DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Enviado por sorayaisaza • 5 de Abril de 2014 • 9.243 Palabras (37 Páginas) • 297 Visitas
acertado que se cumpla la voluntad de qu
ien lo ordena y afuera de todo razonable
discurso; y no le tuviera bueno Augusto Cé
sar, si consintiera que se pusiera en
ejecución lo que el divino Mantuano dejó
en su testamento mandado. Así que,
señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de
vuestro amigo a la tierra, no queráis dar
sus escritos al olvido; que
si él ordenó como agraviado, no es bien que vos
cumpláis como indiscreto, antes haced, dand
o la vida a estos papeles, que la tenga
siempre la crueldad de Marcela, para qu
e sirva de ejemplo en los tiempos que están
por venir a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes
despeñaderos; que ya sé yo y los que aq
uí venimos la historia deste vuestro
enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra y la ocasión de su
muerte, y lo que dejó mandado al acabar de
la vida: de la cual lamentable historia
se puede sacar cuanta haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la
fe de la amistad vuestra, con el paradero
que tienen los que a rienda suelta corren
por la senda que el desvariado amor dela
nte de los ojos les pone. Anoche supimos
la muerte de Grisóstomo, y que en este
lugar había de ser enterrado, y así de
curiosidad y de lástima dejamos nuestro de
recho viaje, y acordamos de venir a ver
con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo; y en pago desta lástima y del
deseo que en nosotros nació de remedialla
si pudiéramos, os rogamos, oh discreto
Ambrosio, a lo menos yo os lo suplico de
mi parte, que dejando de abrasar estos
papeles, me dejéis llevar algunos dellos. Y
sin aguardar que el pastor respondiese,
alargó la mano y tomó algunos de los
que más cerca estaban. Viendo lo cual
Ambrosio, dijo: por cortesía consentiré
que os quedéis, señor, con los que ya
habéis tomado; pero pensar que dejaré de
quemar los que quedan es pensamiento
vano. Vivaldo, que deseaba ver lo que los
papeles decían, abrió luego el uno dellos,
y vio que tenía por título: Canción desesper
ada. Oyólo Ambrosio y dijo: ese es el
último papel que escribió el desdichado y po
rque veáis, señor, en
el término que le
tenían sus desventuras, leedle
de modo que seáis oído, ue
bien os dará lugar a ello
el que se tardare en abrir la sepultura.
Eso haré yo de muy buena gana, dijo
Vivaldo. Y como todos los circunstantes te
nían el mismo deseo,
se pusieron a la
redonda, y él, leyendo en vo
z clara, vio que así decía:
Capítulo 14: Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor,
con otros no esperados sucesos
CANCION DE GRISOSTOMO
Ya que quieres, cruel, que se publique
de lengua en lengua, y de una en otra gente,
del áspero rigor tuyo la fuerza,
Haré que el mismo
infierno comunique
al triste pecho mío un son doliente,
con que el uso común de mi voz tuerza.
Y al par de mi deseo que se esfuerza
a decir mi dolor y tus hazañas,
de la espantable voz irá el acento,
y en él mezclados por mayor tormento
pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído
no al concertado son, sino al ruido
que de lo hondo de mi amargo pecho,
llevado de un forzoso desvarío,
por gusto mío sale y tu despecho.
El rugir del león, del lobo fiero
el temeroso aullido, el silbo horrendo
de escamosa serpiente, el espantable
Bbaladro de algún monstruo, el agorero
graznar de la corneja, y el estruendo
del viento contrastado en mar inestable:
Del ya vencido toro el implacable
bramido, y de la viuda tortolilla
el sensible arrullar, el triste canto
del enviudado buho, con el llanto
de toda la infernal negra cuadrilla,
Salgan con la doliente ánima fuera,
mezclados en un son de tal manera
que se confundan los sentidos todos,
pues la pena cruel que en mí se halla
para contarla pide nuevos modos.
De tanta confusión, no las arenas
del padre Tajo oirán los tristes ecos,
ni del famoso Betis las olivas:
que allí se esparcirán mis duras penas
en altos riscos y en profundos huecos,
con muerta lengua y con palabras vivas;
O ya en oscuros valles o en esquivas
playas desnudas de contrato humano,
o adonde el sol jamás mostró su lumbre,
o entre la venenosa muchedumbre,
de fieras que alimenta el Nislo llano:
Que puestos en los páramos desiertos
los ecos roncos de mi mal inciertos
suenen con tu rigor tan sin segundo,
por privilegio de mis cortos hados
serán llevados por el ancho mundo.
Mata un desdén, aterrada paciencia
o verdadera o falsa una sospecha;
mata los celos con rigor tan fuerte;
Desconcierta la vida larga ausencia;
contra un temor de olvido no aprovecha
firme esperanza de dichosa suerte.
En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡milagro nunca visto! vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto:
y en el olvido en qu
ien mi fuego avivo.
Y entre tantos tormentos, nunca alcanza
mi vista a ver en sombra a la esperanza;
ni yo desesperado la procuro,
antes por extremarme en mi querella,
estar sin ella eternamente juro.
¿Puédese por ventura en un instante
esperar y temer, o es bien hacello,
siendo las causas del temor más ciertas?
¿Tengo, si el duro celo está delante,
de cerrar estos ojos, si he de vello
por mil heridas en el alma abiertas?
¿Quién no abrirá de par en par las puertas
a la desconfianza, cuando mira
descubierto el desdén, y las sospechas
¡Oh amarga conversión! verdades hechas,
y la limpia verdad vuelta en mentira?
¡Oh en el reino de amor fieros tiranos
celos! ponedme un hierro en estas manos.
Dam, desdén, una torcida soga.
¡Mas ay de mí! que con cruel victoria
vuestra memoria el sufrimiento ahoga.
Yo muero, en fin, y porque nunca espere,
buen suceso en la mu
erte ni en la vida,
pertinaz estaré en mi
...