Delirium: sinopsis
Enviado por Nayduyulimar • 17 de Mayo de 2014 • Tutorial • 16.915 Palabras (68 Páginas) • 351 Visitas
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DELIRIUM
LAUREN OLIVER
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sinopsis
ntes de que los científicos encontraran la cura, la gente pensaba que el amor era una cosa buena. No entendían que un amor-deliruum-florece en la sangre y no se puede escapar de su asimiento.
Las cosas son diferentes ahora. Los científicos son capaces de erradicar el amor y el gobierno exige que todos los ciudadanos reciban la cura al cumplir los dieciocho años.
Lena Holway siempre ha mirado con interés el día en el que ella sea curada. UNA VIDA SIN AMOR ES UNA VIDA SIN DOLOR: Segura, precavida, fiable y feliz.
Pero a noventa y cinco días antes de su curación, Lena hace lo imposible: Se enamora.
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Las enfermedades más peligrosas son aquellas
que nos hacen creer que estamos sanos.
Proverbio 42, Manual de FSS
ace sesenta y cuatro años que el presidente y el Consorcio clasificaron el amor como enfermedad, y hace cuarenta y tres que los científicos encontraron una forma de curarlo. A todos los otros miembros de mi familia ya se les ha efectuado la intervención. Mi hermana mayor, Rachel, lleva nueve años libre de la enfermedad. Ha vivido tanto tiempo a salvo del amor que dice que ya ni siquiera se acuerda de los síntomas. Yo tengo cita para mi operación dentro de noventa y cinco días; exactamente, el 3 de septiembre. Es mi cumpleaños.
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A mucha gente le da miedo la intervención. Algunas personas incluso se resisten. Yo no tengo miedo. Estoy impaciente. Me la haría mañana mismo si pudiera, pero hay que tener dieciocho años, a veces algo más, para que los científicos te curen. Si no, pueden quedarte secuelas. La gente termina con lesiones cerebrales, parálisis parcial, ceguera o cosas peores.
No me gusta pensar que ando por ahí con la enfermedad en la sangre. A veces juraría que puedo sentirla retorciéndose en mis venas, contaminándome, como leche agria. Me siento sucia. Me recuerda a los niños con rabietas. Me recuerda a las chicas que se resisten, que se aferran a la acera con las uñas, se tiran del pelo y lanzan espumarajos por la boca.
Y, por supuesto, me recuerda a mi madre.
Después de la operación, seré feliz y estaré a salvo para siempre. Es lo que dice todo el mundo: los científicos y mi hermana y la tía Carol. Después de la intervención, los evaluadores me emparejarán con un chico. Dentro de unos años, nos casaremos. Últimamente he empezado a soñar con mi boda. Estoy bajo un toldo blanco, con flores en el pelo. Voy de la mano de alguien, pero cuando me vuelvo para mirarlo, su cara se vuelve borrosa, es como una cámara que se desenfoca y me impide distinguir sus rasgos. Pero sus manos están frescas y secas, y el corazón me late de forma regular en el pecho; y en el sueño sé que siempre latirá con ese mismo ritmo, que no va a acelerarse, dar un vuelco, brincar ni hacer cabriolas, que simplemente seguirá con su tic-tac-tic-tac hasta que me muera.
Estaré a salvo y libre de dolor.
Las cosas no siempre han ¡do tan bien. En la escuela hemos aprendido que hace muchos años, en los tiempos oscuros, la gente no era consciente de que el amor era una enfermedad letal. Durante bastante tiempo, incluso lo vieron como algo bueno, algo que había que buscar y celebrar. Evidentemente, esa es una de las
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razones por las que resulta tan peligroso. «Afecta a la mente hasta tal punto que impide pensar con claridad o tomar decisiones racionales sobre el propio bienestar». Este es el síntoma número doce, como indica la sección dedicada a los deliria nervosa de amor de la duodécima edición del Manual de felicidad, salud y seguridad, o Manual de FSS, como solemos llamarlo. Sin embargo, la gente de aquella época daba nombres a otras dolencias -estrés, infarto, ansiedad. Depresión, hipertensión, insomnio, trastorno bipolar- sin darse cuenta de que estas enfermedades no eran más que síntomas relacionados, en la mayoría de los casos, con los efectos de los deliria nervosa de amor.
No es que en Estados Unidos estemos ya totalmente libres de los efectos de los deliria. Hasta que se perfeccione el tratamiento, hasta que se consiga hacerlo seguro para los menores de dieciocho años, no estaremos protegidos por completo. Este mal seguirá reptando entre nosotros con tentáculos invisibles, asfixiándonos. He visto muchísimos incurados que tuvieron que ser llevados a rastras a la intervención, tan atormentados por la enfermedad del amor que preferían sacarse los ojos antes que vivir sin él.
Hace varios años, en el día de su operación, una chica consiguió librarse de sus ataduras y llegó hasta la azotea del laboratorio. Se lanzó al vacío inmediatamente, sin gritar. Durante los días siguientes, mostraron en televisión el rostro de la muchacha muerta para recordar a todo el mundo los peligros de los deliria. Tenía los ojos abiertos y el cuello torcido en un ángulo extraño, pero por la forma en que su mejilla reposaba en el suelo de cemento, se podría pensar que se había tumbado a dormir la siesta. Curiosamente, había muy poca sangre, apenas un hilillo oscuro en la comisura de los labios.
Noventa y cinco días más y estaré a salvo. Estoy nerviosa, claro. Me pregunto si la intervención dolerá. Quiero que pase ya. Me cuesta tener paciencia. Es difícil no tener miedo estando aún incurada, aunque lo cierto es que, por el momento, los deliria no me
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han tocado. Aun así, me preocupo. Dicen que en los viejos tiempos el amor llevaba a la gente a la locura. El Manual de FSS también cuenta historias de personas que murieron por un amor perdido o por uno que nunca llegaron a encontrar, que es lo que más pánico me da.
La más mortal de todas las cosas mortales. Te mata tanto cuando la tienes como cuando no la tienes.
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Debemos estar continuamente en guardia contra la enfermedad; la salud de nuestra nación, de nuestro pueblo, de nuestras familias, de nuestras mentes depende de una vigilancia constante.
«Medida» básicas de »salud>. Manual de FSS (12.a edición)
l olor de las naranjas siempre me ha recordado a los funerales. Es ese olor lo que me despierta la mañana de mi evaluación. Miro el reloj de la mesilla de noche. Son las seis.
La luz es gris, pero los rayos del sol se van insinuando en las paredes del cuarto que comparto con las dos hijas de mi prima Marcia. Grace, la pequeña, está acurrucada encima de su camita, ya vestida, y me mira. Tiene una naranja entera en la mano. Intenta darle un mordisco, como si fuera una manzana, con sus dientecitos de niña. Se me revuelve el estómago y tengo que cerrar los ojos otra vez para no recordar aquel vestido áspero y sofocante que me obligaron
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