instante.

OTRAS PALABRAS

Durante su infancia, César Leno vivió frente a un cementerio,

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