Discursos y prácticas reguladoras religiosas.
Enviado por SERGIOBOOKS • 26 de Mayo de 2016 • Práctica o problema • 1.451 Palabras (6 Páginas) • 250 Visitas
3 - Discursos y prácticas reguladoras religiosas
Evolución del concepto de pobreza.
Durante todo el medievo la Biblia abarcaba la visión del mundo y el individuo, la Iglesia y el Estado, desde lo terrenal hasta el horizonte escatológico; siendo la perspectiva de la salvación la regidora del día a día. Sin embargo, lo que mutaba eran los contextos sociales en los que operaba las premisas bíblicas, adaptándose éstas a éstos.
La pobreza no se consideró como valor santificante, era gracia divina el conferir o retirar la riqueza de quien pudiere, por lo que al cristiano no le queda otra que aceptar humildemente la condición asignada. Inclusive, ni si quiera en los tiempos más sacralizados del concepto alcanzó el culmen de Santo, siempre implicó una reformulación o se quedó como aditivo de otras premisas.
La condición de pobreza dentro de la percepción cristiana en el marco comprendido del s. XI al XV, incluso principios del siguiente, presenta un proceso evolutivo de institucionalización a medida que se reglamenta. La condición de pobre dentro de la estratigrafía social del momento se mantenía en un limbo jurídico al que la Iglesia dio respuesta poco a poco.
Hasta el momento predominó la visión sacralizada, dictada por la providencia sin distinción social que la más mera percepción si el demandante legítimo lo era por desgracia o pecado de serlo por criterio del propio asistente; sólo había tintes morales. Pero a principios de milenio las órdenes monásticas plantearon la pobreza como hecho material, hasta entonces pese a que el pobre era pobre por las condiciones sociales o mismo porvenir particular sólo se le tenía en cuenta su faceta moral peyorativa.
Con fuerza al salto de milenio se toman de los evangelios una justificación de la pobreza, más allá del determinismo divino, y se establece una definición necesaria de su existencia. Los pobres conocen su papel y su función en el orden social, desde el momento que ofrecen a los otros la posibilidad de ganarse la salvación por medio de obras de caridad. Además la pobreza dentro de la ética cristiana, es asumida como acercamiento a Dios, una vida de humildad y degradación.
La cuestión de pobreza coge relevancia a raíz de la influencia patrística griega de la antigüedad, que inyecta la visión del que renuncia voluntariamente y apadrina la indigencia material. Hasta entonces los signos más similares de ese voluntarismo en la Europa Occidental se habían reducido a la vida comunitaria entre profesos de la fe, y siempre había tenido la impronta del compartir y no despojo de lo mundano, partiendo de las Reglas Bendictinas. Es la vida monacal, de la influencia oriental que irrumpe y plantea el valor interior de la pobreza como fenómeno social a la vez que el redescubrimiento de la misericordia[1] y salvación por medio de ella traducida en caridad y asistencia al prójimo.
Es en este preciso momento, en la segunda mitad del s.XI cuan significativo son los Evangelios. Las interpretaciones y doctrinas consecuentes fueron plurales, pero todas convergían en un tronco común, la pobreza como valor espiritual que puede alcanzarse lo mismo en situación de riqueza que de miseria. Es aquí donde más calado presenta el término “Economía de la salvación” y viene a ser la gestión de los bienes espirituales fundamentado en los valores de la humildad y la debilidad. Dentro del campo semántico, estas dos nomenclaturas –en latín paupertas y humilitas- , cogieron relevante significado al tomarlas como la pobreza de Cristo, renuncia voluntaria a las condiciones divina y real, por lo tanto abandono espontáneo de la fortaleza, riqueza y autoridad es digno de alabanza y emulación, conocido como Pauper Christi o Cristo desnudo.
Con la intromisión monástica o profusión en la asistencia caritativa de medio de redención para unos y de proyecto de salvación[2] –a la vez que sustento- para otros, la Iglesia empieza a perfilar e institucionalizar la limosna. En tiempos del pauperismo, del XI al XIII se desarrolla aún más los dogmas de conducta y nuevas reflexiones sobre los evangelios acerca del concepto. El elogia de la limosna supone una antinomia entre la abnegación y el asistir al indigente. A su vez contiene no sólo la perspectiva redentora, sino un argumentario apologético de la riqueza misma. El nexo de unión entre los dos sujetos de la caridad se encuentra la Iglesia, y va en consonancia de la institucionalización de la caridad entendida como misericordia a modo de salvación. La Iglesia gestiona la economía de salvación.
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